Seguridad y justicia
La terrible cat¨¢strofe que se ha abatido sobre Estados Unidos demuestra al menos una cosa: no hay seguridad absoluta frente a la incertidumbre de las relaciones de fuerza en el mundo. El poder de disuasi¨®n del fuerte frente al d¨¦bil, basado en el dominio de la fuerza y la superioridad tecnol¨®gica, se contrarresta con la amenaza del d¨¦bil al fuerte, basada en el acto de terror y la iniciativa imprevisible.
Mientras el conflicto militar oponga un Estado a otro Estado o incluso a una constelaci¨®n de Estados entre s¨ª, es posible controlar relativamente la dial¨¦ctica de los enfrentamientos. Pero en el ¨¢mbito de un conflicto que opone un Estado a sujetos particulares (grupos o individuos), no identificables y sin territorio localizado, la amenaza del d¨¦bil al fuerte (aqu¨ª, de los individuos frente al Estado) se vuelve m¨¢s peligrosa -y devastadora- que la potencia del fuerte frente al d¨¦bil. Dicho de otro modo, la inseguridad posible es siempre superior a la seguridad real.
Mundializaci¨®n, mercantilizaci¨®n generalizada, venta incontrolada de armas ultrasofisticadas, falta de un sistema internacional realmente organizado en torno a un orden que se considera leg¨ªtimo, dominaci¨®n unipolar de una potencia sobre el resto del mundo; todos estos factores hacen inevitable una difusi¨®n sin precedentes de la amenaza global.
Frente a esto, ?se puede concebir una defensa que se limite estrictamente al territorio nacional? La pregunta es temible, porque no es s¨®lo t¨¦cnica, sino pol¨ªtico-estrat¨¦gica. Para empezar, y a pesar de la polarizaci¨®n entre las dos grandes potencias que caracteriz¨® el siglo XX, el Estado nacional sigue siendo la figura central de la identidad militar de las naciones. Pero su eficacia en la iniciativa tanto como en la respuesta est¨¢ ahora condicionada por el sistema de alianzas interestatales que teja a su alrededor. Si tomamos el caso de los Estados europeos, est¨¢ claro que su autonom¨ªa estrat¨¦gica se ha vuelto, si no nula, al menos muy relativa. En Europa, Francia sigue siendo el ¨²nico pa¨ªs que dispone, y gracias a su fuerza de disuasi¨®n nuclear, de cierto margen de maniobra. Pero su fuerza aspira en primer lugar a disuadir, y no a atacar. Desde la II Guerra Mundial, las democracias europeas estaban atrapadas en un sistema defensivo de alianzas que las un¨ªa: el paraguas norteamericano era la principal garant¨ªa y Estados Unidos ten¨ªa sobre ellas derecho de iniciativa. El enemigo estaba claramente identificado: la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Ahora, desde la desaparici¨®n de este r¨¦gimen, la OTAN todav¨ªa no ha adoptado una posici¨®n clara ante las nuevas amenazas. Estados Unidos, m¨¢s en el punto de mira de las amenazas debido a su papel intervencionista en los conflictos, identifica a nuevos adversarios: el terrorismo internacional practicado con o sin ayuda de los Estados, los Estados d¨ªscolos, siendo Rusia, sin embargo, el principal adversario. Por otra parte, al construirse, Europa aspira naturalmente a una identidad europea de defensa. En este ¨¢mbito, aparte de Inglaterra, Europa no comparte necesariamente los mismos objetivos que Estados Unidos: quiere, sobre todo, actuar para estabilizar el continente europeo despu¨¦s de la descomposici¨®n del imperio sovi¨¦tico. Pero esta acci¨®n no puede realizarse ¨²nicamente con los medios del Estado nacional, aunque fuera poderoso. Para los europeos, la seguridad se ha convertido en una obligaci¨®n com¨²n. Y esto es a¨²n m¨¢s cierto en un mundo donde la amenaza ha cambiado al hacerse m¨¢s difusa, m¨¢s imprevisible, m¨¢s destructora tambi¨¦n. Ahora, para hacerle frente, se necesita un grado muy elevado de cooperaci¨®n intergubernamental. Pero Europa, debido precisamente a los terribles conflictos que la han devastado a lo largo de los ¨²ltimos siglos, debe tener la sensatez de no plantear la cuesti¨®n de su seguridad de forma estrictamente manique¨ªsta. La verdadera pareja antag¨®nica no es la seguridad y la inseguridad, sino la seguridad y la injusticia. Mientras haya injusticia habr¨¢ inseguridad. Nada justifica la barbarie de las reacciones ante la injusticia, pero es terrible hacer o¨ªdos sordos a las recriminaciones de los humillados.
Los Estados nacionales se ven hoy superados tanto por la violencia de la globalizaci¨®n como por la globalizaci¨®n de la violencia. Deben aliarse para combatir juntos el terrorismo, pero s¨®lo podr¨¢n ganar si defienden juntos un mundo m¨¢s justo. La mejor pol¨ªtica de seguridad a escala planetaria sigue siendo el prevalecer de la justicia sobre la fuerza, porque la justicia es el derecho reconocido, y el derecho es la raz¨®n aceptada.
Sami Na?r es eurodiputado socialista franc¨¦s.
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