Bajo la luz de gas
La gente est¨¢ muy sumisa y bastante adocenada, trabaja demasiado y sobre todo teme excesivamente por su precario trabajo, tan f¨¢cil y barato es hoy el despido, tan aterrorizados viven los empleados, que hacen horas extras sin osar pedir retribuci¨®n por ellas, que a menudo delatan o conspiran contra sus compa?eros por miedo a que sean ¨¦stos quienes los delaten o conspiren antes, que adulan a sus jefes con servilismo aunque ¨¦stos les repugnen y sean permanentemente abusivos, inmorales o injustos, que renuncian sin rechistar apenas a logros laborales obtenidos con desmedida lentitud y esfuerzo a lo largo de todo un siglo, que cargan con las culpas de la incompetencia o descuido de sus superiores y les regalan -por supuesto, con aplauso incluido- sus propias ideas e iniciativas. No hace falta decir que hablo en t¨¦rminos generales y que por tanto habr¨¢ mil excepciones y que ser¨¦ por fuerza impreciso. Pero la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn fue tal vez estupenda para quienes viv¨ªan del lado Este. Para los que habitaban este otro, el del Oeste, fue un desastre: la ca¨ªda del simb¨®lico muro de contenci¨®n ante la propensi¨®n natural del capitalismo m¨¢s bestia a aproximar sus modelos, lo m¨¢s posible, al gran y viejo negocio del esclavismo, sin duda uno de los m¨¢s rentables de la historia, desde las pir¨¢mides hasta la todav¨ªa a?orada Dixieland.
Los que gobiernan, as¨ª, se conf¨ªan, y como nadie los detiene ni frena -no con un m¨ªnimo de eficacia, qu¨¦ se hizo de los sindicatos-, van siempre a m¨¢s, y a m¨¢s, y a m¨¢s, hasta que un d¨ªa algo estalle. No ser¨¢, seguro, ni ma?ana ni pasado ni al otro, y esos gobernantes (por tales no entiendo s¨®lo a los pol¨ªticos, sino a cuantos rigen y mandan, a los poderosos, a los empresarios y a los obispos, a los banqueros y a los funcionarios, a los influyentes) a¨²n est¨¢n a tiempo, si no de rectificar el rumbo -ser¨ªa mucho esperar milagros-, al menos s¨ª de refrenarse un poco y amainar en su despotismo. O quiz¨¢ la palabra m¨¢s adecuada sea desprecio. Porque ya llevan tiempo incurriendo en algo que sin duda les parece moneda corriente, de tan gastado, pero que en mi opini¨®n supone uno de los mayores desprecios que pueden hacerse a la gente, y en consecuencia uno de los m¨¢s peligrosos. Consiste en lo que se conoce como negar la evidencia, as¨ª como en su figura complementaria o m¨¢s bien equivalente, afirmar lo notoriamente falso, o sostener lo insostenible.
Es algo que las dictaduras, bien lo sabemos, llevan a cabo sistem¨¢tica e impunemente; pero como ya se cuenta con ello y no hay afirmaci¨®n p¨²blica posible de esas evidencias negadas, el efecto es menos irritante, menos exasperante que en una democracia (tambi¨¦n porque la exasperaci¨®n la provocan otras causas m¨¢s graves). En una dictadura se sabe que la verdad ha de permanecer oculta o a lo sumo susurrada, y, en el fondo, la mentira oficial no aspira a ser cre¨ªda ni aceptada, pues le basta con ser impuesta por las bravas, y con el fingimiento acordado. No hay, por tanto, verdadera tensi¨®n entre ambas -verdad y mentira-, y la negaci¨®n de las evidencias se da tan por descontada que no enfurece; es otra cosa. En una democracia s¨ª enfurece, porque la verdad aspira a no estar oculta, sino a manifestarse y a ser reconocida como tal, y, por as¨ª decir, existe la presuposici¨®n -tal vez err¨®nea, pero existe- de que todas las 'verdades' parten en principio en igualdad de condiciones, la del empresario y la de los obreros, la del pol¨ªtico y la de los ciudadanos comunes, la del Estado y la de sus contribuyentes, la del jefe y la de sus empleados. Y la poblaci¨®n necesita que sus quejas, problemas, carencias, protestas, aspiraciones o injusticias padecidas se reconozcan al menos, sobre todo cuando son evidentes y no caprichosas ni imaginarias. No importa tanto que se atiendan o arreglen o colmen o reparen -cosa que se promete a menudo y casi nunca se cumple, y a eso est¨¢ acostumbrada la gente, pese a todo- cuanto que su existencia real sea admitida por parte de los gobernantes y poderosos.
No hacerlo, no admitir eso, supone ese enorme desprecio que mencion¨¦ antes, pero constituye adem¨¢s un insulto: equivale a tachar de locos al conjunto de los ciudadanos, de disparatados, de grillados, de idiotas. Cuantos hoy niegan las evidencias con gran aplomo y mayor cinismo deben de estar acostumbrados a hacer lo mismo en sus asuntos particulares. Es, m¨¢s o menos, lo que en el lenguaje coloquial llamamos 'hacer luz de gas' a alguien, como hac¨ªa Charles Boyer con Ingrid Bergman en la c¨¦lebre pel¨ªcula de George Cukor, Gaslight, de donde proviene la expresi¨®n ya consagrada en castellano. A saber, persuadir a una persona de que su percepci¨®n de la realidad, de los hechos y de las relaciones personales, est¨¢ equivocada y es enga?osa para ella misma. Negarle que lo ocurrido y presenciado haya ocurrido; convencerla de que en cambio hizo o dijo lo que no hizo ni dijo; acusarla de haber olvidado lo efectivamente acaecido; de inventarse problemas y sucumbir a sus suspicacias; de ser involuntariamente tergiversadora, de interpretar con error siempre, de deformar las palabras y las intenciones, de no llevar raz¨®n nunca, de imaginar enemigos y fantasmas inexistentes, de mentir -sin querer, pobre- constantemente. Para quien sabe persuadir a alguien de todo esto (y los casos no son nada raros, ni quedan confinados en modo alguno al de la pel¨ªcula famosa), se trata de un eficac¨ªsimo m¨¦todo para manipular a antojo y anular voluntades, para hacerse due?o de la v¨ªctima y convertirla en su esclava.
Los dirigentes espa?oles actuales parecen olvidar, sin embargo, que la luz de gas resulta mucho m¨¢s dif¨ªcil de aplicar a un colectivo (aunque no sea imposible, y m¨¢s de una prueba nos ofrecen tanto la historia como nuestro presente). Al menos, de aplicarla con ¨¦xito. Porque as¨ª como un solo individuo es relativamente f¨¢cil, a poco inseguro o humilde que sea, que dude de su entendimiento, de su juicio y de sus percepciones, resulta tarea enorme conseguir eso mismo de un mont¨®n de individuos, pues la correcta percepci¨®n de cada uno coincidir¨¢ en principio con la de los dem¨¢s, y as¨ª se ver¨¢n todas afianzadas, fortalecidas y sostenidas durante largo tiempo, y se har¨¢ arduo minar el compartido convencimiento. De tal manera que hoy por hoy, cuando los poderosos niegan tan frecuente como flagrantemente las evidencias, lo que consiguen es despreciar, insultar, irritar y exasperar a la ciudadan¨ªa, m¨¢s que otra cosa. Y sin embargo la pr¨¢ctica est¨¢ generalizada, lo hacen unos y otros con el mayor desparpajo y de modo absolutamente irresponsable, sin darse cuenta de lo que est¨¢n sembrando... contra s¨ª mismos.
Desde miembros del Gobierno hasta miembros de ETA, pasando por representantes de cualquier partido, de la Iglesia o de las empresas antes p¨²blicas y hoy ya no saben ni contestan (esto es, las m¨¢s ricas), casi nadie se salva de la peligrosa costumbre. Es Arzallus negando que nadie sea perseguido y haya de marcharse del Pa¨ªs Vasco, mientras tantos paisanos suyos hacen las maletas y se palpan la nuca (y esa es la evidencia); es Anasagasti aseverando que Basta Ya y el Foro Ermua buscan la confrontaci¨®n, cuando no es precisamente a sus miembros a quienes se ve con c¨®cteles Molotov ni incendiando el autob¨²s en que viaj¨® su madre (y esa es la evidencia); es el presidente de Iberia, Xabier de Irala, escribiendo hace un a?o que la sobreventa u overbooking 'casi' no existe y que si la hay es para bien del pasajero, al que se compensa luego, mientras las v¨ªctimas de esa pr¨¢ctica rayana en la estafa se hacinan desesperadas en los aeropuertos espa?oles, aguardando (y esa es la evidencia); es el desquiciado alcalde de Madrid, Manzano, asegurando en televisi¨®n que en la capital no hay atascos y que su tr¨¢fico es 'fluido', cuando desplazarse de un punto a otro es, desde hace mucho, la m¨¢s lenta y obstaculizada tarea de los madrile?os gracias a la ineptitud desaforada de ese sujeto (y esa es la evidencia); es el director de la Biblioteca Nacional sosteniendo que 'intertextualiza', cuando no hay m¨¢s que cotejar dos p¨¢ginas para ver de qu¨¦ se trata (y esa es la evidencia); son los bancos aumentando el cobro de sus servicios, que no les 'salen rentables', a la vez que cada a?o presentan un balance de beneficios de verdadero esc¨¢ndalo; son los obispos quej¨¢ndose del escaso apoyo financiero a sus centros, a la vez que su Iglesia goza de inauditos favoritismos de toda ¨ªndole en un Estado laico; es ETA proclamando defender al pueblo vasco mientras amenaza, extorsiona y asesina a la parte de ese pueblo que no le gusta (y esa es la evidencia); la cosa viene ya de antiguo, porque es tambi¨¦n Julio Anguita se?al¨¢ndose como ¨²ltimo basti¨®n de la izquierda mientras se desviv¨ªa por brindarle triunfos electorales a la indisimulada derecha; y tambi¨¦n es el PSOE moralizando mientras se pudr¨ªa por dentro con una corrupci¨®n desatada (y esa era su evidencia); y hasta en lo m¨¢s cotidiano y nimio nos lo encontramos: es una voz grabada de Telef¨®nica dici¨¦ndonos que el n¨²mero que hemos marcado 'actualmente no existe', cuando es el de la novia o la madre con las que hablamos a diario...
No quiero alargarme m¨¢s, sobre todo porque tal vez les sirva de distracci¨®n rememorar otros ejemplos recientes o viejos de negaci¨®n de las evidencias o afirmaci¨®n de lo notoriamente falso, tanto da, mientras sufren alg¨²n demencial atasco madrile?o producto de su imaginaci¨®n, o viajan en tren desde Donosti para regresar qui¨¦n sabe cu¨¢ndo (porque no se lo impide ni desaconseja nada), o se tiran d¨ªas y noches en el acogedor Barajas porque les da la gana, pues no existe 'casi' el overbooking que los haya podido dejar en tierra. La gente necesita que haya un m¨ªnimo de com¨²n acuerdo entre todos, una m¨ªnima aceptaci¨®n de la realidad palpable (como se dec¨ªa antiguamente), sobre todo por parte de quienes nos gobiernan o rigen y tienen m¨¢s posibilidades de mejorarla. La gente admite que las cosas sigan mal, pero no que se le niegue que lo est¨¢n si lo est¨¢n. No que se le haga luz de gas, y se la tache de loca o idiota. Sigan as¨ª los poderosos y ver¨¢n un d¨ªa. No ser¨¢ ni ma?ana ni pasado ni al otro, seguro... Pero a lo largo de la historia, m¨¢s de una cabeza rod¨® por menos.
Javier Mar¨ªas es escritor.
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