EL ?LTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. Calmados los ¨¢nimos tras el incendio, Horacio intenta aclarar los sucesos ocurridos en la estaci¨®n espacial Derrida, empezando por la desaparici¨®n del Gobernador de Fermat IV, que estaba dedicado a averiguar los secretos de la estaci¨®n. El delincuente Gara?¨®n, a su vez, dice ser el hijo de la duquesa, y confiesa que fue ¨¦l quien acab¨® con la vida del abate de un disparo.
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Domingo, 22 de junio (continuaci¨®n)
Muy sorprendidos se quedaron el gobernador y Gara?¨®n cuando la duquesa les revel¨® que su marido, el avieso duque, nos ten¨ªa preparada una trampa mortal.
Preguntada por la ¨ªndole de dicha trampa, la duquesa dijo haber o¨ªdo a su marido hablar con el chambel¨¢n, con quien al parecer estaba confabulado, de un siniestro total y de cobrar una p¨®liza de seguros y de c¨®mo el duque hab¨ªa previsto fugarse de la estaci¨®n espacial en nuestra propia nave, de la que planeaba apoderarse mediante un golpe de ingenio y audacia.
Ante semejante revelaci¨®n, decidieron regresar a la nave, llevando consigo a la duquesa, para avisar del peligro a los mandos y a la tripulaci¨®n. Pero cuando llegaron a la nave, la encontraron completamente vac¨ªa, porque ya para entonces el duque hab¨ªa conseguido con enga?os y falsificaciones, encerrar a todos los ocupantes al duditorio.
Esperaron el desarrollo de los acontecimientos y, cuando vieron elevarse una columna de humo sobre el frontispicio del Auditorio Real, comprendi¨® de inmediato la duquesa cu¨¢l era el espeluznante plan de su marido.
Deliberaron los tres y, despu¨¦s de rechazar varias propuestas inviables, la duquesa tuvo la feliz idea de provocar una inundaci¨®n, para lo cual, dada la disposici¨®n radial de la estaci¨®n espacial, s¨®lo ten¨ªan que destapar todos los aljibes de la nave y dejar que el agua all¨ª almacenada invadiera los corredores de dicha estaci¨®n espacial y fuera a desembocar en el Auditorio Real, emplazado en el centro geom¨¦trico de la misma. Y as¨ª lo hicieron, con los resultados ya descritos en este grato Informe.
Finalizado este relato, recrimino a Gara?¨®n su conducta, puesto que ha tomado innumerables decisiones sin pedir la debida autorizaci¨®n, pero a?ado que, en reconocimiento por habernos salvado a todos de una muerte horrible, no formular¨¦ cargos contra ¨¦l ni har¨¦ una anotaci¨®n negativa en su expediente.
Me da las gracias con una humildad ins¨®lita en ¨¦l, que atribuyo a su evidente estado general de abatimiento.
Preguntado al respecto, confiesa estar atravesando una crisis personal por el asunto de la duquesa, la cual, pese a su insistencia, persiste en negar rotundamente ser su madre. Le prometo ocuparme del asunto en el ejercicio de mis funciones y le ordeno regresar a su lugar de reclusi¨®n reglamentario.
Acto seguido invito a comparecer a la duquesa y aprovecho la ocasi¨®n para darle la bienvenida a bordo de la nave y preguntarle si el alojamiento que se le ha proporcionado le resulta confortable y placentero.
Responde no tener queja alguna del camarote y la piltra, pero lamenta no disponer de agua para el ba?o. Le pido disculpas, pero le se?alo cort¨¦smente que fue ella quien tuvo la idea de vaciar los aljibes de la nave, que en estos momentos navega sumida en la m¨¢s rigurosa aridez. Acto seguido, considerando cumplida mi misi¨®n, nos despedimos y se retira.
Salgo en busca de Gara?¨®n con objeto de informarle del resultado de mi entrevista con la duquesa, pero no est¨¢ en el sector de los delincuentes, como le corresponder¨ªa. Hago indagaciones y me informan de que, por causa de su decaimiento, ha decidido aislarse de sus compa?eros.
Acto seguido voy en busca de la se?orita Cuerda. Tampoco est¨¢ en el sector de las mujeres descarriadas, las cuales, a mis preguntas responden que la han visto hace un rato hablando con Gara?¨®n y que, compadecida de su desdicha, se ha ido con ¨¦l para prodigarle sus consuelos, en vista de lo cual regreso a mis aposentos, donde ceno solo y sin vino, pues en mi ausencia ha desaparecido misteriosamente la ¨²ltima botella de Sancerre.
Martes, 24 de junio
La navegaci¨®n prosigue sin incidentes dignos de menci¨®n, pero sometida a muy duras condiciones por la carencia de agua. A quienes vienen a quejarse aprovecho para recordarles sus cr¨ªticas cuando dispon¨ªamos de agua p¨²trida a la clorofila y no les parec¨ªa lo bastante buena para ellos. Ante este argumento irrebatible, se van derrotados, pero no contentos.
A la carest¨ªa de agua se une la de los productos farmac¨¦uticos, de los que pens¨¢bamos surtirnos en la estaci¨®n espacial Derrida, de infausta memoria, pues no s¨®lo no pudimos reponer las existencias, sino que salimos de all¨ª m¨¢s necesitados de medicinas que al llegar. Los que sufrieron quemaduras en el pavoroso incendio son los que m¨¢s padecen, seguidos de los que sufrieron fracturas, dislocaciones, contusiones, heridas y otros da?os, as¨ª como los ancianos improvidentes, siempre necesitados de alg¨²n remedio para sus achaques. S¨®lo el portaestandarte parece haberse beneficiado de lo sucedido, pues del susto se le cur¨® el acceso de v¨®mito verde que tan molesto resultaba para sus compa?eros, pero al que ¨¦l ya se hab¨ªa acostumbrado.
En el ejercicio de mis funciones, visito a diario las dependencias de la nave para conocer de cerca los padecimientos de la tripulaci¨®n y del pasaje, a fin de paliarlos en la medida de lo posible, y, cuando no es posible, para levantar con mi presencia la moral de todas las personas a mi cargo.
En general, imperan la sensatez, la camarader¨ªa y la templanza, como suele ocurrir en tiempos de crisis, sobre todo al principio.
Las mujeres descarriadas, habituadas a los reveses de la fortuna y a los ultrajes de la reprobaci¨®n, son las que mejor sobrellevan la indigencia, aunque su feminidad se resiente al no poderse asear y acicalar. Por fortuna, est¨¢n desbordadas de trabajo, porque de resultas del pavoroso incendio, la cantidad de ropa que hay que lavar, planchar y zurcir es inconmensurable. Esto las tiene entretenidas todo el d¨ªa y llegan a la noche demasiado cansadas para protestar.
Tambi¨¦n en el sector de los ancianos improvidentes, en contra de lo previsible, hay serenidad e incluso un cierto af¨¢n de plantar cara a la adversidad, que se manifiesta de muy variadas formas: florecen como anta?o las tertulias, se organizan juegos de sal¨®n y concursos de habilidad e ingenio, e incluso algunos, m¨¢s cultos y emprendedores, han empezado a editar una revista titulada Matusal¨¦n que, si bien dedica un espacio excesivo a meterse conmigo, no carece de calidad ni de inter¨¦s.
Los delincuentes, aun siendo en teor¨ªa los m¨¢s avezados a la vida dura, son, en cambio, los que peor soportan las incomodidades, pues su idiosincrasia los lleva a atribuir cualquier contrariedad a la incompetencia o al capricho de quien tiene el derecho y el deber de reprimirlos. Todav¨ªa no dan muestras de agitaci¨®n, pero tengo por cierto que pronto surgir¨¢n problemas en este sector, y entonces la situaci¨®n se puede complicar enormemente, porque la mayor¨ªa de las armas se perdieron durante el incendio, cuando los miembros de la tripulaci¨®n que las llevaban se desprendieron de ellas y las arrojaron lejos de s¨ª para evitar que la p¨®lvora les explotara encima. Como los misiles de uso externo se perdieron tiempo atr¨¢s, al dispararlos contra los balastos, el arsenal de la nave se compone de unas cuantas pistolas descontroladas y poca cosa m¨¢s. Este inconveniente, sin embargo, viene compensado por el saber que, desprovista de armas, no es probable que la tripulaci¨®n se me amotine.
Mientras tanto, nos dirigimos a la estaci¨®n espacial m¨¢s pr¨®xima, que se encuentra a nueve d¨ªas de navegaci¨®n, aunque este c¨¢lculo, en la zona helicoidal, est¨¢ sujeto a muchos errores. Aunque por ahora no hay indicios de agitaci¨®n, estoy convencido de que ni la tripulaci¨®n ni el pasaje resistir¨¢n tanto tiempo en condiciones tan malas sin provocar disturbios. Adem¨¢s, es muy probable, seg¨²n me informa el doctor Agustinopulos, que tengamos un n¨²mero considerable de bajas por diversas causas.
Preguntado el primer segundo de a bordo, a cuyo cargo est¨¢ la navegaci¨®n, si no habr¨ªa forma de llegar antes, responde que en la zona helicoidal todo aumento de velocidad supondr¨ªa un aumento proporcional de la distancia que nos separa de nuestro objetivo.
Preguntado si no podr¨ªamos tomar una ruta que soslayase la maldita zona helicoidal, responde que no lo sabe. En la Academia de Mandos donde curs¨® sus estudios s¨®lo le ense?aron a navegar por la zona helicoidal. Le agradezco el informe y se retira.
Continuar¨¢
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