Ba?o selv¨¢tico
Ten¨ªa previsto visitar las Termas Montbri¨® y probar sus estupendas instalaciones pero he cambiado de planes. Me ha despertado una pesadilla en la que aparec¨ªa Johnny Weissmuller, Tarz¨¢n, enfermo, viejo, ahog¨¢ndose en una piscina de agua con gas. Es un mensaje, he deducido, y he modificado mi ruta para dirigirme al norte en lugar de al sur: al balneario Vichy Catal¨¢n, en Caldes de Malavella, la cuna del agua con gas. Despu¨¦s del peaje de la salida 9A de la autopista A-7, un control de los Mossos d'Esquadra obliga a aminorar la marcha. Llevan metralletas, uniforme de verano, cara de mala leche y esas gafas negras de las que todas las polic¨ªas del mundo presumen. La verdad es que el sol pica lo suyo. Por eso se agradece el airecito que socorre al visitante que llega a Caldes, un pueblo con otro balneario igualmente prestigioso: el Prats. En la recepci¨®n del Vichy, que lleva 108 a?os funcionando (desde que su promotor, el doctor Modest Furest, insisti¨® en expandir los efectos de la balneoterapia y darle categor¨ªa de negocio), reina un ambiente de relajaci¨®n casi obligatoria, aunque unos carteles anuncian baile y un campeonato de juegos de mesa. No veo a Tarz¨¢n pero no desespero: estamos en la comarca de La Selva.
Los clientes de Vichy acuden en albornoz. Los dem¨¢s, como podemos. La piscina presenta un aspecto inmejorable
Resulta que hay una piscina termal en la que el agua burbujeante sale a 36,5 grados y te relaja cantidad. La demanda es tal que hay que concertar cita previamente, cosa que no he hecho. La verdad: tampoco me apetec¨ªa mucho meterme en tan extra?o l¨ªquido, ni dejarme fusilar por chorros y duchas a presi¨®n que, pese a reactivar mi circulaci¨®n, me habr¨ªan hecho sentir como un manifestante agredido por una tanqueta antidisturbios coreana. As¨ª, pues, siguiendo con lo estipulado por el gui¨®n de este viaje, me decanto por la convencional piscina exterior, descubierta en verano, cubierta en invierno, a la que cualquiera puede acceder previo pago de 1.500 pelas. Los clientes del Vichy acuden en albornoz. Los dem¨¢s, como podemos. La piscina presenta un aspecto inmejorable. Su fondo azul, sobre el que resplandecen los reflejos del sol, insin¨²a una temperatura tipo 'fa un fred que arron?a les mamelles'. Las apariencias enga?an, sin embargo: est¨¢ divina, por utilizar un adjetivo que, a saber por qu¨¦, suele aplicarse al agua cuando est¨¢ buena. El espacio, relativamente rectangular, se divide en tres zonas. Una adulta, para el que sabe nadar incluso con gafitas a lo campe¨®n australiano de Fukoaka, otra para ni?os que prometen y una tercera para renacuajos.
Se agradecen el acceso al agua a trav¨¦s de una elegante escalera de madera, la potencia de las duchas, el cuidado de los extensos jardines y una zona de sombra con pinos de verdad en la que una orquesta de veteranos grillos interpreta con cierta desidia su viejo ¨¦xito: Que te crees t¨² que me voy a callar. Adem¨¢s de este invertebrado hilo musical, aportan su grano de arena a la banda sonora dos podadoras cuya potencia aconseja permanecer bajo el agua todo lo posible. All¨ª es donde, durante unos fugaces segundos de inmersi¨®n, creo ver o alucinar a Tarz¨¢n. Est¨¢ hecho polvo, en efecto, y no le veo yo en condiciones de luchar contra los cocodrilos. Atribuyo el espejismo a una insolaci¨®n y me tomo un inmerecido descanso.
A mi alrededor, un hombre y una mujer veraneantes se comportan de modo intachable: llevan auriculares y leen. La mujer est¨¢ leyendo un libro titulado Ni?o feliz, que es la perfecta descripci¨®n del chaval que salta repetidamente al agua en la zona que, por edad, le corresponde. S¨®lo llevo media hora aqu¨ª y me parece llevar un a?o. Doy fe: los balnearios relajan. Siento que dentro de m¨ª se produce el deshielo, como si acabase de someterme a una docena de sesiones de reflexoterapia podal. Una tremenda flojera se expande por mi sangre. Soy una mezcla de Tarz¨¢n jubilado y de ni?o feliz, pero todav¨ªa tengo fuerzas para darme cuenta de que los parasoles son de una marca de agua mineral sin gas del mismo grupo Vichy, de que hay una nevera para comprar helados y una m¨¢quina de refrescos. En posici¨®n horizontal sobre la tumbona, releo el reportaje de La Casa Marie Claire dedicado a las piscinas. En fotograf¨ªa, las piscinas ganan. Leo que el estudio de arquitectos m¨¢s prestigioso a la hora de idear piscinas es el Ushida & Findlay, y que su obra m¨¢s impresionante est¨¢ en el parque natural de Wakayama, en Jap¨®n. La piscina es una forma acu¨¢tica universal, mucho menos variable que el mar. Hace unos d¨ªas, hice una encuesta entre parientes y conocidos pregunt¨¢ndoles por la mejor piscina de su vida. Gan¨® la de un hotel de Acapulco, seguida de una de Albi, en un hotel llamado La Reserve en el que, bueno, ella me quiso y yo tambi¨¦n la quise y en noches como ¨¦sta la tuve entre mis brazos. En la revista aparece una sensacional piscina situada en Mallorca que, a pesar de no tener forma de coraz¨®n, es propiedad de Agata Ruiz de la Prada. De repente, me apetece tomarme un Vichy. Me visto. La socorrista me dice: '?Ja se'n va?'. S¨ª. No he visto a Tarz¨¢n y me estoy relajando demasiado. Si permanezco un minuto m¨¢s aqu¨ª no tendr¨¦ fuerzas para regresar a casa y vagar¨¦ por estos mundos como el alcoholizado personaje del cuento El nadador. Por la carretera, y bajo los efectos del Vichy, me cruzo con camiones de alto tonelaje conducidos por tipos curtidos que dar¨ªan lo que fuera por un ba?o como el que acabo de darme. Me siento un privilegiado. Un cartel anuncia un espai de inter¨¦s natural, lo cual sugiere la existencia de muchos espacios de desinter¨¦s artificial repartidos por un paisaje que conserva su encanto de geograf¨ªa sensatamente salvaje, sin excesos. Una se?al de ceda el paso y, c¨®mo no, otro control de los mossos. Parecen m¨¢s cabreados que antes. Estar¨¢n buscando al culpable del pacto de financiaci¨®n auton¨®mica, deduzco. O a Tarz¨¢n. Hace un rato, me ha parecido verlo: un viejo con taparrabos, trepando a un ¨¢rbol, que llevaba en brazos una mu?eca hinchable e imitaba, como un ni?o feliz, el grito de Johnny Weissmuller. Por cierto: Weissmuller muri¨® en Acapulco. En los ¨²ltimos a?os de su vida, se dedic¨® a vender piscinas.
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