El capit¨¢n en su laberinto
Hay algo de las elegantes y barrocas paradojas de los cuentos de Borges en la situaci¨®n actual del capit¨¢n Vladimiro Montesinos, sepultado vivo en una de las mazmorras para terroristas de alta peligrosidad que dise?¨® ¨¦l mismo, en la base Naval del Callao, a fin de encerrar en ellas a Abimael Guzm¨¢n -el Camarada Gonzalo de Sendero Luminoso- y V¨ªctor Polay, del MRTA (Movimiento Revolucionario T¨²pac Amaru), los l¨ªderes de las dos organizaciones que pusieron a sangre y fuego el Per¨² durante los ochenta. La nota risue?a e ir¨®nica, tambi¨¦n muy borgiana, es que el hombre de mano de Fujimori se declarase en huelga de hambre en protesta por las condiciones inicuas de semejante erg¨¢stulo, pero que -mentiroso y goloso hasta la muerte- hiciera trampas durante su dulce huelga aliment¨¢ndose de chocolates que llevaba escondidos en los pantalones.
Montesinos pertenece a un antiguo linaje: el de esos discretos y feroces malhechores que son como la sombra de los tiranos, a los que sirven y de los que se sirven, operando en una clandestinidad oficial, que ejercitan el terror y perpetran los grandes cr¨ªmenes de Estado al mismo tiempo que los robos m¨¢s cuantiosos, a las ¨®rdenes y en estrecha complicidad con unos amos a los que se vuelven imprescindibles y que, sin embargo, siempre, y no sin raz¨®n, los miran con extrema desconfianza. Las dictaduras los supuran como las infecciones a la pus, y casi todos ellos, del Beria de Stalin al Brujo L¨®pez Rega de Per¨®n, del Pedro Estrada de P¨¦rez Jim¨¦nez al coronel Abbes Garc¨ªa de Trujillo, suelen morir -millonarios y en Par¨ªs o de misteriosa muerte violenta- sin abrir la boca, llev¨¢ndose al infierno los pormenores de sus fechor¨ªas.
?sta es la gran diferencia entre los protagonistas de esta historia universal de la infamia autoritaria y el ahora celeb¨¦rrimo Vladimiro Montesinos. A diferencia de sus cong¨¦neres, que callaron sus cr¨ªmenes, ¨¦ste va a hablar. Ya comenz¨® a hacerlo, como una verdadera cotorra, tratando de demostrar que nadie es un pillo en una sociedad donde todos son pillos, y donde la piller¨ªa es la ¨²nica norma pol¨ªtica y moral universalmente respetada. Para probarlo, dice tener unos treinta mil v¨ªdeos que documentan la vileza ¨¦tica y la suciedad c¨ªvica de sus compatriotas, algo que, si es cierto, har¨ªa de ¨¦l, no el facineroso de marras del que habla la prensa, sino, simplemente, un esforzado peruano que, gracias a sus habilidades y maquiavelismos, cre¨® las condiciones para que un inmenso n¨²mero de sus conciudadanos pudiera materializar una rec¨®ndita predisposici¨®n: la de venderse y alquilarse a una dictadura para llenarse los bolsillos en el menor tiempo posible.
Es improbable que esta apocal¨ªptica l¨ªnea de defensa tenga ¨¦xito y, m¨¢s bien, es casi seguro que -si las estrellas de aquella extraordinaria videoteca no se las arreglan antes para que muera de un infarto o de un suicidio- la justicia decida que el singular personaje se pase, como Abimael Guzm¨¢n y V¨ªctor Polay, con quienes comparte la crueldad y la desmesurada falta de escr¨²pulos, buena parte de lo que le queda de vida entre rejas. Nada ser¨ªa m¨¢s justo, desde luego, porque, aunque 1a larga lista de tiran¨ªas que ha padecido el Per¨² ha generado buen n¨²mero de rufianes, torturadores y saqueadores de los bienes p¨²blicos, nunca antes alguno de ellos lleg¨® a detentar el formidable poder que acumul¨® ni hacer tanto da?o como este oscuro capit¨¢n expulsado del Ej¨¦rcito por vender secretos militares a la CIA, abogado y testaferro de narcotraficantes, componedor 'jur¨ªdico' de los desafueros legales de Fujimori y su brazo derecho en el golpe de Estado que destruy¨® la democracia peruana en 1992, contrabandista de armas para guerrillas colombianas, representante de grandes carteles de la droga a cuyo servicio puso el Ej¨¦rcito y el territorio amaz¨®nico nacional, jefe y director intelectual de los comandos terroristas del Estado que, entre 1990 y 2000 torturaron, asesinaron y desaparecieron a miles de personas bajo la sospecha de subversi¨®n, chantajista, ladr¨®n y manipulador sistem¨¢tico del Poder Judicial y de los medios de comunicaci¨®n a los que, con excepciones para las que sobran los dedos de una mano, compr¨®, soborn¨® o intimid¨® hasta ponerlos incondicionalmente al servicio de los abusos y atropellos de la dictadura.
Un matem¨¢tico se ha tomado el trabajo de calcular cu¨¢ntas horas de grabaci¨®n requer¨ªan aquellos treinta mil v¨ªdeos -suponiendo un promedio de dos horas para cada uno- y concluido que los diez a?os de fujimorismo son insuficientes para tal superproducci¨®n medi¨¢tica, a menos que, adem¨¢s de su oficina en el Servicio de Inteligencia, a la que Montesinos convirti¨® en un estudio secreto de filmaci¨®n desde que Fujimori tom¨® el poder en 1990 y lo instal¨® en ese codiciado cargo, hubiera habido varios otros estudios camuflados donde el SIM filmaba tambi¨¦n a ocultas otras operaciones de rapi?a e intriga pol¨ªtica del r¨¦gimen. Esto ¨²ltimo no puede descartarse, desde luego. Pero es probable que aquella cifra sea exagerada, la jactancia desesperada del alguacil alguacilado para asustar a sus presuntos acusadores. Ahora bien. Aun cuando s¨®lo exista la d¨¦cima parte de v¨ªdeos, y, al igual que hizo Fujimori cuando invadi¨® la casa de Montesinos para rescatar aquellas cintas que lo incriminaban y fugarse con ellas al Jap¨®n, muchos otros jerarcas de la mafia fujimorista hayan conseguido birlar o desaparecer aquellos v¨ªdeos donde ellos son estrellas, lo que queda -hay unos 1.500 en manos del Poder Judicial- es un documento precioso, inusitado, sin precedentes en la Historia, para conocer de manera directa y viviente los mecanismos y los alcances -alucinantes- de la corrupci¨®n que engendra un r¨¦gimen autoritario. S¨®lo por esto, los historiadores futuros quedar¨¢n siempre reconocidos a Vladimiro Montesinos.
Mucho se ha conjeturado sobre las razones que lo impulsaron a filmar desde el primer momento aquellas escenas en las que, a la vez que compromet¨ªa legal y pol¨ªticamente a los militares, profesionales, jueces, empresarios, banqueros, periodistas, alcaldes y parlamentarios del r¨¦gimen o de la oposici¨®n, se incriminaba ¨¦l mismo con un documento que, en un brusco cambio de r¨¦gimen como el que ocurri¨®, equival¨ªa poco menos que a un harakiri. La tesis aceptada es que film¨® a sus c¨®mplices para tener un instrumento de chantaje y doblegarlos en caso de necesidad. No hay duda de que tener filmados, por ejemplo, a aquellos ministros de Fujimori a los que ¨¦l -bajo las c¨¢maras secretas- les completaba el salario regal¨¢ndoles cada mes treinta mil d¨®lares, convert¨ªa a estos pobres diablos mercenarios en diligentes servidores del jefe del SIM a la hora de firmar cualquier decreto. Y que no es de extra?ar que, aquellos directores de peri¨®dicos o due?os de canales de televisi¨®n que recibieron miles o millones de d¨®lares -que debieron contar, billete por billete, pacientemente, observados por la c¨¢mara oculta- fueran luego d¨®ciles propagandistas de la pol¨ªtica gubernamental e implacables denostadores de todo aquel que se atrev¨ªa a hacer cr¨ªticas.
Pero, cuando uno ve esos v¨ªdeos, o lee las transcripciones de esos di¨¢logos, descubre que en ellos hay algo m¨¢s que un m¨¦todo de coerci¨®n. Una cierta visi¨®n, infinitamente despectiva, del ser humano; una comprobaci¨®n reiterada de lo baratos, lo sucios y lo abyectos que pod¨ªan ser, cuando entraban a ese recinto donde el hombre fuerte de la dictadura tronaba a sus anchas y los tentaba, esos personajes que, en la vida p¨²blica del pa¨ªs, gozaban de tanto prestigio y figuraci¨®n, por su cargo, su influencia, su dinero, sus galones, su apellido o ciertos servicios prestados en el pasado que los hab¨ªan revestido de autoridad. Hay toda una filosof¨ªa detr¨¢s de esa larga secuencia de im¨¢genes donde la escena se repite, con personas y voces distintas y m¨ªnimas variantes, una y otra vez: unos proleg¨®menos elusivos e hip¨®critas, para justificar con argumentos gaseosos la inminente operaci¨®n, y, luego, en pocas palabras, lo esencial: ?Cu¨¢nto? ?Tanto! De inmediato y cash.
Por la oficina de Montesinos,en los diez a?os que dur¨® la dictadura de Fujimori -acaso la m¨¢s siniestra y disolvente que hayamos padecido y sin la m¨¢s m¨ªnima duda la m¨¢s corrupta- pasaron no s¨®lo las mediocridades oportunistas y los politicastros consabidos que, como las alima?as en las aguas p¨²tridas, prosperan siempre en los reg¨ªmenes de fuerza. Tambi¨¦n gentes que parec¨ªan respetables, con unas credenciales, en su vida profesional o pol¨ªtica, bastante dignas, y buen n¨²mero de empresarios exitosos -entre ellos, uno de los hombres m¨¢s ricos del Per¨²- a quienes, por su influencia, poder y riqueza, uno hubiera cre¨ªdo incapaces de protagonizar semejantes tr¨¢ficos ignominiosos. A algunas de esas inmundicias humanas que fueron a la oficina de Montesinos a venderse y a vender lo mejor que ten¨ªa el Per¨² -un sistema democr¨¢tico a duras penas restablecido en 1980 despu¨¦s de doce a?os de dictadura militar- por pu?ados o maletas llenas de d¨®lares, por exoneraciones de impuestos para sus empresas, para ganar un juicio, obtener una licitaci¨®n, un ministerio o una diputaci¨®n- yo los conoc¨ª, y hasta pens¨¦ que su adhesi¨®n a la dictadura era 'pura', producto de ese triste convencimiento tan extendido en la indebidamente llamada clase dirigente peruana: que un pa¨ªs como el nuestro necesita una mano dura para salir adelante porque el pueblo peruano todav¨ªa no est¨¢ preparado para la democracia.
Espero que el Gobierno de Alejandro Toledo, limpiamente nacido en unas elecciones que nadie cuestiona y que inaugura su gesti¨®n en estos d¨ªas, demuestre al mundo que esa creencia es tan falsa como esos falsarios que, diciendo sustentarla, en verdad s¨®lo buscaban coartadas para su envilecimiento. Es evidente que este nuevo Gobierno no est¨¢ en condiciones de resolver los inmensos problemas que enfrenta el pueblo peruano, y que la dictadura se encarg¨® de agravar, adem¨¢s de a?adirles otros nuevos. Pero s¨ª puede y debe sentar las bases para su soluci¨®n futura, cerrando de una vez por todas la posibilidad de un nuevo desplome del orden constitucional. Para ello, hay que proseguir la moralizaci¨®n iniciada, de manera muy firme, dando a los jueces todo el apoyo debido para que juzguen y sancionen a los criminales y a los ladrones, empezando por los m¨¢s encumbrados. La oportunidad es ¨²nica. La putrefacci¨®n del r¨¦gimen de Fujimori lleg¨® a tal extremo que, al desplomarse, con ¨¦l se vinieron abajo todas las instituciones. Lo cual significa, entre otras cosas, que ahora todas ellas -Fuerzas Armadas, Poder Judicial, Administraci¨®n, etc¨¦tera- se pueden reformar de ra¨ªz. Y losv¨ªdeos que, sin propon¨¦rselo, en buena hora ha legado a la democracia Montesinos, deber¨ªan permitirle a ¨¦sta renovar sus cuadros y sus dirigentes mediante una limpieza lustral.
? Mario Vargas Llosa, 2001 ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2001.
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