Urgente para Bush
Juan Aranzadi, en El escudo de Arqu¨ªloco, aparecido ahora mismo en la colecci¨®n M¨ªnimo Tr¨¢nsito de A. Machado Libros, trata sobre mes¨ªas, m¨¢rtires y terroristas en dos vol¨²menes de lectura muy recomendada como ejercicio de di¨¢logo y de racionalidad. El primer tomo lo subtitula sangre vasca, y el segundo, el 'nuevo Israel' americano y la restauraci¨®n de Si¨®n. Son apenas 1.206 p¨¢ginas, pero resultan imprescindibles para impulsar el debate intelectual, ¨¦tico y pol¨ªtico sobre bases bien averiguadas. Por ejemplo, al presidente de Estados Unidos, George W. Bush, que hoy llega a Madrid, se le debiera facilitar de urgencia un ejemplar de El escudo de Arqu¨ªloco para instruirle en alguna de las derivaciones patol¨®gicas de la tradici¨®n mesi¨¢nica protestante, como la que recoge Aranzadi en una cita de Gore Vidal donde describe la polarizaci¨®n del pa¨ªs entre el partido de los hombres, que desea restablecer un gobierno representativo sobre la base de la Declaraci¨®n de Derechos, y el partido de Dios, empe?ado, por medio de prohibiciones legales y tab¨²es impuestos, en un Estado totalitario bajo el Dios de los Cielos, con Estados Unidos convertido finalmente en prisi¨®n, con test obligatorios de sangre, orina y detector de mentiras, y con los seguidores del Dios de los Cielos como polic¨ªas, responsables s¨®lo ante Dios.
Aranzadi confiesa que su nuevo libro surgi¨® como pr¨®logo imposible a la reciente reedici¨®n de Milenarismo vasco y antisemitismo democr¨¢tico. Dice tambi¨¦n que prepara una ¨¦tica para fugitivos, pero las p¨¢ginas que ahora presenta se le escapan de ese itinerario anunciado. Adem¨¢s, el autor se atreve a transgredir la prescripci¨®n de callar sobre s¨ª mismo, impuesta por Bacon y Kant, a quienes aspiraran a la racionalidad y la objetividad. Y esa transgresi¨®n nos permite adentrarnos por los laberintos personales donde anida la memoria diferenciada que de los mismos hechos de una determinada ¨¦poca tienen, por ejemplo, Jon Juaristi y Juan Aranzadi. La clave se dir¨ªa que reside en la distinta recepci¨®n que del Concilio Vaticano II y de las enc¨ªclicas papales de Juan XXIII y Pablo VI, Pacem in terris y Populorum progressio, hicieron en el colegio de Nuestra Se?ora de Bego?a de los jesuitas en Indauchu, donde estudi¨® Aranzadi, y en el de Gaztelueta del Opus Dei, del que fue alumno Juaristi.
Qu¨¦ interesante acompa?ar al autor de El escudo de Arqu¨ªloco en la recuperaci¨®n de esos momentos de generosidad adolescente, de nostalgia de absoluto, por emplear el t¨ªtulo de George Steiner, de plena disponibilidad incluso con 'voluntad de martirio'. Momentos marcados por el deseo de entrega a una gran causa, que valiera la pena, mediante la adopci¨®n de un compromiso religioso, enseguida transferido -como explica Aranzadi- a alguna de las m¨¢s prestigiosas metamorfosis secularizadas del pueblo de Dios: la clase obrera o el pueblo vasco, o mejor a¨²n, a su s¨ªntesis, a la que denomina engendro parido por ETA: 'el pueblo trabajador vasco'. Llegados aqu¨ª, me asalta el recuerdo de aquella mesa redonda en un colegio mayor de la Ciudad Universitaria madrile?a compartida con Ernesto Gim¨¦nez Caballero. La intervenci¨®n del inspector de alcantarillas, ante un auditorio tan joven como acr¨ªtico, estuvo dedicada a exaltar el misticismo falangista y fascista de los a?os treinta. Despu¨¦s surgi¨® la primera pregunta incontestada sobre la distancia pr¨¢ctica que hay entre misticismo y terrorismo. C¨®mo se pasa de ser suministrador de ret¨®rica sublime a la acci¨®n directa de los pu?os y, sobre todo, de las pistolas. En esa misma l¨ªnea, Aranzadi apunta que nadie se siente m¨¢s legitimado para matar por una causa que quien est¨¢ dispuesto a morir por ella, y asegura que es muy corta la distancia entre el m¨¢rtir y el asesino. La afirmaci¨®n, tal como se transcribe, parecer¨ªa excesiva por generalizadora. Ser¨ªa m¨¢s exacto reducir su alcance diciendo que entre los que est¨¢n dispuestos a morir por una causa pueden encontrarse algunos que se sientan tambi¨¦n legitimados a matar por ella. Puede que sobre el campo de fuerzas que dibujan los aprecios y los desprecios, los valores proclamados por Juan Aranzadi, sea improbable edificar cualquier sociedad en la que dese¨¢ramos habitar, pero su libro nos convoca ya a un debate sin trampas.
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