Perplejidad, amigo Sancho
?C¨®mo est¨¢n los medios! Achille Bonito Oliva, cuyo nombre de conserva mediterr¨¢nea cuadra mejor que bien al evento, acaba de inaugurar la Bienal de Valencia, donde cierto artinstalador ha puesto unos televisores que giran alrededor de los espectadores para plasmar, asegura, la perplejidad. Qu¨¦ candor. Cuando la tele y los dem¨¢s medios dejan m¨¢s perplejo es precisamente cuando no se mueven y permiten que los cada vez m¨¢s exang¨¹es y desestimulados cerebros del consumidor de medios o medioconsumidor -los medios hacen que se consuma a medias el pasto intelectual y quiz¨¢ alg¨²n otro- se adhieren a sus superficies ora lisas y fr¨ªas de cristal ora arrugadas de papel o bien vibr¨¢tiles e incons¨²tiles del radiosonido. Y para que no se crea que digo esto a humo de pajas, voy a sostener mi tesis con dos ejemplos que se relacionan, casualmente, con el terrorismo.
Empecemos por la foto de los dos fantasmones o hermanos de su pasi¨®n particular, cuando no penitentes de su propia arrogancia, que posaron vestidos de la manera m¨¢s hortera posible para farfullar -no s¨¦ c¨®mo se puede hablar de otra manera con el rostro cobardemente empa?olado- ciertos delirios muy suyos que tratan de hacer pasar por pol¨ªtica, mejor dicho, por la pol¨ªtica, ya que est¨¢n dispuestos a suprimir a todos cuantos no la consideren como la ¨²nica pol¨ªtica posible. No se pueden ennumerar aqu¨ª todos los motivos de perplejidad que contiene la mercenaria entrevista, empezando por el que acabo de poner de manifiesto, es decir, su aspiraci¨®n al todo, a no dejar ning¨²n espacio a la pol¨ªtica adversa. Pero como el art¨ªculo iba a tratar de los medios y no de los fines me limitar¨¦ a transcribir su visi¨®n acerca de los mismos, refrenando las ganas de extraerle las expresiones que utilizaron casi textualmente Hitler y Stalin, sus mayores en totalitarismo.
Los chicos de la txapela y las pistolas han dicho sin pesta?ear: 'Los ataques contra los medios de comunicaci¨®n no vulneran la libertad de expresi¨®n. Al contrario, atentando contra los pseudoperiodistas y los medios de comunicaci¨®n que se muestran a favor de la opresi¨®n de Euskal Herria se ganan espacios para la libertad de expresi¨®n. Son asalariados al servicio de un Estado y unas fuerzas armadas extranjeras disfrazados de periodistas. Trabajan codo con codo, no respetan la deontolog¨ªa period¨ªstica, promueven la guerra'. O sea, limpieza, limpieza ¨¦tnica a mansalva, Ajax, Fairy y Omo totalitario que borre de la faz de la tierra a las sabandijas, a los enemigos del pueblo, a los jud¨ªos, a los artistas degenerados: 'Nunca nos dejaremos enredar en discusiones sin fin con hombres que -a juzgar por sus obras- eran locos o estafadores. S¨ª, siempre hab¨ªamos visto en la mayor parte de las maniobras llevadas a cabo por los cabecillas de estos Er¨®stratos de la cultura, s¨®lo acciones criminales'. En efecto, son palabras de Hitler, no he podido evitarlo.
Resulta curioso que el F¨¹hrer ponga bajo la advocaci¨®n de Er¨®stratos -el hombre que para hacerse c¨¦lebre quem¨® el templo de Artemisa en ?feso- a los jud¨ªos, 'que se hab¨ªan apoderado de los instrumentos que forman la opini¨®n p¨²blica', y a los 'embaucadores y locos' que sustra¨ªan el arte al pueblo alem¨¢n, cuando son los totalitarios de todo pelo quienes muestran una desusada afici¨®n por el fuego y los explosivos. Lo que nos lleva directamente a McVeigh, el neonazi yanqui que vol¨® de una vez un edificio federal con 168 vidas s¨®lo para que sirviera de escarmiento (m¨¢s o menos lo mismo que hacen nuestros sofisticados chicos de la pa?oleta, s¨®lo que constantemente).
Pues bien, al igual de lo que sucediera con ellos, en el caso de McVeigh concurren circunstancias que suscitan la mayor perplejidad medi¨¢tica. Resulta que cuando se dispon¨ªan a ejecutarle haciendo uso de una legalidad desmedida e inhumana, hubieron de retrasar la inyecci¨®n letal porque ten¨ªan problemas t¨¦cnicos para la retransmisi¨®n televisada, y as¨ª se lo hicieron saber. Poner las necesidades del medio por encima de la piedad hacia un hombre que ve c¨®mo se prolonga su agon¨ªa resulta tan cruel como poner las ideas -y concretamente las ideas acerca de los medios- por encima de la vida de los hombres. Perplejidad, ?qui¨¦n necesita que giren las teles?
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