Otro vuelo
Cuando despu¨¦s de los a?os uno vuelve ahora a Kanmand¨², T¨¢nger, Machu Pichu, la isla Elefantina, lugares que fueron sagrados para las tribus viajeras de los sesenta, aquellas que un d¨ªa confundieron la libertad con el viento en las sandalias, se encuentra todav¨ªa a unos seres herrumbrosos que se quedaron all¨ª varados sin fuerzas para levantar otro vuelo. Hoy parecen viejos mendigos, pero en su momento de esplendor fueron j¨®venes de doradas cabelleras que aprendieron a dormir por primera vez bajo las estrellas, apoyada la cabeza en un morral de apache lleno de libros de Kerouac o de Dylan Thomas y en compa?¨ªa de una navaja pac¨ªfica que les serv¨ªa para fabricar collares y brazaletes. En mi juventud tambi¨¦n hab¨ªa en la playa de Valencia un lugar inici¨¢tico que hoy est¨¢ a punto de desaparecer. Era el balneario de Las Arenas en cuya puerta paraba el tranv¨ªa de la Malvarrosa. All¨ª estaba el Parten¨®n azul, el bosquecillo de las jacarandas, la piscina con el trampol¨ªn modernista del cartel de Renau, el solario con los albornoces y las blancas toallas, las canciones de Renato Carosone en los bailes del domingo extasiadas en el aire junto al perfume de algas y calamares. Cuando he vuelto al balneario de Las Arenas siempre he encontrado tambi¨¦n all¨ª a un adolescente de entonces, paralizado en el tiempo, que ahora exhib¨ªa la ruina de su cuerpo semejante a la decrepitud de las paredes. Hasta hace poco luc¨ªa aun el mismo taparrabos sucinto de algod¨®n con cordoncillo aprovechando incluso en invierno cualquier solana para seguir muy bronceado. Estos seres varados en los lugares magn¨¦ticos mantienen en pie el sue?o de una generaci¨®n que puede derrumbarse en cualquier instante. Unas veces es el propio cuerpo de estos guardianes el que finalmente se desintegra; otras es la piqueta de las inmobiliarias la que irrumpe en ese espacio sagrado y te mata el alma. En realidad uno muere muchos a?os antes de expirar. La muerte te sucede cuando ya no comprendes nada de lo que pasa alrededor. Por eso no voy a llorar por la felicidad perdida en el aquel balneario. Maldigo a los criminales de la construcci¨®n que pueden cometer otro asesinato sobre las dulces sensaciones de nuestra juventud, pero uno ya est¨¢ preparado para olvidar el placer de aquellas fiestas, el sonido de los viejos trombones, porque hoy existen nuevos dones, otros espacios llenos de dicha y a cualquiera le puede arrebatar la locura del viento hacia otra armon¨ªa si tiene fuerza para levantar el vuelo.
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