L¨®gica de la sinraz¨®n
Lo peor que ocurre en el Medio Oriente no es el extremo demencial de salvajismo que ha alcanzado el enfrentamiento entre palestinos e israel¨ªes, los cr¨ªmenes que unos y otros perpetran a diario contra el adversario disfraz¨¢ndolos siempre como 'represalias', sino el eclipse de todas las esperanzas de una soluci¨®n pac¨ªfica del conflicto que hicieron nacer los acuerdos de Oslo de 1993. Nadie se acuerda de ellos ahora. Ambos adversarios parecen haber llegado al t¨¢cito acuerdo de enterrarlos definitivamente. Ya no se trata de pactar una f¨®rmula de convivencia mediante concesiones rec¨ªprocas, como acordaron los negociadores en las secretas conversaciones de Noruega, sino de golpear al enemigo hasta rendirlo por el terror, e imponerle una soluci¨®n. Como esto no va a ocurrir, todo indica que la vertiginosa hemorragia de sangre y de cr¨ªmenes en el Medio Oriente continuar¨¢, por tiempo indefinido.
Preguntarse cu¨¢l de los adversarios es el culpable del fracaso de Oslo es una temeridad, porque, salvo para quien tiene una opci¨®n tomada de antemano respecto a la naturaleza del conflicto palestino-israel¨ª, lo cierto es que, desatada la ofensiva terrorista rec¨ªproca en que ambos est¨¢n embarcados, las razones que esgrimen palestinos e israel¨ªes para explicarla tienen una fuerza persuasiva equivalente y encarnan ejemplarmente aquellas 'verdades contradictorias' sobre las que teoriz¨® Isa¨ªah Berlin. Tal vez sea m¨¢s ¨²til describir la secuencia que ha ido destruyendo el clima de optimismo y expectativa que los acuerdos de Oslo hicieron posible, hasta llegar a la tr¨¢gica situaci¨®n actual.
Aunque nunca se llegaron a aplicar con absoluta fidelidad las disposiciones acordadas en Oslo, la verdad es que, mientras estuvo en el poder en Israel el Partido Laborista, que hab¨ªa negociado aquellos acuerdos, hubo progresos reales -aunque muy lentos- en su implementaci¨®n y un clima de coexistencia entre ambas comunidades que mantuvo viva la esperanza. La derrota de Shimon Peres y la subida al poder del Likud, con Bibi Netanjahu a la cabeza, fue el primer rev¨¦s serio para aquellos acuerdos. El nuevo gobernante, que gan¨® su mandato criticando Oslo, precisamente, puso, en la pr¨¢ctica, un freno sistem¨¢tico a lo all¨ª acordado, aunque de palabra se comprometiera a cumplir con los compromisos adquiridos por Israel. Esta pol¨ªtica fue muy bien recibida, del lado palestino, por los extremistas de Ham¨¢s y de la Yihad Isl¨¢mica, que hab¨ªan criticado a Arafat por su moderaci¨®n en Oslo y profetizado el fracaso de estos acuerdos.
As¨ª comienza la l¨®gica de la sinraz¨®n a suplantar, poco a poco, el pragmatismo y la sensatez que, en 1993, parec¨ªan haber enrolado a palestinos e israel¨ªes en un proceso de paz susceptible de desembocar en una soluci¨®n definitiva del conflicto ¨¢rabe-israel¨ª. La subida al poder del laborismo con Ehud Barak no consigui¨® revertir este proceso, s¨®lo demorarlo. Sin embargo, en las conversaciones auspiciadas por el presidente Clinton en Camp David, en julio de 2000, Israel hizo las m¨¢s amplias concesiones que hab¨ªa hecho nunca a las tesis palestinas. Barak acept¨® reconocer la jurisdicci¨®n del futuro Estado Palestino sobre casi el 95% de los territorios de la orilla occidental del Jord¨¢n y la franja de Gaza, y consinti¨® en que los palestinos asumieran responsabilidades importantes en la administraci¨®n y gobierno del Jerusal¨¦n oriental, algo que ni 1as m¨¢s avanzadas palomas de lsrael se hab¨ªan atrevido a proponer.
?Por qu¨¦ no acept¨® Arafat esta propuesta, seguramente la mejor que cab¨ªa esperar en t¨¦rminos realistas para la causa palestina? Por miedo a los extremistas de Ham¨¢s y de la Jihad Isl¨¢mica, cuya pr¨¦dica maximalista, sumada a la ineficacia y corrupci¨®n de la Autoridad Palestina, le hab¨ªa ido mermando el apoyo popular. Su insensata contrapropuesta de incluir en el acuerdo 'el derecho a1 retorno' de toda la di¨¢spora palestina, cuya consecuencia inevitable ser¨ªa la desaparici¨®n de Israel bajo la marea demogr¨¢fica, trajo consigo el fracaso de la reuni¨®n cumbre de Camp David.
De esta manera, Arafat demostr¨® que le interesaba m¨¢s el poder que la causa palestina, y, tambi¨¦n, que, adem¨¢s de p¨¦simo estadista, era un c¨ªnico, dispuesto a mantenerse en el gobierno aun cuando el precio de ello fuera servirles en bandeja el poder a sus enemigos jurados, los halcones de Israel.
Las concesiones que Ehud Barak hizo en Camp David a fin de precipitar la paz, no convencieron a Arafat, pero, en cambio alarmaron a un sector muy amplio de la sociedad israel¨ª, que quer¨ªa la paz con los palestinos, s¨ª, pero no a semejante precio. Adem¨¢s, el rechazo de Arafat convenci¨® a muchos ¨ªsrael¨ªes del centro y de la izquierda -entre ellos una de las personalidades m¨¢s comprometidas con la causa de la paz, como el escritor Amos Oz-, que hasta entonces hab¨ªan apoyado Oslo y el proceso de paz, de que Arafat no resultaba persona de fiar y que, probablemente, era cierto lo que Ariel Sharon y la extrema derecha israel¨ª ven¨ªan sosteniendo desde 1993: que era una ilusi¨®n hablar de Arafat como un moderado; que la ¨²nica diferencia entre ¨¦l y los extremistas palestinos era de apariencia y de verbo, pero que, en el fondo, como la Yihad Isl¨¢mica y Ham¨¢s, su designio ¨²ltimo era la destrucci¨®n de Israel.
La subida al poder de Ariel Sharon enterr¨® Oslo definitivamente. Su l¨®gica, aunque en las ant¨ªpodas de los extremistas palestinos, comparte los supuestos apocal¨ªpticos y maniqueos en que ¨¦stos encaran el conflicto. Para Sharon no hay moderados y radicales entre los palestinos; todos ellos constituyen una entidad homog¨¦nea unida por un prop¨®sito com¨²n, que es destruir Israel -'echar a los jud¨ªos al mar'- y, por lo tanto, la ¨²nica pol¨ªtica posible ante semejante amenaza es la de la fuerza y el amedrentamiento. Hacer pagar con creces todas las acciones terroristas, mediante ejecuciones selectivas, destrucciones de propiedades, extendiendo las colonias jud¨ªas en el interior de los territorios ocupados y dividiendo y subdiviendo a ¨¦stos con barreras y pasos forzados hasta tener encuadrada y poco menos que inmovilizada a la poblaci¨®n palestina, ni m¨¢s ni menos que en un campo de concentraci¨®n. Sharon piensa que la gigantesca superioridad militar de Israel, y el apoyo econ¨®mico y pol¨ªtico de Estados Unidos, son suficientes para que este estado de cosas se mantenga indefinidamente. ?Podr¨¢ vivir as¨ª, Israel, de manera indefinida, en ese estado de guerra latente y reprobado y criticado por todo el resto del mundo? ?l piensa que s¨ª, y, lo m¨¢s grave, es que una mayor¨ªa de sus conciudadanos parece haberse dejado seducir por este razonamiento, pues apoya su pol¨ªtica.
Los terroristas palestinos que hacen volar discotecas o pizzer¨ªas en Tel Aviv y Jerusal¨¦n despanzurrando ni?os y viejos piensan, tambi¨¦n, que, en este conflicto, no hay t¨¦rmino medio posible; lajusticia, para el pueblo palestino, despojado de su tierra y convertido en paria por un ocupante extranjero, pasa por la liquidaci¨®n del colonizador, por la destrucci¨®n de Israel. Es verdad que, desde el punto de vista militar, Israel es imbatible. Pero, como se ha demostrado hasta el cansancio en estas ¨²ltimas semanas, la superioridad tecnol¨®gica de tanques, aviones y ca?ones israel¨ªes, no hace invulnerables a las familias, a los transe¨²ntes, a las mujeres y los hombres del com¨²n en Israel contra los coches bomba o los kamikazes, que pueden llevar sus cargas mort¨ªferas por doquier.
?Hay un l¨ªmite para esta l¨®gica del terror que en la actualidad preside 1a vida pol¨ªtica en el Medio Oriente? S¨®lo si en el seno de las comunidades palestina e israel¨ª se produce una reacci¨®n de los sectores moderados que en la actualidad se hallan secuestrados por la puja extremista. No hay, sin embargo, el menor indicio de que algo as¨ª est¨¦ por ocurrir. Los esfuerzos en el seno del Gobierno de Sharon de una persona tan respetable como Shimon Peres para contrarrestar la belicosidad de su primer ministro y hacer reflotar las negociaciones de paz, resultan cada vez m¨¢s irreales y hasta pat¨¦ticos. Y del lado palestino es obvio que Ham¨¢s y la Yihad Isl¨¢mica tienen ahora, en cuanto a liderazgo se refiere, mayor autoridad que la del desprestigiado Arafat. En estas condiciones, algunos comentaristas piensan que Estados Unidos es la ¨²nica potencia que puede, dada la cercan¨ªa que tiene con Israel, inducir al Gobierno de Ariel Sharon a un cambio de pol¨ªtica, a tomar unas iniciativas que, en un futuro pr¨®ximo, resuciten la mec¨¢nica de la paz que hizo posible Oslo. Esto es bastante improbable, sin embargo, porque, dado el extremo a que han llegado las cosas, ?c¨®mo podr¨ªa Sharon revertir la pol¨ªtica que lo ha llevado y lo mantiene en el poder sin autoinmolarse, como lo hizo Ehud Barak en Camp David? Probablemente no volver¨¢ a asomar una luz en el t¨²nel en que se halla sumido el Medio Oriente hasta que, en una futura elecci¨®n, una mayor¨ªa electoral desplace del poder a Sharon y los fan¨¢ticos fundamentalistas que lo secundan. Es algo que, si no ma?ana, pasado o traspasado ma?ana, puede ocurrir. Porque, no lo olvidemos, pese a los energ¨²menos que ahora lo gobiernan, Israel es la ¨²nica democracia digna de ese nombre en todo el Medio Oriente.
? Mario Vargas Llosa, 2001. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2001.
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