Jungla de cristal
El martes pasado por la tarde me fui al cine. Escog¨ª una de esas salas de la Gran V¨ªa donde todav¨ªa anuncian las pel¨ªculas con enormes cartelones que cubren las fachadas como en Broadway. All¨ª proyectaban un filme de manufactura americana, se titulaba USA, ataque terrorista y supuse que tratar¨ªa de sorprender al espectador con aparatosas secuencias de cat¨¢strofe y violencia. No le iba a resultar sencillo, pens¨¦, porque los aficionados al cine somos ya dif¨ªciles de impresionar. Ser¨ªa complicado superar con el m¨ªnimo de credibilidad indispensable para que el p¨²blico no se levante de su butaca las tremendas escenas que protagonizara Bruce Willis en Jungla de cristal. Aquella trilog¨ªa parec¨ªa haber agotado la capacidad de sorpresa de los espectadores.
En la primera de la serie, el heroico agente estadounidense se enfrentaba a la ocupaci¨®n de un gran edificio de Nueva York por parte de un grupo de piraos. Eran tipos duros y muy preparados, y de no ser por el arrojo y la intuici¨®n del amigo Bruce, los ocupantes de aquel rascacielos hubieran fenecido v¨ªctimas de la ambici¨®n y la locura humana. Son cosas de pel¨ªcula.
En la segunda Jungla de cristal secuestraban un avi¨®n.Se trataba de un aparato grandote con el pasaje al completo y en el que casualmente viajaba la chica de Bruce. Todo resultaba exagerado y rocambolesco. Una situaci¨®n que obligaba de nuevo al protagonista a poner su vida en juego hasta l¨ªmites insospechados, y al espectador, a realizar un acto de fe para no sospechar que los guionistas le estaban vacilando.
En la tercera y ¨²ltima pel¨ªcula, la exhibici¨®n de maldad y capacidad destructora alcanzaban ya niveles superlativos. Esta vez, el terror se cebaba en Manhattan. Un grupo armado movido por el odio a los estadounidenses y el inter¨¦s econ¨®mico atacaba el norte de la Gran Manzana colapsando el coraz¨®n financiero de Nueva York. El objetivo era el oro de la Reserva Federal junto a Wall Street y a unos cientos de metros de las Torres Gemelas.
Ni que decir tiene que s¨®lo la sagacidad y el valor de Bruce libraban a los ciudadanos de Nueva York y a sus autoridades de las devastadoras consecuencias de tanta brutalidad y tanta inquina antiyanqui. A las tres menos cuarto de la tarde comenzaba la proyecci¨®n. Como es pr¨¢ctica habitual en otras pel¨ªculas de acci¨®n, el director de USA, ataque terrorista hab¨ªa decidido impactar al espectador desde el primer fotograma de la cinta. Sin aparecer t¨ªtulo de cr¨¦dito alguno, un Boeing 767 de la American Airlines cruzaba en vuelo rasante el Sky Line de Manhattan directo hacia la torre norte del World Trade Center, el emblem¨¢tico centro financiero de Nueva York. La imagen del impacto resultaba escalofriante: el aparato penetraba en la fachada abriendo un enorme boquete del que part¨ªa una columna de humo y fuego que envolv¨ªa las plantas superiores del edificio. No hab¨ªa superado la retina tan brutal visi¨®n cuando un segundo avi¨®n de pasajeros enfilaba la torre sur del complejo atravesando los pisos superiores como una saeta. El Apocalipsis estaba servido. Encogido en mi butaca, trat¨¦ de imaginar a qu¨¦ mente enferma podr¨ªa hab¨¦rsele ocurrido semejante suceso, y en ese pensamiento estaba cuando las gigantescas torres, orgullo de la arquitectura moderna, se desplomaban como un castillo de arena cubriendo de polvo, cenizas y humo el cielo de Manhattan. Estaba claro que al guionista, en su af¨¢n de epatar al espectador, se le hab¨ªa ido completamente la olla. No contento con lo expuesto en pantalla a?ad¨ªa otras escenas en las que un tercer avi¨®n se estrellaba contra el Pent¨¢gono, y un cuarto, a las afueras de Pittsburgh. Seg¨²n el descabellado relato, un grupo terrorista hab¨ªa secuestrado simult¨¢neamente los cuatro aparatos para llevar a cabo ataques suicidas que produc¨ªan miles de muertos. El supuesto superaba con creces el catastrofismo mostrado en Estado de sitio, Mentiras arriesgadas o la mencionada Jungla de cristal en la que parec¨ªa haberse inspirado. Esta vez, sin embargo, el dolor resultaba m¨¢s real, s¨®lo hab¨ªa desolaci¨®n y no se vislumbraba un final feliz. La pel¨ªcula era tremendamente desagradable y nadie en el cine le encontraba sentido alguno al gui¨®n. All¨ª todos se preguntaban: ?d¨®nde est¨¢ Bruce?
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