Todos somos neoyorquinos
Los escombros de las Torres Gemelas esconden v¨ªctimas de m¨¢s de 30 pa¨ªses distintos
Todos somos neoyorquinos. El 11 de septiembre de 2001, los terroristas suicidas de Bin Laden fijaron en sangre para la eternidad esa f¨®rmula. Desde Sur¨¢frica a Dinamarca, desde Argentina a Corea del Sur, pasando por Espa?a, Reino Unido y Alemania, miles de familias en todo el planeta viven ahora con tremenda angustia la falta de noticias sobre parientes y amigos que aquel d¨ªa funesto trabajaban o visitaban las Torres Gemelas.
Pasar¨¢n meses hasta que sean identificados todos los restos humanos que, con esfuerzos heroicos, van extrayendo bomberos y voluntarios de las miles de toneladas de escombros, seg¨²n informa Rudolph Giuliani, el alcalde de la ciudad malherida.
El car¨¢cter multinacional del colectivo de desaparecidos en las Torres Gemelas -unos 4.900, seg¨²n las ¨²ltimas estimaciones oficiales- confirma que el ataque de los islamistas fue contra todo un modo de entender la vida. Nueva York, la gran metr¨®poli del siglo XX, ya era de todos. Los norteamericanos o extranjeros que no la hab¨ªan pisado alguna vez como residentes, turistas, estudiantes o para realizar negocios la hab¨ªan visto tantas veces en fotos, informativos, series de televisi¨®n y pel¨ªculas que la ten¨ªan como parte importante de su bagaje vital.
Nueva York era el faro de la civilizaci¨®n urbana occidental: libre, abierta, masiva e individualista; dura, codiciosa y divertida; multirracial y multicultural.
Nueva York es ahora, merced a los terroristas del martes negro, la ciudad por la que se llora en Estrasburgo, Madrid, Londres o Tokio. Ayer, m¨¢s de treinta Gobiernos facilitaban datos, a¨²n imprecisos, sobre las cifras de compatriotas desaparecidos en Nueva York desde el 11 de septiembre.
Alemania los estimaba en 700; el Reino Unido, entre 100 y 500; M¨¦xico, entre 100 y 500; Filipinas, en m¨¢s de 100; El Salvador, un centenar; Brasil, en 28; Ecuador, en 23; Dinamarca, en 20; Espa?a, entre 8 y 12; Rusia, en unos 100... A los que hab¨ªa que a?adir japoneses, surcoreanos o surafricanos; m¨¢s el enorme contingente de estadounidenses: blancos, hispanos, negros y asi¨¢ticos. Apenas hay raza, lengua, cultura o religi¨®n que no llore a muertos o desaparecidos.
?Qui¨¦nes son? Sus familiares exhiben sus fotos y cuentan sus biograf¨ªas. En la ciudad escocesa de Dundee, los familiares de Derek Sword, de 29 a?os, cuentan que trabajaba en una firma financiera del piso 89 de la torre sur y, en la ma?ana neoyorquina del 11 de septiembre, les telefone¨® desde su m¨®vil para decirles que estaba bien. 'Debi¨® de ser segundos despu¨¦s de que uno de los aviones se estrellara', dice su madre. Y a?ade: 'Eso fue todo, no hemos vuelto a saber nada de ¨¦l'. Como Sword, muchos de los desaparecidos bajo los escombros eran profesionales que trabajaban en empresas internacionales con oficinas en el Worl Trade Center o all¨ª efectuaban pr¨¢cticas, acud¨ªan a seminarios o estaban redondeando alg¨²n negocio.
Otros eran meros turistas. Situadas en la punta meridional de Manhattan, al lado de Wall Street y frente a la isla en la que se yergue la estatua de la Libertad, las Torres Gemelas eran un im¨¢n irresistible para cualquier visitante de la Gran Manzana.
Tambi¨¦n hay cientos de humildes trabajadores entre los desaparecidos, muchos mexicanos y bangladesh¨ªes. El jueves, Jorge G. Casta?eda, el ministro mexicano de Exteriores, confirm¨® a su Senado la existencia de numerosos compatriotas emigrados a Nueva York que no han vuelto a dar se?ales de vida. 'Estos ataques', dijo Casta?eda, 'no son s¨®lo ataques contra Estados Unidos, contra la democracia y contra la civilizaci¨®n; son tambi¨¦n ataques contra decenas, cientos y quiz¨¢s millares de mexicanos'.
Los apellidos de ra¨ªz hispana son corrientes en los pasquines que estos d¨ªas muestran los desesperados neoyorquinos que siguen buscando a los suyos. Tambi¨¦n en las listas que se cuelgan en Internet.
Todos somos a¨²n m¨¢s neoyorquinos desde el 11 de septiembre, y todos somos v¨ªctimas de aquellos atentados. Nuestras vidas ya han cambiado; vivimos, con los fantasmas del terrorismo, la crisis econ¨®mica y una guerra en perspectiva, en una inseguridad desconocida hasta hoy. Pero hay v¨ªctimas con quemaduras de tercer grado: los muertos y sus familiares. Y es probable que los segundos no puedan enterrar a los suyos hasta mucho despu¨¦s de que la p¨®lvora estalle en Afganist¨¢n o alg¨²n otro lugar de Oriente Pr¨®ximo.
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