Psicolog¨ªa y ambig¨¹edad
Lo que m¨¢s perjudica a la coalici¨®n Converg¨¨ncia i Uni¨® (CiU) es su alianza con el PP. Lo dicen los que trabajan en encuestas de opini¨®n: hay problemas que originan un desgaste importante al Gobierno catal¨¢n (desde el Plan Hidrol¨®gico Nacional hasta los incendios forestales), pero son de car¨¢cter ocasional y si adquieren mayor relevancia es por agregaci¨®n, por acumulaci¨®n de frentes de descontento. Nada tiene unos efectos negativos tan sostenidos para Converg¨¨ncia i Uni¨® como su alianza con el Partido Popular. Un sector de su electorado la soporta muy mal. El argumento de la contribuci¨®n a la gobernabilidad colaba cuando el Gobierno espa?ol no ten¨ªa mayor¨ªa absoluta y Converg¨¨ncia i Uni¨® gozaba de cierta reputaci¨®n como fuerza condicionante. Ahora el PP ya no necesita a Converg¨¨ncia, es ¨¦sta la que rompe las c¨¢scaras para que el PP se lleve las nueces. Y esto es lo que pone de los nervios a una parte del electorado que adem¨¢s est¨¢ convencida de que CiU tiene otras opciones para gobernar en Catalu?a. Es decir, que la dependencia del PP tiene truco: el poder de chantaje -con los dineros y con las informaciones- de los populares.
El ¨²ltimo fin de semana los dos cabezas de partido de la coalici¨®n han llevado a la pr¨¢ctica la teor¨ªa de la ambig¨¹edad, cuya formulaci¨®n debemos a Artur Mas, que le dio carta de naturaleza pol¨ªtica. En realidad fue un gesto de ingenuidad del conseller en cap porque, como todo el mundo sabe, la ambig¨¹edad se practica pero no se teoriza, porque en el momento en que se ha enunciado ya ha dejado de ser ambig¨¹edad. Para demostrar que no est¨¢n con el PP aunque est¨¦n con el PP (que es lo que entienden por ambig¨¹edad cuando en realidad es pura comedia), con pocas horas de diferencia Duran Lleida ha lanzado un simulacro de ¨®rdago al Gobierno espa?ol anunciando la ruptura de la alianza si la cuesti¨®n de la financiaci¨®n auton¨®mica no se resuelve favorablemente para Converg¨¨ncia i Uni¨®, y Jordi Pujol -que cansado de dirigirse a los gentiles, ¨²ltimamente se dedica a sermonear a los suyos- se ha descolgado con una alambicada teor¨ªa seg¨²n la cual Maragall recibi¨® en las ¨²ltimas elecciones votos del Partido Popular para carg¨¢rselo a ¨¦l de una vez. Naturalmente, tan ingeniosa interpretaci¨®n s¨®lo ten¨ªa un objetivo: convencer a los suyos -estos que tan mal viven la alianza PP-CiU- de que populares y socialistas son lo mismo, con lo cual lo mejor es optar por los de casa. El ¨²nico problema para que el argumento cuaje es la evidencia de los hechos: los electores tr¨¢nsfugas populares denunciados por Pujol no consiguieron que Maragall ganara; en cambio, el PP est¨¢ contribuyendo todos los d¨ªas a que Pujol se mantenga en el poder. Algo falla en el razonamiento presidencial.
En el fondo, lo que incomoda a una parte del electorado nacionalista es que la alianza presuntamente t¨¢ctica va haci¨¦ndose cr¨®nica. Este es uno de los problemas de la ambig¨¹edad: que siempre llega un momento en que las cosas caen de un lado o de otro, y la ambig¨¹edad queda en pura ret¨®rica. Llegado este punto, hacer metalenguaje sobre la ambig¨¹edad, como gusta al conseller en cap, no es m¨¢s que rizar el rizo en el uso del eufemismo como forma del discurso pol¨ªtico. Si Converg¨¨ncia i Uni¨® ha ganado tantas elecciones en Catalu?a ha sido porque un sector de la ciudadan¨ªa entend¨ªa que su nacionalismo era estrat¨¦gico y aceptaba la ambig¨¹edad t¨¢ctica. Cuando la ambig¨¹edad es el discurso y se justifica como la esencia de la pol¨ªtica propia, este sector de la ciudadan¨ªa no sabe a qu¨¦ carta quedarse. La ¨²ltima vez resolvi¨® las dudas por la v¨ªa abstencionista. ?Qu¨¦ opci¨®n tomar¨¢ la pr¨®xima?
El devenir de la pol¨ªtica catalana confirma un dato positivo: los pol¨ªticos tambi¨¦n son humanos. Hab¨ªa sospechas fundadas de ello en la medida en que la voluntad de poder es pulsi¨®n b¨¢sica de la especie. Pero quedaban dudas sobre la peculiar constituci¨®n psicol¨®gica de los pol¨ªticos. Pues bien, la psicolog¨ªa se ha convertido en factor determinante del futuro pol¨ªtico inmediato de Catalu?a. Jordi Pujol ya no es el que era porque ya no piensa tanto en las pr¨®ximas elecciones -que ya no las tiene que ganar ¨¦l- como en su futuro, cuando est¨¦ ya otro en el puesto de mando. El breve precedente de Tarradellas no ha llegado a sentar jurisprudencia sobre el d¨ªa siguiente de un presidente catal¨¢n. Pujol est¨¢ preocupado, entre otras cosas, porque, de Felipe Gonz¨¢lez a Helmut Kohl, ¨²ltimamente los ex no viven sus mejores d¨ªas. Creo que este pa¨ªs no debe dejar pasar la oportunidad de crear las bases para un futuro pospresidencial extendible a cuantos abandonen la presidencia de la Generalitat en vida. Casualidades de la peque?a historia, Pujol ha visto la lucecita para salir de lo que el ve¨ªa como un t¨²nel en algo que inicialmente caus¨® su rechazo y su desconsideraci¨®n: el F¨°rum 2004. A medida que la convergencia en el calendario del final de su presidencia y del inicio del F¨°rum se acercan, Pujol ha empezado a demostrar un inter¨¦s inusitado en un acontecimiento que inicialmente hab¨ªa interpretado como la en¨¦sima agresi¨®n -y locura- de Maragall. As¨ª se completa el c¨ªrculo de lo familiar en que se ha movido siempre la pol¨ªtica catalana, en la que el espacio del disenso es tal que lo que pod¨ªa ser emblema ideol¨®gico de unos -los que consideran demasiado cerrado el universo nacionalista y quisieran abrirlo al mundo- se convierte en tabla de salida del otro -el icono principal del nacionalismo conservador-. As¨ª es Catalu?a.
Tambi¨¦n el factor psicol¨®gico explica que Maragall est¨¦ jugando a un ritmo tan cansino que muchos de los suyos reclaman que se le pite falta por 'pasivo', como dicen en balonmano. Cuando en las elecciones de 1999, Maragall consigui¨® m¨¢s votos -que no esca?os- que Pujol, en su fuero interno consider¨® que hab¨ªa ganado las elecciones, y as¨ª lo dijo en televisi¨®n, para perplejidad de muchos. Lo m¨¢s importante es que en el fondo ¨¦l est¨¢ convencido de ello, y simplemente espera que la realidad de Catalu?a se acomode a lo que, en su sentimiento, ya ha acontecido. Con estas sensaciones en el cuerpo es dif¨ªcil encontrar el ritmo que reclama la pol¨ªtica de un l¨ªder de la oposici¨®n dispuesto a ganar unas elecciones. ?C¨®mo se puede arremangar para ganar quien considera que ya gan¨®? Por eso en su entorno se preguntan: ?qu¨¦ se puede hacer para que saque el genio? Los estados de esp¨ªritu son lentos de cambiar y, a menudo, s¨®lo una se?al de alarma impactante despierta al que se ha instalado en sensaciones personales e intransferibles.
En fin, no hace falta insistir en el peso de lo psicol¨®gico en la reci¨¦n iniciada andadura de Artur Mas. Con el padre todav¨ªa administrando el grifo de las cuotas de poder, est¨¢ obligado a aplazar el rito asesino por el que todos tenemos que pasar para hacernos mayores. Rodr¨ªguez Zapatero puede explicarle algo de esto. En un a?o ya ha escenificado dos veces el asesinato del padre: en su discurso de toma de posesi¨®n y en su primer debate del estado de la naci¨®n. Y eso que para Rodr¨ªguez Zapatero, Gonz¨¢lez ni siquiera llegaba a padre putativo. Pujol ha destacado que ahora ya empiezan a meterse con su conseller en cap m¨¢s que con ¨¦l mismo. Es decir, ha empezado a desplazarse el eje del poder. Sin embargo, Mas todav¨ªa necesita a Pujol. La prueba de ello es que la coalici¨®n est¨¢ dudando entre lanzar por sorpresa a Mas contra Maragall en la moci¨®n de censura o dejar que Pujol haga su ¨²ltimo trabajo. La duda es ¨¦sta, en palabras de un dirigente nacionalista: ?Qu¨¦ es mejor, impulsar a Mas o que Pujol liquide a Maragall con un buen repaso parlamentario? La pol¨ªtica catalana vive tiempos para psicoanalistas. Hasta que alguien, alg¨²n d¨ªa, tenga el descaro de romper el cerco, es decir, de hacer un ritual que conjure la obsesiva limitaci¨®n de lo catalanamente correcto. Entonces, quiz¨¢ nuestra democracia empiece a ser adulta.
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