TODAV?A CUMBRES BORRASCOSAS
En los p¨¢ramos cubiertos de brezos de West Yorkshire, en el Reino Unido, permanece la atm¨®sfera g¨®tica de las novelas de las hermanas Charlotte, Anne y Emily Bront?.
El d¨ªa en los p¨¢ramos del condado de York es un asunto que se decanta claramente en las alturas. Con frecuencia el cielo amanece encapotado con nubes arremolinadas en cerros, lluvia grisada contra los cristales del parabrisas y un viento amargo y fr¨ªo que sopla arrasando millas y millas de espacios abiertos. Pero a veces ocurre que, de un modo repentino, se abre una c¨²pula ins¨®lita de luz en las capas m¨¢s altas de la atm¨®sfera y entonces todo el paisaje, por un instante, permanece en suspenso, transfigurado, limp¨ªsimo: las ondulaciones moradas cubiertas de flores de brezo y campanillas, el verde lima en los prados donde pastan cientos de reba?os de ovejas entre islotes de hierba larga, un hongo que extiende su brillante cresta de color naranja sobre una roca, los muros de demarcaci¨®n de las granjas, r¨ªos como estratos espumosos que discurren blancos y llenos de r¨¢pidos entre el negro grumoso de la tierra, viento siempre, un viento feroz que no tiene piedad con nadie.
No es ciertamente un paraje donde el viajero pueda aspirar al reposo o a la ociosidad convencional de otros destinos tur¨ªsticos. Son tierras condenadas, sin centro de gravedad, de una belleza dif¨ªcil, casi amenazadora. Por estas cumbres cabalgaron sin descanso los esp¨ªritus atormentados de Heathcliff y Catherine Earnshaw. De vez en cuando se ve emerger en la ladera de un soto las ruinas de una abad¨ªa o un antiguo cementerio con las l¨¢pidas en declive cubiertas de verd¨ªn y difuminadas por la humedad y el abandono que envuelve todo en una atm¨®sfera de novela g¨®tica.
Recorrer determinados lugares es recordar y repetir los caminos que otros transitaron antes que nosotros, preguntarse si ese p¨²rpura profundo de ¨²ltima hora no ser¨¢ s¨®lo un fen¨®meno atmosf¨¦rico, sino acaso un s¨ªntoma temprano de la enfermedad boreal que hace perder el asidero a algunas almas desbocadas ante un universo de energ¨ªa pura, salvaje, tortuoso, engullente como un remolino.
Siguiendo los valles del Peak District, por carreteras comarcales se llega a Haworth, el lugar donde nacieron las hermanas Bront?, situado en la ladera de una colina muy escarpada, rodeado de p¨¢ramos y aislado casi por completo de las aldeas vecinas. Todo el pueblo est¨¢ levantado en piedra gris y no ha debido de cambiar mucho desde la ¨¦poca victoriana. Entonces toda la zona del West Riding del condado de York era uno de los centros neur¨¢lgicos de la producci¨®n textil y el pueblo contaba con m¨¢s de un millar de telares. Al final de la calle principal, empinada y adoquinada, se encuentra el pub Black Bull, donde Branwell -el ¨²nico hermano de la familia, al que Emily profesaba verdadera adoraci¨®n- cultiv¨® todas las variantes posibles del fracaso, encabalgado a la barra, emborrach¨¢ndose con empe?o feroz hasta morir.
En la misma calle se encuentra la oficina de correos desde la que Charlotte, Emily y Ann enviaban sus manuscritos a los editores de Londres. El olor a humo de le?a y la emanaci¨®n de piedra h¨²meda dan a los pasos del visitante una resonancia c¨®ncava como si estuviera caminando por encima de una cripta. Al final de la cuesta est¨¢n la iglesia y la casa rectoral, hoy convertida en el Bront? Personage Museum, ya que fue el hogar de las novelistas entre 1820 y 1861. En aquella ¨¦poca Haworth era uno de los focos m¨¢s fervientes del despertar evang¨¦lico en el norte de Inglaterra y el reverendo Patrick Bront? estaba a cargo de la parroquia. La casa permanece decorada igual que entonces. En la cocina, en el estudio de los ni?os y en las habitaciones se exponen primeras ediciones de libros, un cuento con dibujos y caligraf¨ªa infantil de Charlotte para su hermana Ann, retratos al ¨®leo pintados por Branwell, objetos personales: guantes o hebillas del pelo y juguetes como los famosos Twelves, los 12 soldaditos de madera que Mr. Bront? trajo de regalo a sus hijos una noche de 1826 al regreso de un viaje a Leeds y que fueron el punto de partida de toda una serie de cr¨®nicas aventureras que los cuatro hermanos escrib¨ªan apretadamente tanto en prosa como en verso en unos libretines diminutos como cajas de cerillas y que transcurr¨ªan en los reinos imaginarios de Angria y Gondal. Desde peque?os, los Bront? se acostumbraron a pasar la mayor parte del tiempo en estos mundos so?ados donde conquistaban tierras, dramatizaban sagas, asist¨ªan a consejos de Estado y proyectaban poemas l¨ªricos y ¨¦picos, hasta tal punto que este juego infantil puede considerarse, sin duda, el origen de toda su producci¨®n literaria.
La vida aislada en Haworth, el influjo del paisaje agreste asolado durante todo el invierno por ventiscas de nieve, unido a episodios tr¨¢gicos como la temprana muerte de la madre y de dos hermanas peque?as, contribuyeron a forjar la imaginaci¨®n atormentada y la intensidad emocional y melanc¨®lica que caracteriza a todos los miembros de la familia: una vehemencia puramente rom¨¢ntica, ajena a los c¨®digos morales y est¨¦ticos de la literatura victoriana de la ¨¦poca. El mismo concepto del amor, de ra¨ªz byroniana, entendido como ensa?amiento y conflicto o desaf¨ªo, encuentra su r¨¦plica id¨®nea en la geograf¨ªa de los p¨¢ramos, un territorio descorazonador y cruel, casi sin ¨¢rboles, pero, acaso por eso, hermos¨ªsimo. 'Cuando yo no soy y nada es, / ni tierra, ni mar, ni cielo sin nubes, / sino mi alma, que va de vuelo, / por la infinita inmensidad'.
Para completar el itinerario se puede hacer el paseo a pie hasta el puente y la catarata descritos en los poemas de Charlotte y Emily. M¨¢s all¨¢, si hay suerte y los caminos est¨¢n abiertos (algunos han sido cerrados para evitar la propagaci¨®n de la fiebre aftosa), atravesando lo m¨¢s descarnado de los Moors, se llega a Top Withins, una granja que probablemente sirviera de inspiraci¨®n para recrear la l¨²gubre mansi¨®n de los Tordos. Aun en pleno verano sopla un viento g¨¦lido y hay una permanente franja de neblina vibrando en el aire. A veces, en d¨ªas de tormenta, quiz¨¢ por efecto de la luz, se llega a vislumbrar la sombra de dos jinetes al galope por una vertiente escarpada de riscos, entre nubes bajas de bet¨²n y golpes de viento conc¨¦ntricos. Entonces uno tiene la sensaci¨®n de que el viaje es una epifan¨ªa tan fugaz como la visi¨®n que contempla y que la literatura va a engullirlo como un remolino hasta hacer que se pierda en el peligroso mundo de los p¨¢ramos, un infierno propio donde errar para siempre como un fantasma.
Susana Fortes (Pontevedra, 1959) es autora de Fronteras de arena (Espasa).
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