Vamos a por verbena
Ahora que pas¨® la noche de San Juan y los est¨®magos est¨¢n ah¨ªtos de supervivencias folkl¨®ricas, la yerba verbena agradece que los enamorados no hayan ido por los campos a arrancarla. Ya no hacen falta salidas rituales al campo para eludir la vigilancia de los padres. Los padres se han vuelto m¨¢s comprensivos y los enamorados m¨¢s audaces. Las maneras de galanteo que usaron los andaluces se han ido mudando poco a poco. A cualquiera que se le dijera hoy que hace un siglo los novios andaban tendidos en el suelo habl¨¢ndose por la rendija de la puerta, ella dentro y ¨¦l fuera, mientras la familia, a pocos metros, refrescaba la noche con gazpacho y sardinas, creer¨ªa que le estamos contando un cuento. Pero eso era lo corriente en Arcos, en Alcal¨¢ de los Gazules, en el Coronil, en Arjona...
Mucho han cambiado por aqu¨ª los modos de galanteo. Por fin las mozas empiezan a tomar la iniciativa y en lugar de esperar a que las cortejen, cortejan ellas. Hasta ah¨ª todo parece seguir el signo igualatorio de los tiempos. Lo malo es que los muchachos est¨¢n tambi¨¦n aprendiendo a hacerse de rogar y empiezan a usar con fruici¨®n las viejas a?agazas femeniles.
El dejarse querer, las evasivas dando largas, o los achares bien calculados, van dejando de ser formas femeninas. En el fragor de los primeros amores, pocas cosas causan m¨¢s desaz¨®n que tener que tomar la iniciativa de acercarse uno a quien quiere. La incertidumbre del s¨ª o el no y el temor del var¨®n a ser rechazado generaron muchas f¨®rmulas indirectas de declaraci¨®n amorosa que evitaban afrontar, cara a cara, esa violencia sutil. En la Encuesta del Ateneo. (1901-1902) se lee: 'En algunos pueblos de las cercan¨ªas de Granada, cuando un mozo desea tener relaciones amorosas, se dirige a casa de su elegida con una gran porra y dej¨¢ndola en el zagu¨¢n, al tiempo de marcharse dice en voz alta: 'Porra fuera o porra dentro'. Si la moza no acepta las relaciones, al d¨ªa siguiente coloca fuera de la casa la porra para que el pretendiente pueda verla, si por el contrario acepta, adorna la porra con lazos y flores y la coloca en el sitio preferente de la habitaci¨®n donde reciben'.
No necesitamos ahora esas sufridas porras que mediaban en el desasosiego de los amantes. Nuestras mozas se declaran por derecho y nuestros mozos, con la novedad, no saben muy bien a qu¨¦ carta quedarse. Ellas se quejan ahora de que algunos parecen mariquitas cuando no obtienen el s¨ª de inmediato, pero seguramente no saben que practican el mismo despecho que durante siglos llev¨® a los mozos del campo de Priego a sembrar la noche de San Juan, una higuera en la puerta de la casa de la que los rechazaba para tacharla de lesbiana.
Cuando cambia una forma de relaci¨®n social, necesitamos tiempo para acomodarnos a la novedad. No vale decir que las mozas se han hecho unas desvergonzadas o que los muchachos se han vuelto mariquitas.
San Juan, cansado ya de porras granadinas, duerme bajo la sombra da?ina de la higuera.
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