Artistas digitales
Encontr¨¦ el invierno pasado en un contenedor un sill¨®n de orejas id¨¦ntico a aquel en el que mi madre dorm¨ªa la siesta. Quiz¨¢ fuera el mismo, pues algunos objetos dom¨¦sticos se pasan la vida dando vueltas para llegar al punto de partida
Si usted, como un servidor, es de esas personas a las que les gusta revisar por la noche los contenedores de basura de su barrio, para apropiarse de los cachivaches que el consumo expele pr¨¢cticamente sin digerir, o sea, nuevos, lleve cuidado, porque he le¨ªdo en el Ciberpa¨ªs que un artista digital afincado en Barcelona abandona por ah¨ª electrodom¨¦sticos a los que luego permanece conectado y manipula a distancia. De modo que si usted se encuentra un transistor en la basura y se lo lleva a casa, no debe extra?arse de que el aparato, en medio del Diario hablado de Radio Nacional (nunca mejor dicho lo de Radio Nacional), se dirija a usted cuando va a encender, por ejemplo, un cigarrillo:
'M¨ªrame bien', me dijo, '?soy o no soy una reina?'
-?Ya vas a fumar otra vez?
-?Pero qui¨¦n me habla?
-Soy yo, soy Radio Nacional. Apaga eso ahora mismo.
Esto antes se llamaba invasi¨®n de la intimidad, y era un delito. Ahora es arte digital, y sale en los papeles. Yo encontr¨¦ el invierno pasado en un contenedor un sill¨®n de orejas id¨¦ntico a aquel en el que mi madre dorm¨ªa la siesta. Quiz¨¢ fuera el mismo, pues algunos objetos dom¨¦sticos se pasan la vida dando vueltas para llegar al punto de partida. De hecho, un d¨ªa, en una librer¨ªa de viejo di con una enciclopedia de mi padre que yo mismo hab¨ªa vendido, indignado, cuando era adolescente, porque me busqu¨¦ en ella y no estaba, pese a haber publicado ya un par de cuentos en la revista del colegio. La compr¨¦, pero al llegar a casa vi que continuaba sin salir. Ahora la tengo en cuarentena en el caj¨®n de la mesilla de noche: si en dos a?os m¨¢s no aparezco, vuelvo a venderla, esta vez al peso.
Me llev¨¦ el sill¨®n de orejas a casa, dec¨ªa, para echar la siesta, y cuando comenzaba a dormirme, las orejas me hablaban en sonido estereof¨®nico. No me habr¨ªa importado esta alucinaci¨®n auditiva, he sufrido otras peores, de no ser porque la voz parec¨ªa confundirme con mi madre. Por lo menos, se dirig¨ªa a m¨ª como si yo fuera una mujer de la edad que ten¨ªa ella cuando dorm¨ªa la siesta en el orejero.
-Esa copa diaria de Fundador te va a matar -dec¨ªa.
No s¨¦ a ustedes, pero a m¨ª me parece muy molesto que me confundan con mi madre, que en paz descanse, por lo que una noche baj¨¦ el sill¨®n a la calle y lo cambi¨¦, en el contenedor de la esquina, por una silla giratoria a la que s¨®lo le faltaba una rueda. El sill¨®n lo recogi¨® un vecino que desde entonces habla solo.
El caso es que ayer estaba viendo en la tele unas escenas de la boda esa del siglo (del siglo XV, para decirlo todo), cuando Eva Sannum, cuyo rostro ocupaba en ese instante toda la pantalla, me mir¨® fijamente a los ojos y me dijo:
-A ver, Juanjo, m¨ªrame bien: ?soy o no soy una reina?
-A m¨ª me has parecido una reina desde el primer d¨ªa -le dije-. Claro, que yo no soy mon¨¢rquico y los mon¨¢rquicos toman por reinas a unas se?oras incre¨ªbles.
-?Y por qu¨¦ son tan antimon¨¢rquicos los mon¨¢rquicos?
Le expliqu¨¦ las causas de lo que en mi opini¨®n no era m¨¢s que una tormenta en un vaso de agua (mineral, por supuesto) y luego, cuando ella hab¨ªa empezado a revelarme las diferencias entre las monarqu¨ªas de pr¨ºt-¨¤-porter y las monarqu¨ªas de alta costura, se abri¨® la puerta y entr¨® mi mujer, sorprendi¨¦ndonos en animada conversaci¨®n.
-?Ya est¨¢s hablando otra vez con la tele? -dijo.
-Ha empezado ella -me defend¨ª.
Entonces, mi mujer sac¨® un recorte del ¨²ltimo Ciberpa¨ªs y me ense?¨® la noticia del artista digital ese (delincuente a secas, seg¨²n el anterior c¨®digo penal), que manipula los aparatos a distancia. Y es que es cierto: saqu¨¦ el televisor a trav¨¦s del que Eva Sannum me hab¨ªa hablado de un contenedor de basura, har¨¢ ahora un par de meses. Antes, las madres dec¨ªan a los hijos que no aceptaran caramelos de desconocidos. Pronto empezar¨¢n a decirles que no acepten electrodom¨¦sticos. Por cierto, que ese cabecero de cama que usted encontr¨® la semana pasada en un vertedero y que tan bien le hab¨ªa quedado en el dormitorio tras un par de retoques, podr¨ªa tener ocultos un micr¨®fono y una microc¨¢mara que filma sus sue?os y los env¨ªa al taller de un artista digital (antes, chorizo) afincado en Barcelona. Por si acaso, antes de meterse entre las s¨¢banas, grite siempre viva el Rey.
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