Acumulaci¨®n de talentos
Antigua sede de la Roma cl¨¢sica, pero tambi¨¦n llave geogr¨¢fica del Mediterr¨¢neo, es l¨®gico que la pen¨ªnsula italiana se convirtiese en la plataforma de la proyecci¨®n del clasicismo antiguo en el emergente mundo de la Europa moderna.
No se puede decir que en la Edad Media -t¨¦rmino creado, por cierto, por los renacentistas para acotar el par¨¦ntesis que oscureci¨® el legado cl¨¢sico- se hubieran secado las fuentes de inspiraci¨®n de la cultura pagana latina; sin embargo, durante el siglo XV y, sobre todo, en Florencia, se produjo su renacimiento m¨¢s luminoso, un renacimiento de naturaleza cultural, pero, en especial, art¨ªstico.
Este renacimiento cobr¨® su pleno sentido con el t¨¦rmino m¨¢s revolucionario de humanismo, una forma de potenciar la centralidad del hombre y su autosuficiencia frente a cualquier autoridad trascendente, incluida la divina.
Cuando se observa la creciente acumulaci¨®n de audaces talentos que se sucedieron en la Florencia del siglo XV, con su deslumbrante fomento cenital en la ¨¦poca de Cosme y Lorenzo de M¨¦dicis, no se puede sentir sino asombro y perplejidad. La lista de nombres es ciertamente prodigiosa -Brunelleschi, Ghiberti, L. B. Alberti, Massacco, Botticelli, el primer Miguel ?ngel, etc¨¦tera- s¨®lo en Florencia, pero, enseguida, esas primeras luces se extendieron por toda la pen¨ªnsula italiana sin declinar su brillante valor.
No se trata ya s¨®lo de ensalzar aportaciones concretas muy relevantes en artes pl¨¢sticas y arquitectura, como la invenci¨®n de la perspectiva o la restauraci¨®n de los ¨®rdenes cl¨¢sicos, sino de se?alar ese orgullo humano de creaci¨®n verdaderamente f¨¢ustico, que signa el esp¨ªritu moderno de exploraci¨®n hasta nuestros d¨ªas.
Fue all¨ª, por tanto, primero en esa peque?a rep¨²blica comercial de Florencia, pero, luego, extendi¨¦ndose r¨¢pidamente como una mancha de aceite por toda Italia y Europa Occidental donde debemos mirar para encontrar las ra¨ªces que configuran lo mejor de lo que todav¨ªa somos. ?ste es el secreto de la perdurabilidad del renacimiento de la humanidad, pues all¨ª descansan realmente los valores de racionalidad y progreso que nos constituyen.
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