Justicia para todos
En un restaurante del golfo P¨¦rsico, si un cliente encuentra un pelo en un plato, al camarero le cortan las manos. En Occidente, todo el mundo tiene derecho a un abogado, sobre todo en la parte m¨¢s occidental de Occidente, esto es, Estados Unidos, en donde los abogados no s¨®lo salvan a los m¨¢s feroces asesinos, sino que incluso defienden el derecho al voto de los retrasados mentales, que pueden y deben ejercitar para elegir al presidente que ha de representarles, y por regla general lo consiguen.
Esto lo s¨¦ porque acostumbro a ver por Canal Sat¨¦lite Digital la reposici¨®n de La ley de Los ?ngeles. Lo cierto es que siempre me zampo cuanto echan, judicialmente hablando. Murder one, El abogado... La perspectiva es muy amplia, considerando que hasta Julio Iglesias se ha convertido en abogado. Ya saben que la Complutense de Madrid acaba de dispensarle del examen preceptivo para aprobar Derecho Internacional, que era lo ¨²nico que le faltaba para hacerse con el t¨ªtulo y poder defenderse a s¨ª mismo la pr¨®xima vez que le acusen de plagio o en el caso de que alg¨²n desaprensivo entable un pleito contra ¨¦l por paternidad manifiesta de cantantes.
Imagina que entras en el restaurante La Cantora, recientemente inaugurado por la simpar tonadillera; que pides el plato-estrella del men¨², m¨¢s conocido como 'pollo a la Pantoja', y que descubres que el pollo tiene un pelo
Mi juicio ideal, ahora que lo pienso, ser¨ªa uno en el que Luis Ramallo, ese pozo de lujuria, compareciera en calidad de acusado, y Julio Iglesias, como baladista defensor, pero me temo que no va a poder ser, b¨¢sicamente porque Ramallo ha dicho que va a escribir su diario (al principio entend¨ª que 'iba a escribir en un diario', y desfallec¨ª imagin¨¢ndolo instalado de columnista en nuestro suplemento veraniego y, encima, con foto), pero luego comprend¨ª que lo que quiere es testificar contra los socialistas, y eso, aunque mi Ramallo es el rey de lo compatible, creo que le inhabilita para sentarse en el banquillo. A ver. No hemos llegado hasta aqu¨ª ni tenemos a mi Jose donde lo tenemos para que nos eche la zarpa la justicia.
Y esto me lleva a lo otro. Es decir, a aclarar que el art¨ªculo que ayer apareci¨® en esta p¨¢gina lo escribi¨® Juan Jos¨¦ Mill¨¢s, no yo, que pas¨¦ el d¨ªa buscando, sin ¨¦xito, a nuestro Ramallo, con objeto de convencerle de que un escritor tiene que aprender a tragarse sus propios v¨®mitos antes de someter su obra a la luz p¨²blica. El problema, sin embargo, no radica en convencerles a ustedes, lectores, que saben distinguir qui¨¦n es qui¨¦n en esta extra?a pareja. El problema es convencer al propio Mill¨¢s, que sufre de fantasmagor¨ªas desde que cree que sus novelas est¨¢n tan muertas como los enterradores de novelas.
Por eso, querido Juanjo, voy a proponerte un humilde a la par que ingenioso acertijo, que he bautizado como El test de la Pantoja, para que sepas qui¨¦n eres, de d¨®nde sales y ad¨®nde vas, y le pongas remedio. Aparte de que el test posee, c¨®mo les dir¨ªa, inter¨¦s universal.
Imagina, m¨¢s que querido Juanjo Mill¨¢s, que entras en el restaurante La Cantora, recientemente inaugurado por la simpar tonadillera; que pides el plato-estrella del men¨², m¨¢s conocido como pollo a la Pantoja, y que descubres que el pollo tiene un pelo. No un pelo de pollo, ni un pelo de chef, ni siquiera un pelo desestructurado y convertido en pelo de tonto por Ferran Adri¨¤, sino una enhiesta y hermosa cerda procedente de la genuina patilla de la aut¨¦ntica Pantoja. ?Cu¨¢l de las siguientes reacciones ser¨ªa la tuya?
Una, cortarle las manos all¨ª mismo al camarero.
Dos, llamar a Julio Iglesias.
Tres, envolver el pelo en una servilleta y guardarlo en el bolsillo.
Cuatro, despertar entre sudores fr¨ªos y comprender que se trata de una pesadilla.
Como no eres ni un jeque del petr¨®leo ni alguien tan amante como yo de la abogac¨ªa, ni una locaza reci¨¦n salida del closet y propietaria de una tienda fetichista dedicada a los excedentes de folcl¨®ricas y llamada El Relicario, tendremos que concluir que perteneces al cuarto supuesto, lo que deber¨ªa aliviarte. Aunque, como te conozco, s¨¦ que ya est¨¢s temblando al pensar que esta noche no s¨®lo se te va a aparecer tu madre, sino que te va a llevar a cenar a La Cantora y adem¨¢s nos va a invitar a Ramallo y a m¨ª.
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