Inmigrantes protegidas
Nueve mujeres que denunciaron a sus proxenetas esperan el momento de testificar ocultas en un piso de Madrid
Para una mujer que ha ejercido la prostituci¨®n, denunciar al proxeneta que la ha explotado durante a?os, con el riesgo de que la encuentre y se vengue, no es una decisi¨®n f¨¢cil. M. es colombiana y afirma tener 19 a?os, pero aparenta muchos menos. Desde los 11 ejerce la prostituci¨®n. Primero en su pa¨ªs, y despu¨¦s en un club de Galicia, adonde lleg¨® enga?ada por unos mafiosos que le hicieron creer que iba a conseguir un trabajo en Espa?a. Logr¨® escaparse del club y, no recuerda c¨®mo, lleg¨® a Madrid. La polic¨ªa la encontr¨® vagando por las calles de la capital, balbuceando cosas sin sentido, y la traslad¨® a un centro municipal de acogida de indigentes. Tras muchas dudas, decidi¨® acogerse a las leyes de Protecci¨®n de Testigos y de Extranjer¨ªa y denunciar al proxeneta que la hab¨ªa explotado durante a?os. Ahora, M., que sufre trastornos de personalidad debido a las vejaciones a las que ha sido sometida, vive con otras ocho ex meretrices en un piso de acogida de la Asociaci¨®n Para la Prevenci¨®n, Reinserci¨®n y Atenci¨®n de la Mujer Prostituta (Apramp) en el centro de Madrid. Todas ellas son testigos protegidos.
Los asistentes sociales no las dejan solas. En ocasiones han visto a mafiosos rondando la casa
Como estas chicas, hay otras mujeres inmigrantes que, tras ejercer la prostituci¨®n, han decidido romper con su pasado y dar un paso adelante. Han llegado desde Latinoam¨¦rica, ?frica y los pa¨ªses del Este de Europa. La mayor¨ªa son j¨®venes que han perdido el miedo a hablar. La polic¨ªa tiene constancia de que en los ¨²ltimos meses al menos 30 mujeres del Este, la mayor¨ªa rumanas que ejerc¨ªan la prostituci¨®n en la Casa de Campo, han denunciado a las redes que las introdujeron en Espa?a y las explotaron. Este gesto de coraje les garantiza, adem¨¢s del anonimato, la obtenci¨®n de un permiso de residencia. Gracias a las denuncias de algunas prostitutas, la Polic¨ªa Nacional ha detenido a 39 individuos acusados de proxenetismo. Los ¨²ltimos cuatro, ayer, con el desmantelamiento de una organizaci¨®n rumana dedicada al tr¨¢fico de mujeres y a su explotaci¨®n sexual en Madrid.
Las redes de trata de blancas traen a Espa?a a chicas que se encuentran en situaci¨®n precaria, y aqu¨ª las explotan. Las ¨²ltimas cat¨¢strofes naturales que han sufrido algunos pa¨ªses de Latinoam¨¦rica han hecho que miles de mujeres hayan tenido que dejar su lugares de origen para buscarse la vida fuera. A los pocos meses es posible verlas ofreci¨¦ndose en lugares como la madrile?a Casa de Campo. Las mafias las controlan para que no tomen drogas. De esta manera prolongan su vida ¨²til en el negocio.
Cuando envejecen, o simplemente para despistar a la Polic¨ªa, los mafiosos las venden a otros proxenetas o las cambian por otras m¨¢s j¨®venes. A?os m¨¢s tarde, las que no han podido librarse de la explotaci¨®n y han dejado de ser atractivas, terminan vendi¨¦ndose en las calles de algunas ciudades del norte de ?frica. Entonces, a las redes ya no les importa que se droguen.
'Estas mujeres denuncian a sus proxenetas no s¨®lo porque la polic¨ªa haya desarticulado una red. A veces nos llegan casos de chicas a las que han tra¨ªdo los propios clientes. Ya pueden ser las siete de la tarde como las tres de la madrugada', afirman en Apramp.
El primer paso, una vez que llegan al centro de acogida, es quitarles la angustia que sufren. 'Luego tenemos que convencerlas para que ratifiquen la denuncia que han puesto, se sientan seguras y contentas de lo que han hecho y acudan a testificar ante el juez', explican en la asociaci¨®n.
Los educadores no las dejan solas ni un momento para que no se desmoronen. Incluso las acompa?an en todas las actividades que realizan fuera del piso de acogida, como ir a la piscina o a pasear. Ya ha ocurrido que alguna chica ha visto a su ex proxeneta merodear cerca de la casa.
Adem¨¢s, las asesoran sobre lo que prefieran hacer en el futuro: volver a sus pa¨ªses o quedarse en Espa?a y, tras regularizar su situaci¨®n, conseguir un trabajo digno. En algunos casos, muy pocos, huyen del centro y vuelven a prostituirse. Pero la mayor¨ªa se queda y empieza una nueva vida. Asiste a clases de castellano en el centro, despu¨¦s intenta sacarse el Graduado Escolar y, con un poco de suerte, consigue un empleo.
'Son mujeres con unos h¨¢bitos muy distintos a los nuestros. Casi ninguna ha trabajado en algo que no sea la prostituci¨®n, as¨ª que las ense?amos a habituarse a los horarios, a alimentarse bien, a cuidar la higiene...', explican en Apramp.
E. est¨¢ en el centro desde hace quince d¨ªas. Es de Ecuador, donde dej¨® a su marido para buscar una vida mejor en Espa?a. Una supuesta organizaci¨®n de viajes la enga?¨®: le ofreci¨® pagarle el billete y la estancia en Madrid durante tres meses y buscarle trabajo durante ese tiempo. Pero el trabajo no lleg¨® y E. se endeud¨® en m¨¢s de dos millones de pesetas con la mafia. No es una cantidad excesivamente alta en este ambiente s¨®rdido. En el caso de las nigerianas, la deuda suele ascender a ocho o nueve millones.
La manera de devolver el dinero, le dijeron a E. sus explotadores, es que se prostituyese en un piso con otras mujeres. Le presentaron a otras chicas que ejerc¨ªan la prostituci¨®n y le hicieron creer que era su ¨²nica salida. E. se escap¨® de su cautiverio y denunci¨® a la red. En lo ¨²nico que piensa ahora es en volver a Ecuador con su familia. Esta mujer, de poco m¨¢s de veinte a?os, presenta una personalidad infantil. 'Las mafias siempre se ceban con las personas m¨¢s d¨¦biles', denuncian en Apramp.
A pesar de su dramatismo, el caso de E. no es de los peores. Muchas veces las redes las secuestran y las amenazan de muerte, a ellas y a sus familiares. Otras veces son sus propios parientes quienes las venden a la mafia. Si abandonan el ejercicio de la prostituci¨®n, saben que ser¨¢n repudiadas por su entorno.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.