Del pragmatismo
'S¨¦ realista: no digas la verdad'. Podr¨ªa ser el primer mandamiento del hombre pragm¨¢tico. O, por lo menos, as¨ª lo entendi¨® Stanislaw Jerzy Lec, el mejor aforista del siglo XX seg¨²n Reich-Ranicki. El pragmatismo es una ideolog¨ªa transversal porque es la filosof¨ªa espont¨¢nea de todos los que tienen poder. Incluso podr¨ªa establecerse alguna ley de proporcionalidad entre el volumen del poder del que se dispone -ya sea pol¨ªtico, civil o militar- y el grado de adhesi¨®n al pragmatismo ideol¨®gico. Porque la eclosi¨®n del hombre pragm¨¢tico se alcanza en aquel momento en que el poder y la ambici¨®n sit¨²an al ciudadano en un lugar real o mental tal que la pol¨ªtica y la moral, la eficiencia y la ¨¦tica le parecen conflictos definitivamente superados. A lo sumo, si es dem¨®crata, acepta una limitaci¨®n: la ley. Lo que le permite olvidar que la ley se?ala lo que es legalmente aceptable, pero no le exime de responsabilidad moral.
'No digas la verdad', aconseja Lec al buen realista. El cumplimiento del programa de m¨¢ximos del pragmatismo pasa por la ocultaci¨®n. ?La ocultaci¨®n de qu¨¦? De todas aquellas cosas que rompen la armon¨ªa del mejor de los mundos posibles, es decir, la ficci¨®n sobre la que el pragmatismo reina y construye su legitimidad. Milan Kundera dir¨ªa que lo que el pragmatismo oculta es simplemente la mierda y la pol¨ªtica se hace kitsch. En realidad, lo que siempre trata de ocultar el pragmatismo son las v¨ªctimas, a las que a menudo se acaba convirtiendo en culpables, porque han cometido el desatino de ensombrecer el paisaje, ya sea poni¨¦ndose a tiro del verdugo, ya sea cay¨¦ndose del tren de la sociedad competitiva.
En los ¨²ltimos d¨ªas ha habido dos ejemplos clamorosos de la incomodidad que las v¨ªctimas provocan en los pragm¨¢ticos. I?aki Anasagasti arremeti¨® contra las asociaciones de v¨ªctimas del terrorismo, pidiendo la desactivaci¨®n y el desarme de estas organizaciones. Sin duda es miserable, como ya se ha dicho, humillar a las v¨ªctimas. Pero no es nuevo: hay mil ejemplos en la historia en que se culpabiliza a las v¨ªctimas como si se les recriminara no haberse sometido a los verdugos. Es decir, haber alterado el orden de lo patrio. Anasagasti pide a las v¨ªctimas que se retiren para no estropear la arc¨¢dica imagen de Euskadi que vende el PNV. El pragmatismo a veces es ciego. ?O es que Anasagasti no ve a los verdugos? Desgraciadamente no tardar¨¢n en ponerle nuevas v¨ªctimas a la vista. ?Seguir¨¢ pidiendo que se las esconda?
Lejos de Espa?a, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar se sumaba a las lecciones de pragmatismo cotidiano. Aznar tiene el raro honor de ser el ¨²nico l¨ªder europeo que nunca afe¨® a Putin la masacre de Chechenia. Lo hizo, por supuesto, en nombre del realismo pol¨ªtico, porque la misi¨®n de un gobernante es estar bien con todo el mundo. Por el bien de Espa?a, por supuesto. Aznar ni siquiera recurri¨® la cl¨¢usula de compromiso de hacer una apelaci¨®n a los derechos humanos en su discurso, como hace el Rey cuando pisa territorios oscuros. El problema del pragm¨¢tico es que siempre se puede encontrar atrapado por alguien m¨¢s pragm¨¢tico todav¨ªa. Putin no se cort¨®: Chechenia y el Pa¨ªs Vasco son lo mismo. De este modo, los lazos con Aznar se hac¨ªan inquebrantables. Del pragm¨¢tico Aznar no sali¨® ni un reproche. Se hab¨ªa olvidado de las v¨ªctimas, las chechenas, por supuesto, para no emborronarle la p¨¢gina a Putin. Y la amnesia le hizo olvidar tambi¨¦n al Pa¨ªs Vasco. En defensa del pragmatismo de los poderosos, algunos denuncian con raz¨®n la tendencia espont¨¢nea al 'ballet moral', para seguir con Kundera, que tenemos a menudo los que escribimos, muy dados a poner la ¨¦tica al servicio de nuestros narcisismos. Se puede aceptar como advertencia, pero no como legitimaci¨®n de quienes desde el pragmatismo niegan relevancia pol¨ªtica a los juicios morales. Porque hay un territorio que es el de la moral real, donde cada cual asume sus compromisos, que s¨®lo puede construirse sobre la renuncia al eufemismo y sobre el rechazo a ocultar las v¨ªctimas. Este territorio es el espacio del debate pol¨ªtico, por lo menos en las sociedades democr¨¢ticas que todav¨ªa no han sido arrastradas por el pragmatismo hacia la irrecuperable enfermedad de la indiferencia.
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