Zaplana, el conspirador
El periodista Ra¨²l del Pozo es un tipo bien informado, o por tal se le tiene, debido a su excelente conexi¨®n con la c¨²pula que patronea el PP y constatada familiaridad con las entretelas pol¨ªticas de Madrid. De ah¨ª que, a¨²n cuando se descuelgue en clave de humorada, conviene tom¨¢rselo en serio, pues no suele escribir a humo de pajas. Tal acaba de acontecer con su columna La Tr¨ªada, publicada en El Mundo del pasado martes. Los hermeneutas todav¨ªa andan d¨¢ndole vueltas a las inc¨®gnitas, o no tanto, que desliza en la misma y a su intenci¨®n ¨²ltima.
Como el lector quiz¨¢ sepa, y para el caso resumimos, el colega se refiere a unos ¨¦mulos de Saviola, Kluivert y Rivaldo -el tridente del Bar?a- que tratar¨ªan de controlar desde la c¨²pula del partido la sucesi¨®n de Aznar a fin de impedir que el ministro de Justicia, ?ngel Acebes, recoja el testigo. De los ¨¦mulos aludidos apenas si da unas pistas. Asegura tan s¨®lo que dos de ellos son integrantes del Gobierno y el tercero es el presidente de una comunidad aut¨®noma. 'Uno representa la astucia, otro el poder; el tercero, la conspiraci¨®n'. No hay que ser muy lince para deducir qui¨¦n es el conspirador en esta historia, a la vista de las autonom¨ªas que gobiernan los populares. En efecto, se trata del nuestro, Eduardo Zaplana.
A partir de aqu¨ª tienen franqu¨ªa todas las especulaciones. La primera y m¨¢s elemental es que el agudo observador se haya limitado a recoger y medio novelar chismes o desahogos significativos ¨²nicamente por la cualidad de los cen¨¢culos en los que se han producido. No puede descartarse, asimismo, la posiblidad de una intoxicaci¨®n perversa a la que todos los gacetilleros estamos expuestos, sobre todo en los remolinos de la lucha por el poder. Y cabe, obviamente, que, a falta de evidencias, el comentarista haga se?ales de humo acerca de lo que se urde y le consta.
Sea lo que fuere -y personalmente apostamos por la intoxicaci¨®n- el cuento de marras ¨²nicamente identifica y lacera a uno de los personajes aireados y no es otro que el molt honorable president. Grave consecuencia que no se le ha podido escapar al sutil cronista de la Corte, pues poco menos que le se?ala con el dedo y le crucifica sin ambages: es el conspirador. Si lo ha escrito es porque as¨ª lo cree, no porque haya ejercido de amanuense, oficio de todo punto ajeno a del Pozo.
Falso todo ello, lamentable por lo mismo, pero ?acaso puede sorprendernos? El l¨ªder popular valenciano no se ha recatado en acrecer su dimensi¨®n estatal, ni siquiera ha disimulado su desembarco en las mismas costas del poder central, avalado por sus triunfos auton¨®micos. ?Acaso no ten¨ªa derecho a pugnar por la primogenitura en la sucesi¨®n al presidente del Gobierno? En este sentido ninguno de sus predecesores en la Generalitat ha tenido m¨¢s osad¨ªa ni se ha sacudido con m¨¢s arrogancia el complejo de inferioridad ind¨ªgena.
Pero este descaro o audacia -sobre todo si proviene de la periferia- se paga caro. Con tr¨ªada o sin ella, a Zaplana le est¨¢n diciendo que no es bienvenido a la cuca?a por la sucesi¨®n. No deja de ser un m¨¦rito que se le reconoce. Pero ya sabe qu¨¦ le espera a poco que pugne y le pise las flores a la media docena de candidatos in pectore. En Valencia lo tiene m¨¢s claro.
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