Contra la credulidad
Lo mismo en pol¨ªtica que en econom¨ªa o en ciencia, en filosof¨ªa o en religi¨®n somos demasiado cr¨¦dulos. No nos dirigimos por la raz¨®n, sino por otros motivos poco convincentes, que aceptamos por sentimiento, por costumbre o por admiraci¨®n hacia lo desconocido. Desde antiguo se ha dicho demasiado alegremente que somos un animal racional, pero lo ejercemos poco. Incluso los que creen dirigirse por la raz¨®n est¨¢n tan pose¨ªdos de s¨ª mismos que olvidan la facilidad con que nos equivocamos. Cuando ejercitamos nuestra raz¨®n estamos demasiado dominados por nuestro orgullo personal, crey¨¦ndonos m¨¢s poseedores de la verdad de lo que realmente somos.
Yo, que he estudiado en mi larga vida mucha matem¨¢tica, llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que algunas de sus demostraciones no me acaban de convencer. Y me sent¨ªa desazonado por ello. Pero me tranquilic¨¦ al conocer las dos obras de los matem¨¢ticos franceses M. M. Lecat en 1935 y F. Rostand en 1960. En ellas demuestran que casi todos los grandes matem¨¢ticos, que s¨®lo se dirigen por la l¨®gica de la evidencia, han cometido errores garrafales que se han tardado a veces a?os y aun siglos en demostrar su equivocaci¨®n. Cito algunos de los m¨¢s conocidos: Abel, Bernoulli, Cauchy, Euler, Fermat, Causs, Lagrange, Poincar¨¦.
La conclusi¨®n es que somos demasiado cr¨¦dulos. Lo mismo los creyentes que los no creyentes. Parece, como dec¨ªa el fil¨®sofo Scheler, que o creemos en un Dios o en un ¨ªdolo. La prueba est¨¢ en los cr¨ªticos de la religi¨®n que han sido supersticiosos. Entre los literatos franceses se cuentan Balzac, los dos Alejandro Dumas, el supercr¨ªtico del catolicismo -en sus obras sobre Lourdes o Roma-, ?mile Zola. Y entre los dirigentes pol¨ªticos tenemos nada menos que a Hitler, que consultaba siempre a alg¨²n vidente.
En nuestro pa¨ªs no hay nada m¨¢s que ver los concursos culturales que se transmiten por la televisi¨®n, donde es frecuente que los concursantes lleven alg¨²n amuleto para acertar en las contestaciones.
Los creyentes espa?oles no han conocido las ense?anzas b¨¢sicas del cristianismo expuestas por sus mentores m¨¢s famosos, como San Agust¨ªn y Santo Tom¨¢s. El primero se?alaba que 'la fe, si antes no se piensa, ser¨¢ nula': 'Dios est¨¢ muy lejos de odiar en nosotros esa facultad por la que nos cre¨® superiores al resto de los animales. ?l nos libre de pensar que nuestra fe nos incita a no aceptar ni buscar la raz¨®n, pues no podr¨ªamos ni aun creer si no tuvi¨¦ramos almas racionales'. Y Tom¨¢s a?ad¨ªa que hay que seguir siempre la conciencia cierta, incluso exponi¨¦ndonos a ser expulsados de la Iglesia (In IV Sent.).
Y yo me pregunto: ?cu¨¢ntos cat¨®licos saben esto?; ?es esto lo que nos han ense?ado en el catecismo, en el manual de religi¨®n o en las homil¨ªas dominicales? ?O ense?aron que debemos creer ciegamente y tener cuidado de no usar demasiado nuestra raz¨®n en estas 'delicadas' cuestiones religiosas?
A pesar de todo, los creyentes nos creemos unos privilegiados que, por el hecho de ser creyentes, vamos a tener una especial atenci¨®n de Dios por serlo. No obstante, yo tuve la suerte de leer de joven a un famoso fil¨®sofo cat¨®lico franc¨¦s, el padre Valensin, que tuvo el buen acuerdo de escribir un excelente catecismo que titul¨® Initiation Catholique, donde de entrada nos desenga?a, y dice que 'el que quiere hacerse cristiano debe saber que no puede esperar de la religi¨®n ninguna ventaja de orden temporal, ni tendr¨¢ m¨¢s ¨¦xito en sus empresas, ni estar¨¢ al abrigo de accidentes ni del sufrimiento'. Excelente idea: no existe acepci¨®n de personas por motivo de creencia, como muchos creyentes ingenuos piensan.
Y uno se pregunta, como yo he hecho muchas veces en este peri¨®dico, ?qu¨¦ raz¨®n podemos tener para ser creyentes? Las m¨¢s diversas ciencias, como la f¨ªsica cu¨¢ntica, la sociolog¨ªa y la filosof¨ªa, o incluso la religi¨®n, no puede pretender sino probabilidades. Los dos primeros autores que me lo ense?aron, y me convencieron, fueron, en ciencia, el fil¨®sofo y matem¨¢tico agn¨®stico Bertrand Russell, y en religi¨®n, el cardenal Newman, el intelectual m¨¢s profundo de la modernidad cat¨®lica. Despu¨¦s me lo corroboraron en otros campos los fil¨®sofos Lalande y Perelman. Al final de todo, lo m¨¢s que podemos conseguir es la convergencia de probabilidades.
Entonces, ?qu¨¦ es la fe? Acudo para aclararme a dos pensadores cat¨®licos: uno, el matem¨¢tico y fil¨®sofo ?douard Le Roy, y otro, el tomista Garrigou-Lagrange. El primero dice que la fe 'no es una simple adhesi¨®n intelectual a una lista de teoremas, o un cat¨¢logo de hechos, sino una marcha unitiva en la que el alma se da toda entera: no es una adhesi¨®n sentimental o voluntaria, sino el discernimiento de una exigencia de vida del esp¨ªritu; fe que no es ilusoria, sean cuales sean las representaciones que utiliza para expresarse'. Y va m¨¢s all¨¢ todav¨ªa aclarando que 'hay un absoluto en el fondo de la exigencia moral, y reconocerlo es ya afirmar a Dios, sea como sea, como se le nombre'. Para Garrigou-Lagrange es escoger el bien por el bien, como nuestra opci¨®n moral de base, y ese estado es lo que el creyente llama fe viva, pues 'el querer funcional de un hombre [que] se mueve eficazmente hacia el verdadero bien es justificado, se encuentra en estado de gracia' (El Salvador y su amor por nosotros). Aunque tome partido contra el concepto de Dios, del que abusivamente hablamos y queremos definir los creyentes, desvirtuando esa experiencia de base moral que es lo fundamental. Algo semejante dec¨ªa el neomarxista Garaudy, el biblista cr¨ªtico Bultmann y el te¨®logo K. Rahner: 'Tener un alma abierta, querer siempre m¨¢s all¨¢, no aceptar ninguna limitaci¨®n'. Esa fe b¨¢sica la llenamos enseguida de nociones discutibles, porque son humanas y limitadas: son las creencias, y en las cuales podemos disentir los seres humanos. Pero lo importante es esa experiencia moral b¨¢sica, la llamemos como la llamemos. Y habr¨ªa que preguntarse: ?qui¨¦n es verdadero creyente, el que dice no creer y escoge en su vida el bien por el bien, sacrificando su ego¨ªsmo, o quien no hace eso en su ego¨ªsta vida moral y acepta s¨®lo intelectualmente unas creencias religiosas? El Dios cristiano no hace aqu¨ª tampoco acepci¨®n de personas, seg¨²n el evangelio de Mateo (cap¨ªtulo XXV).
Yo pienso que los creyentes deb¨ªamos tener en nuestra mesilla de noche, para lectura reposada, a un autor que pensara lo contrario que nosotros, para ejercitarnos en un cierto lavado de cerebro y limpiarnos de prejuicios. Yo abogo por Nietzsche, como hizo el pensador cat¨®lico Gustave Thibon, y en ¨¦l aprender¨ªamos la gran diferencia entre el cristianismo aut¨¦ntico y el inaut¨¦ntico. Ver¨ªamos en Nietzsche que 'las principales ense?anzas del cristianismo s¨®lo enuncian las verdades esenciales del coraz¨®n humano'. La virtud fundamental, para ese cristianismo aut¨¦ntico, es 'la sinceridad', nunca decir no a nada, sino decir s¨ª, ya que 'no establece diferencias entre jud¨ªo y no jud¨ªo', y entonces es preciso 'defenderse de f¨®rmulas', aprender en cambio a vivir como ¨¦l vivi¨®, porque 'mostr¨® c¨®mo se debe vivir'. Y ese 'cristianismo aut¨¦ntico, original, seguir¨¢ siendo posible en todo tiempo', porque 'es una receta de felicidad', como ense?aron los dos primeros catecismos que hubo en los siglos I y II del cristianismo: La Didaj¨¦ y El pastor de Hermas.
Si somos creyentes o no creyentes, no seamos cr¨¦dulos, ?por favor!
Enrique Miret Magdalena es te¨®logo seglar.
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