Apocalypse Now
Nuestro mundo ya no volver¨¢ a ser el mismo, pues el desplome de las dos majestuosas y orgullosas torres del Centro del Comercio Mundial es un hito que marca una nueva etapa, quiz¨¢s incluso abriendo simb¨®licamente el siglo XXI, al igual que otra ca¨ªda arquitect¨®nica, tambi¨¦n espectacular y televisada, la del muro de Berl¨ªn, marc¨® el fin del siglo XX. Y lo que ve¨ªamos desmoronarse al tiempo que, at¨®nitos, se desmoronaban como un castillo de naipes esas obras de ingenier¨ªa y vanidad humana, era la confianza, la confianza en el orden seguro de las cosas, la confianza en el poder, la confianza en la inteligencia del Imperio, desarmado, incapaz, herido, desorientado durante varias horas. No sabemos qui¨¦n lo ha hecho; tampoco es lo m¨¢s importante. Todo apunta a una acci¨®n del terrorismo isl¨¢mico, pero lo mismo se dijo cuando el atentado de Oklahoma y el autor result¨® ser un ciudadano americano, m¨¢s populista que de extrema derecha, h¨¦roe de la guerra del Golfo. Lo importante es que, sea quien sea su autor, la v¨ªctima herida y golpeada es el coraz¨®n del poder mundial, que muestra as¨ª su vulnerabilidad. Pues si los dos impactos sobre las torres son la parte espectacular, un brindis a Hollywood, el impacto sobre el Pent¨¢gono es la humillaci¨®n de la fuerza e inteligencia del Imperio. Ya nadie puede estar seguro y ni siquiera el escudo antimisiles de Bush garantiza nada. No son misiles lanzados por claros enemigos lo que nos amenaza, sino fuerzas oscuras que emergen de entre nosotros, movidas por ideolog¨ªas fanatizadas y no por intereses estrat¨¦gicos, y que extraen su fuerza de nuestras propias debilidades, no de su arsenal o su capacidad.
Cuando se pierde la confianza, ¨¦sta es dif¨ªcil de recobrar. M¨¢xime cuando es consecuencia de nuestra enorme vulnerabilidad. Un buen n¨²mero de soci¨®logos llevan m¨¢s de una d¨¦cada analizando la sociedad riesgo moderna. La complejidad sociotecnol¨®gica de nuestras sociedades, que reposan en sistemas expertos encadenados en redes de interacci¨®n cada vez m¨¢s vastas, generan situaciones de alto riesgo tanto m¨¢s dif¨ªciles de controlar cuanto m¨¢s extensas y profundas sean esas cadenas de interacci¨®n. Chern¨®bil ha sido el s¨ªmbolo y el argumento m¨¢s s¨®lido de los te¨®ricos de la sociedad riesgo, como m¨¢s tarde lo fueron las vacas locas o los problemas medioambientales. Ninguno de ellos pens¨® en la seguridad ante el terrorismo. Pero para la ca¨ªda de las torres hicieron falta no una, sino dos bombas. La primera, un simple y anticuado avi¨®n cargado de keroseno, ciertamente no un arma sofisticada. Pero s¨ª era sofisticada la segunda bomba, las propias torres que no pudieron soportar el impacto. El avi¨®n no caus¨® las muertes; las causaron las torres inmensas cuyos dise?adores hab¨ªan previsto todo menos eso, como los dise?adores del Titanic previeron todo menos lo que acab¨® ocurriendo. El orgullo de la arquitectura f¨¢lica, s¨ªmbolo visible de la mundializaci¨®n econ¨®mica y donde se alojan buena parte de los grandes bancos de inversi¨®n y los operadores de bolsa, ca¨ªa estrepitosamente arrastrando a miles de personas a un infierno de polvo y cascotes. Es mucho m¨¢s que un s¨ªmbolo de la vulnerabilidad de los soportes materiales, inform¨¢ticos, energ¨¦ticos o comunicacionales de nuestras sociedades. Hemos sustituido un entorno, un medio ambiente natural, por otro tecnol¨®gico, y ¨¦ste es de tal complejidad que es imposible calcular las consecuencias ¨²ltimas de sus posibles fallos.
Estamos as¨ª ante los inicios de lo que podr¨ªamos llamar la Tercera Guerra Mundial o, con mayor propiedad, las Nuevas Guerras. Que no son conflictos de intereses entre potencias establecidas que combaten por un territorio y se reconocen mutuamente como enemigos. Para eso hemos dise?ado tambi¨¦n complejos sistemas de resoluci¨®n de conflictos que permiten llegar a acuerdos o al menos posponer indefinidamente el conflicto. Y en ¨²ltima instancia tenemos siempre el recurso a la destrucci¨®n mutua asegurada, sin duda un excelente ant¨ªdoto contra la ambici¨®n excesiva. Estamos ante una guerra de guerrillas urbana, movilizada por ideolog¨ªas fanatizadas que activan guerreros suicidas, que aprovecha nuestra complejidad para herir y que busca sobre todo la espectacularidad y el impacto que proporcionan los medios de comunicaci¨®n. El magnicidio de ayer es, como se?alaron muchos observadores, un claro casus belli, sin duda m¨¢s odioso que el bombardeo de Pearl Harbor, contra objetivos militares y con un n¨²mero muy inferior de v¨ªctimas. Pero ?casus belli contra qui¨¦n? No hay pa¨ªs que asuma esta nueva guerra, pues la forma de la nueva guerra es el terrorismo. Ten¨ªa raz¨®n Huntington al se?alar que, tras las guerras de dinast¨ªas del siglo XVIII, las guerras entre naciones del XIX y la guerra civil de clases sociales del XX, ¨ªbamos a entrar en una nueva fase de conflictos b¨¦licos. No est¨¢ nada claro que ¨¦stos vayan a ser guerras de civilizaciones, y menos clara a¨²n la incompatibilidad del islam con la modernidad (que Huntington y Sartori teorizan), pero, de serlo, ser¨ªa s¨®lo una guerra contra el islam, en gran parte autocumplida y autogenerada, lo que, por cierto, colocar¨ªa a Espa?a en la misma frontera norte del conflicto, algo que interesa evitar a toda costa (y en primer lugar a las empresas orientadas al turismo, las primeras que vieron sus cotizaciones desplomarse el mi¨¦rcoles por la ma?ana). Es una nueva guerra civil, ciertamente, con ribetes importantes de guerra de clase, pero no la guerra civil de Occidente, sino del mundo, otro producto m¨¢s de la globalizaci¨®n, y en el que las alianzas m¨¢s espurias e insensatas pueden ser realidad. Una nueva guerra, la terrorista, que no es ya la continuaci¨®n de la pol¨ªtica por otros medios como dise?¨® Clausewitz, sino la pol¨ªtica misma que se expresa no mediante palabras o argumentos, sino con espect¨¢culos dirigidos al gran p¨²blico.
Pues esto ¨²ltimo es quiz¨¢s la clave explicativa no de los m¨®viles, pero s¨ª del procedimiento y de los objetivos. Lo que vimos ayer no fue un ataque contra objetivos militares o estrat¨¦gicos, sino una gigantesca superproducci¨®n que ni el m¨¢s osado Spielberg hubiera podido imaginar. Un espect¨¢culo dantesco y gigantesco que pretende (y consigue) impactarnos, palabra clave en este contexto. Pues ?cu¨¢ntos 'impactos', ahora en t¨¦rminos de marketing televisivo, obtuvieron los terroristas a partir de s¨®lo tres impactos f¨ªsicos? ?Qu¨¦ mayor operaci¨®n de publicidad? ?Cu¨¢ntos miles de millones de telespectadores? S¨®lo faltaba que lo hubieran anunciado previamente para as¨ª poder vender la publicidad prime time. Sin la televisi¨®n no hay impacto y sin impacto publicitario no hay terrorismo. Es una guerra terrorista dise?ada y preparada para la sociedad virtual, la contrapartida de la Guerra del Golfo. Su objetivo ¨²ltimo no son ni las torres ni el Pent¨¢gono, sino los millones de telespectadores; su objetivo somos nosotros, fascinados y aterrados ante la pantalla del televisor. Qu¨¦ es lo que nos quieren transmitir no es f¨¢cil de identificar, pero en todo caso s¨ª dicen: aqu¨ª estoy yo. Un mensaje narcisista de autoafirmaci¨®n delirante.
Una ¨²ltima consecuencia provisional a extraer. Lo que ha fallado estrepitosamente son los sistemas de inteligencia y, m¨¢s concretamente, la inteligencia humana, no la tecnol¨®gica. El Gobierno de Estados Unidos, como el de casi todos los pa¨ªses, aparece fascinado por los sistemas de inteligencia de alta tecnolog¨ªa, que son capaces de detectar desde un sat¨¦lite la matr¨ªcula de un autom¨®vil. Tambi¨¦n muy espectacular y cinematogr¨¢fico. Sistemas de los que se espera que proporcionen seguridad, un bien crecientemente escaso. Y han marginado la inteligencia humana, que, enredada con el enemigo cuando a¨²n es potencial, puede prevenir acciones de este tipo. Pero, sobre todo, han marginado la verdadera pol¨ªtica, la que soluciona el conflicto en lugar de enquistarlo y enconarlo, justamente lo que ocurre actualmente en Palestina.
Cu¨¢l pueda ser la reacci¨®n del pueblo americano es dif¨ªcil de prever, aunque, de momento, la impresi¨®n es de una gran serenidad despu¨¦s del pasmo y el horror. Pero s¨ª es clara cu¨¢l debe ser nuestra reacci¨®n: mostrar nuestra solidaridad total es sin duda lo mejor que podemos hacer, pues nada ser¨ªa peor que el que este magnicidio reforzara las tendencias aislacionistas siempre presentes en Estados Unidos.
Emilio Lamo de Espinosa es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense.
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