Con perd¨®n por la 'mascarada publicitaria'

Mi admirado Javier Mar¨ªas, cuya proverbial modestia goza de general estima entre los lectores de este peri¨®dico, ha salido por una vez de su acostumbrado recato por mi referencia, de pasada, al brutal atropello del que fue v¨ªctima a causa del incumplimiento de un contrato que firm¨® con Iberia (algo que sucede a menudo a los escritores con sus editores, pero sin duda de forma menos dolorosa y dram¨¢tica).

Cit¨¦ este caso como podr¨ªa haber citado otros muy recientes que tambi¨¦n le conciernen: por ejemplo, el de la traducci¨®n en las p¨¢ginas de Cultura de EL PA?S de una rese?a de The New York Times en la que se encomiaba alguna de sus novelas, siendo as¨ª que, dos o tres semanas atr¨¢s, el mismo rotativo neoyorquino hab¨ªa publicado otro comentario, elogioso tambi¨¦n, de Menstruario, de Juli¨¢n R¨ªos, sin que nadie incurriera en el provincianismo de reproducirlo (si yo enviara lo que publicaron en los ¨²ltimos meses sobre mi trabajo algunos diarios de prestigio internacional, sobrecargar¨ªa las p¨¢ginas de Cultura de EL PA?S con mamotretos que s¨®lo interesan a mi editor y a m¨ª).

Quiero se?alar, para concluir, que los paralelos establecidos entre autores exigen una reciprocidad o correspondencia entre los t¨¦rminos o sujetos de la comparaci¨®n, y siempre me he re¨ªdo de ellos cuando ata?en a mi persona. De otro modo, conforme a la citada rese?a de The New York Times, ?habr¨¢ que llamar en adelante a Proust el Javier Mar¨ªas franc¨¦s, y a Musil, el alem¨¢n?-