Una bella mirada oscura

Karyn Kusama es una guionista y directora estadounidense casi aprendiza, pero que en Girlfight, su primer largometraje, concibe y mueve im¨¢genes con recursos de una curtida profesional. Su humilde e inteligente filme recorri¨® en el a?o 2000 un esplendoroso itinerario, que le llev¨® desde su desvelamiento y triunfo en el Festival de Sundance a la sanci¨®n bautismal de convertirse en un t¨ªtulo b¨¢sico de la muy rigurosa y c¨¦lebre programaci¨®n de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, donde arranc¨® otro premio.

No es Girlfight uno de esos livianos, huecos ejercicios de cine facil¨®n y con trastienda tramposa que entran en los circuitos de la distribuci¨®n multinacional nortea-mericana ampar¨¢ndose en el prestigio y la condici¨®n de coartada que les da su pobreza. Es ciertamente cine pobre, hecho con cuatro d¨®lares en el aire sucio (pero libre) de una esquina y en la encerrona de un viejo garaje abandonado, pero lleva dentro riqueza en forma de limpieza, de diafanidad expositiva y de apasionante (e infrecuente) cercan¨ªa entre lo que la c¨¢mara busca y lo que encuentra, indicio fiable de dominio de las reglas de juego que gobiernan los fr¨¢giles y borrosos territorios del cine de acera, donde esta humilde lecci¨®n de inteligencia se mueve con soltura y rara capacidad para ir al grano.

Kusama no usa pirotecnias de imagen ama?ada ni turbias cartas marcadas en la composici¨®n de un relato que se presta a ambas marruller¨ªas a causa de su condici¨®n de par¨¢bola, de arco metaf¨®rico global. La intensa y loca busca de libertad de una bella, terca y recia muchacha del Nueva York hispano, que encuentra en el ring de boxeo de su barrio un campo de batalla ¨ªntimo en el que hacer aflorar los rasgos de su identidad herida, es con toda evidencia un arco metaf¨®rico. Pero Kusama no nos cuela, en las oquedades que le ofrece este arco, un relleno de materia ret¨®rica, o un ama?o de ideolog¨ªa feminista de andar por casa, sino la creaci¨®n de cine realista de alta precisi¨®n y gran pureza, f¨ªsicamente vivo, cre¨ªble, con el poder de convicci¨®n y la inmediatez de imagen de un genuino documento.

Es la admirable actriz Michelle Rodr¨ªguez quien pone tierra firme y carne de asfalto bajo los pies de barro del filme, quien carga de gravedad y energ¨ªa (una explosiva energ¨ªa fotog¨¦nica con capacidad de arrastre moral) a esa busca de inmediatez de su directora. La joven actriz, casi una chiquilla, materializa una composici¨®n f¨ªsica tan pegadiza, natural y ajustada al personaje; tan concienzuda y llena de pausada viveza, que se convierte en una chica boxeadora de perfil n¨ªtido e irrefutable, una ficci¨®n de carne viva. Michelle Rodr¨ªguez es la columna vertebral de un juego dram¨¢tico peligroso, que se mueve en el borde de la tragedia y que, por ello, corre el peligro de un batacazo que no llega gracias a ella y a la humildad de su directora, que acepta al pozo de la oscura mirada de la ni?a boxeadora como espejo en el que debemos buscar la luz escondida de este bello filme balbuciente.