El rey del mambo
Ven¨ªa Enrique Ponce a protagonizar una haza?a, lo llamaban gesta, podr¨ªa tratarse de un gesto, y acab¨® haciendo el rid¨ªculo. ?Se ha o¨ªdo hablar del parto de los montes? Pues por ah¨ª, inclu¨ªdo el rat¨®n que el monte pari¨®. Eso s¨ª, iba Enrique Ponce como si se tratara del rey del mambo, la cabeza alta, pisando fuerte y si sus limitaciones provocaban m¨²sica de viento, le sobraban ¨ªnfulas para salir a saludar y ah¨ª se las dieran todas.
La gesta consist¨ªa en que iba a lidiar los correosos toros de Dolores Aguirre y resulta que a la hora de la verdad s¨®lo le toc¨® uno pues el otro pertenec¨ªa a la ganader¨ªa de Victoriano del R¨ªo, que demandan las figuras para simular proezas.
Ocurri¨® que de los ocho toros que present¨® la ganadera a reconocimiento, los veterinarios rechazaron tres por falta de trap¨ªo (o eso dicen). Faltaba, pues, uno, e introdujeron el de Victoriano del R¨ªo. Que, curiosamente, de trap¨ªo ten¨ªa poco, luc¨ªa tipo zapato (eso s¨ª, de charol), y desmerec¨ªa llamativamente de los grandones y destartalados ejemplares del hiero titular. El bomb¨®n le correspondi¨®, ?ah!, cosas del destino, a Enrique Ponce, ?oh!; que las casualidades de la vida gozan, ?huy!, de gran punter¨ªa cuando de los reyes del mambo se trata.
Aguirre / J. Mora, Ponce, E. Mora
Cinco toros de Dolores Aguirre (de ocho presentados se rechazaron tres en el reconocimiento), grandes y serios, con excepci¨®n del 5? (para Ponce), escurrido, que se tapaba por cornal¨®n; algunos, sospechosos de pitones; feos de tipo; de descastada mansedumbre y mal estilo, varios broncos. 2? (para Ponce), de Victoriano del R¨ªo, chico, flojo, de encastada nobleza. Juan Mora: media estocada ca¨ªda y dos descabellos (bronca); estocada corta atravesada, dos descabellos -aviso- y descabello (algunos pitos). Enrique Ponce: media, rueda de peones, descabello -aviso- y dobla el toro (divisi¨®n y sale a saludar); estocada corta atravesad¨ªsima ca¨ªda, rueda de peones y dos descabellos (algunas protestas). Eugenio de Mora: estocada corta baja y bajonazo (silencio); media, el puntillero levanta varias veces al toro, larga agon¨ªa que contsin que el matador utilice el descabello -aviso-, descabello y se echa el toro (pitos). Plaza de Las Ventas, 8 de junio. 30? corrida de abono. Lleno.
El toro de Victoriano del Rio sac¨® fuerza escasa, seg¨²n conven¨ªa a la industria, y desarroll¨® una encastada nobleza de la que bien pod¨ªa sentirse orgulloso el ganadero. Pronto, fijo y humillado en sus embestidas, le estuvo brindando un se?alado triunfo a quien se pusiera delante. Lo que sucedi¨®, sin embargo es que Enrique Ponce, delante -lo que se dice delante- duraba poco. Daba el pase y apenas concluido ya estaba zapatillando fren¨¦tico hacia parajes alejados del encornado especimen. Y as¨ª no es.
Una voz de las alturas resumi¨® lo que acontec¨ªa: 'Se va sin torear' (el toro). Y otra apostill¨®: 'A cobrar' (el torero). Vox populi le llaman a esa figura. Termin¨® la faena, la gente dividi¨® su sanci¨®n por lo acaecido y Enrique Ponce sali¨® a los medios a recibir montera en mano los aplausos y los pitos, tan fresco.
El quinto toro result¨® ser el m¨¢s escurrido de la corrida, lo cual frustr¨® a los sesudos observadores pues confiaban que ser¨ªa el m¨¢s grande, aunque s¨®lo fuese por cuestiones de dignidad torera. En cambio luc¨ªa una respetable testa. Este toro ya no era el pastue?o de Victoriano del R¨ªo sino que sac¨® la mansedumbre y la aspereza com¨²n a los pupilos de Dolores Aguirre. De manera que Ponce multiplic¨® los zapatilleos entre derechazos desabridos, hasta que tir¨® por la calle de en medio, machete¨® y le meti¨® al toro un sablazo transversal, que si llega a ahondarlo, asoma medio acero por la banda contraria del pescuezo.
Tost¨®n de toreo y tost¨®n de corrida. Juan Mora no se confi¨® con primer toro, que ten¨ªa casta, y en cambio al cuarto le lig¨® dos tandas de redondos con el gusto y la personalidad que conforman su patrimonio de artista. Despu¨¦s el manso se puso desapacible, hu¨ªa ruedo a trav¨¦s y Juan Mora no encontr¨® recursos para dominarlo. Eugenio de Mora no pudo sacar partido a un descastado tercero que apenas embest¨ªa y el sexto, que a?ad¨ªa a la mansedumbre bronquedad y feo estilo, lo empiton¨® al principio de la faena, cuando intentaba un derechazo.
Sali¨® Eugenio de Mora con el frontal de la taleguilla destruida, los pecados al viento. En pasadas ¨¦pocas, si esto ocurr¨ªa el toreo se pon¨ªa el pantal¨®n de un monosabio, y a correr. Hoga?o los ayudantes tiran de venda y tras un rato de labor, qued¨® Eugenio de Mora vendado (aunque m¨¢s parec¨ªa empapelado) y con inquietantes trazas pues lo dejaron como si llevara los calzoncillos a la virul¨¦ por encima de la taleguilla. A la estampa le faltaba gallard¨ªa, francamente. O sea, que carec¨ªa de grandeza. Con semejante pinta uno ni puede competir con el Rey del Mambo ni creerse la Reina del Chanteclaire. De manera que hizo bien Eugenio de Mora en abreviar. La gloria es dif¨ªcil de alcanzar en calzoncillos.
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