Carros y toreros
Se ha dicho que Triana solo necesita dos plazas: la de Santa Ana con su catedral para el avio y la Del Altozano, porque los trianeros viv¨ªan y a¨²n viven pendientes del r¨ªo que primero pasaba libre, luego se ausent¨® para dar lugar a ese fracaso de Corta y al final vuelve a correr, como siempre, bajo el Puente de Isabel II que, con el de San Telmo, y el m¨¢s moderno de La Expiraci¨®n une a Sevilla con este barrio-ciudad menor que es Triana.
Desde la margen opuesta del r¨ªo Guadalquivir, tomando como punto de partida el Parque de Mar¨ªa Luisa, regalo de la Infanta del mismo nombre a la poblaci¨®n que lo conserva y hasta embelleci¨® con la monumental Plaza de Espa?a, obra de Anibal Gonz¨¢lez, ejecutada con vistas a la Exposici¨®n Universal de 1929.
Hay hermosos y bien conservados edificios de acristalados miradores y fachadas decoradas con cer¨¢mica
El arquitecto en su primer plan la imagin¨® doble. No pudo ser, menos mal porque tambi¨¦n estaba previsto derribar todo una vez concluida la Muestra. As¨ª que ni circular ni destruida, eso se ha salido perdiendo por la primera parte y ganando en la segunda como se comprueba al ver las excelentes cer¨¢micas y artesonados en aut¨¦ntica caoba cubana a¨²n conservados, y muy bien, las distintas dependencia civiles y militares que se reflejan sobre la superficie del estanque estrecho donde hay barcas de alquiler.
Ya pasado el Parque est¨¢ la antigua F¨¢brica de Tabacos, hoy edificio central de la Universidad, presidida por lo que los sevillanos llaman el Caballo que en realidad es la estatua ecuestre del Cid Campeador.
Desde aqu¨ª, por la Ronda de la Universidad, dejando al otro lado el Palacio de San Telmo que tiene en com¨²n con las cercan¨ªas del lugar buscado el haber sido su heredero como escuela de mareantes, ya se ve el Paseo de Col¨®n y andando un poco, cruzando esta v¨ªa, uno de los Puentes que conectan Sevilla y Triana: El de San Telmo.
Si pasa hasta la Plaza de Cuba desde los Jardines de Cristina, ya arranca la calle Betis, aut¨¦ntica y antigua v¨ªa marinera bautizada con el mismo nombre que los romanos dieron al r¨ªo que va debajo de ella, habitualmente manso.
Es inevitable parar a trechos paseando por aqu¨ª; la Real Maestranza de Caballer¨ªa-Plaza de Toros-El Paseo de Col¨®n, Teatro de la Opera, barcos absurdos navegando -surfing se llama uno con pinta de ba¨²l a la deriva-, vistos toman otra perspectiva; unas veces admirable y otras divertidas.
La coronaci¨®n de la torre campanario de Santa Ana est¨¢ ah¨ª mismo. Puede ser, por tanto, que disimuladamente alguna haya desviado sus pasos para dar las 'tres patadas al negro', cer¨¢mica existente en la otra catedral de Sevilla. La tradici¨®n dice que con este acto pateador conseguir¨¢ novio. De cualquier modo por Pureza o Betis se encuentra un espacio abierto, confluencia de varias calles: San Jacinto, las dos mencionadas, Pag¨¦s del Corro y el Puente de Triana que vino a sustituir con su f¨¦rrea y elegante estructura al antiguo de Barcas atadas con cadenas por donde sali¨® corriendo Don Miguel de Cervantes despu¨¦s de rescatar a su hermano peque?o siendo chavales antes de intentar su padre la aventura de Indias.
En la terraza del bar Los Parientes, a la vera de la casa de Francisco de Ari?o 'que en este lugar del Altozano, frente al Castillo de la Inquisici¨®n escribi¨® sus primeros anales de Triana que recogen curiosos hechos y casos de la vida cotidiana del arrabal de fines del siglo XVI y principios del XVII' como indica el mosaico, dando cuenta de una copa de manzanilla, tapas de marisco, frituras del establecimiento y ali?os variados servidos por Pedro, hijo del propietario, se encontrar¨¢ con la estatua de Juan Belmonte que luce la misma sobria y tr¨¢gica apariencia que la figura del maestro en vida y muerte. Faltan, acompa?¨¢ndole, Chicuelo, Cagancho, Rafael y Curro Puya y otros trianeros taurinos.
Junto a la estatua, un enorme ficus guardi¨¢n del jardincillo en el que hay 'muchos mendigos y porretas', seg¨²n el camarero. La verdad es que a las horas normales no se ve ninguno. Tampoco se echan de menos. Lo que si es una ausencia casi dolorosa es la del Kiosco de las Flores y su pescaito, presente bajo el arranque del Puente desde finales del siglo XIX; ha sido sacrificado en aras del aparcamiento en construcci¨®n para el Nuevo Mercado de Triana, que va a ser, dicen, el mejor de Europa. A ver si es cierto, desde fuera ya promete.
Hay hermosos y bien conservados edificios de acristalados miradores y fachadas decoradas con la cer¨¢mica que no puede faltar en este barrio donde lleg¨® ha haber medio centenar de talleres. Entre aquellos se hace notar el de la Farmacia de Aurelio Murillo, hoy regentada por su descendiente la Licenciada Do?a Mar¨ªa Luisa que, rodeada de antiguos tarros (Esponja Preparada, Polvos de Almid¨®n, Cotearria, etc¨¦tera), contar¨¢ que esta botica comenz¨® a funcionar en 1869 y desde entonces, ininterrumpidamente la tiene la familia.
En la entrada hay un banco y un mural de cer¨¢mica, obra de Virgil Escalera (1813) testigos de la invenci¨®n, seg¨²n narra la farmac¨¦utica, de c¨®mo su bisabuelo Enrique descubri¨® la Lactobismutina, solicitada por clientes de toda Europa.
Ya en la rebotica, grande y bien cuidada, hay etiquetas antiguas de pomadas antilu¨¦ticas -contra las enfermedades ven¨¦reas-, otras de productos olvidados y con cierta nostalgia la actual propietaria comenta que ah¨ª se mudaban de ropa los artistas contratados para la Feria de Triana.
No hay que olvidar que est¨¢ muy cercano el Templo de San Jacinto, a dos pasos, en la calle del mismo nombre. Es un edificio del siglo XVIII, con jard¨ªn propio bien arbolado en la ¨²nica entrada restante de las tres que ten¨ªa. En la Iglesia, rectangular, larga de tres naves, no solo se puede admirar la estructura dise?ada por Mat¨ªas de Figueroa o las im¨¢genes de San Juan de Colonia, San Wenceslao de Cracovia y San Pedro de Verona (celestiales inmigrantes dominicos) sino que dentro del sacro lugar est¨¢ nada menos que el Simpecado de la Hermandad Rociera de Triana. Merece la pena contemplar esta joya salida de las manos de Ignacio G¨®mez Mill¨¢n
Al marchar, atravesando el r¨ªo, queda El Altozano a las espaldas, siempre dando la frente al r¨ªo.
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