La venganza ser¨¢ in¨²til
La calle principal de Jerusal¨¦n, que existe desde hace ya m¨¢s de cien a?os, llama normalmente la atenci¨®n por una simplicidad que hasta puede llegar a parecer desolaci¨®n: dos hileras de viejos edificios de piedra tapizados por gigantescos carteles publicitarios. El principal pasaje peatonal, trazado sobre el asfalto en forma de X, representa el coraz¨®n de la ciudad.
Todos los ni?os de la capital lo conocen, y para alguna gente es uno de sus s¨ªmbolos m¨¢s populares: todo aqu¨¦l que ha pasado por all¨ª, confundido por un instante en el ir y venir de la gente, uno se siente parte de la ciudad.
El palestino que ha cometido el atentado ha fijado esa X como objetivo. Ha elegido un d¨ªa de fiesta, en el que muchas de familias que se dedican a pasear por Jerusal¨¦n, van a los restaurantes populares del centro. Mientras escribo estas l¨ªneas, se cuentan ya quince muertos, entre ellos familias enteras y muchos ni?os. Hay otras noventa personas heridas, de entre las cuales tambi¨¦n ni?os peque?¨ªsimos.
Enciendo la televisi¨®n y oigo a los representantes de los palestinos explicar con lucidez el motivo por el que, quien cometi¨® el atentado suicida, ha hecho lo que ha hecho. Despu¨¦s, ya por la noche, miles de palestinos celebran enfervorizados el ¨¦xito de la acci¨®n. Probablemente, Yasir Arafat har¨¢ una condena oficial del ataque. Pero ?para qu¨¦ servir¨¢ esta condena, si se sigue negando a detener a aqu¨¦llos que tienen intenci¨®n de seguir cometiendo este tipo de ataques y a los que todo el mundo conoce?
En estos momentos, el Gobierno israel¨ª est¨¢ reunido para discutir las posibles reacciones. Habr¨¢ represalias. ?Pero realmente servir¨¢n para algo? ?Cambiar¨¢ alguna cosa para los muertos? A decir verdad, no cambiar¨¢ nada, ni siquiera para los vivos.
Desde hace m¨¢s de diez meses, ambas partes est¨¢n entrampadas en una espiral de violencia de la que no saben c¨®mo salir. Seg¨²n la loca l¨®gica de este conflicto, se puede explicar cada acto terrorista como reacci¨®n al acto terrorista que lo ha precedido. Las crueles leyes de Oriente Medio establecen que si no se reacciona con firmeza a la violencia, el contrario interpretar¨¢ dicho comportamiento como una demostraci¨®n de debilidad y golpear¨¢ de un modo todav¨ªa m¨¢s doloroso.
As¨ª, pues, el ritual exige que cada parte se vea condenada a golpear al adversario, pensando que se replegar¨¢ por miedo a una extorsi¨®n.
El ritmo de la vida, de la conciencia, incluso de las relaciones entre los hombres, va al comp¨¢s de este metr¨®nomo mortal. ?C¨®mo es posible, sumergidos en un clima tal, recordar que el aut¨¦ntico objetivo no es la pr¨®xima herida que se infligir¨¢ o lograr un sistema de defensa m¨¢s eficaz, sino el intento de poner fin a este c¨ªrculo vicioso?
Sufrimos hasta tal punto por los s¨ªntomas violentos de la situaci¨®n y estamos tan ocupados en encontrar remedio que olvidamos completamente que la ¨²nica manera de que desaparezcan los s¨ªntomas es curando la enfermedad de ra¨ªz.
Como un matrimonio en fase de separaci¨®n -y que ninguno de los dos sabe c¨®mo acabar con ella-, los palestinos y los israel¨ªes se enganchan entre s¨ª del modo m¨¢s despreciable. Se torturan mutuamente, se dejan llevar por el deseo de venganza y se hunden as¨ª en un enfrentamiento que, poco a poco, se convierte en su raz¨®n de vivir.
La Autoridad palestina est¨¢ dividida y acabada. Los palestinos pasan hambre y est¨¢n desesperados. En secreto critican amargamente la manera en que Arafat lleva las cosas. Ya han dejado de hacerse ilusiones de que el mundo -y sobre todo Estados Unidos- acudir¨¢ en su ayuda. Los israel¨ªes est¨¢n igualmente desesperados. No llegan a entender la realidad en la que han vivido estos ¨²ltimos diez meses. Tienen miedo de salir de casa y, sobre todo, les desanima pensar que deber¨¢n seguir viviendo as¨ª por muchos a?os.
Israel tiene una potencia militar enorme, pero no puede utilizarla por miedo a que ello provoque la intervenci¨®n de una fuerza internacional que le obligue a soluciones que no desea. Los palestinos son d¨¦biles, pero sin embargo son capaces de causar a Israel un enorme sufrimiento. ?Existe una tercera v¨ªa? Claro que s¨ª: la de la separaci¨®n de los dos pueblos y su englobamiento en dos Estados separados y soberanos.
?Ser¨¢n los israel¨ªes y los palestinos capaces de llegar a ella? Me temo que la respuesta nos la da Thomas Mann en el cuento Mario y el Mago: 'No querer algo y no querer nada (...) son dos posturas hasta tal punto pr¨®ximas que casi desaparece la idea de libertad.' Y, de hecho, da la impresi¨®n de que israel¨ªes y palestinos, despu¨¦s de haberse dicho rec¨ªprocamente 'no' de todos los modos posibles y durante m¨¢s de cien a?os no son hoy capaces de querer nada. Ni siquiera una soluci¨®n justa para ambos, que les garantice la vida. De cualquier tipo de libertad -de elecci¨®n, de esperanza, de querer algo- es casi imposible hablar.
David Grossman es escritor israel¨ª.
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