Pasi¨®n colectiva
El horror espectacular como el que golpe¨® a Nueva York (y en un grado menor tambi¨¦n a Washington) ha abierto la puerta a un nuevo mundo de agresores desconocidos e invisibles, de misiones terroristas sin mensaje pol¨ªtico, de destrucci¨®n sin sentido. Para los residentes de esta ciudad herida, la consternaci¨®n, el miedo, y la constante sensaci¨®n de ira y conmoci¨®n se mantendr¨¢n con seguridad durante mucho tiempo, como tambi¨¦n la tristeza y aflicci¨®n genuinas porque tama?a matanza se haya infligido cruelmente a tantos. Los neoyorquinos han tenido la suerte de que el alcalde Rudy Giuliani, una figura normalmente repelente y desagradablemente combativa, incluso retr¨®grada, conocida por sus virulentos puntos de vista sionistas, ha alcanzado r¨¢pidamente la categor¨ªa de un Churchill. Con calma, sin sentimentalismos y con una compasi¨®n extraordinaria ha organizado a los heroicos servicios de polic¨ªa, bomberos y emergencias de la ciudad con resultados admirables y, por desgracia, con una enorme p¨¦rdida de vidas. La voz de Giuliani fue la primera en advertir contra el p¨¢nico y los ataques patrioteros a las grandes comunidades ¨¢rabes y musulmanas de la ciudad, la primera en expresar el sentimiento com¨²n de angustia, la primera en presionar a todos para que intentaran reanudar sus vidas despu¨¦s de los abrumadores golpes.
Ojal¨¢ fuera eso todo. Incansable e insistentemente, aunque no siempre de forma edificante, los informes de la televisi¨®n nacional, c¨®mo no, han llevado a todos los hogares el horror de aquellos terribles monstruos alados destructores de hombres. La mayor¨ªa de los comentarios han subrayado, de hecho magnificado, lo esperable y predecible en el sentir de la mayor parte de los estadounidenses: p¨¦rdida terrible, rabia, indignaci¨®n, sensaci¨®n de vulnerabilidad violada, deseo de venganza y de represalia incontrolada. No ha habido otra cosa de qu¨¦ hablar en todos los canales importantes de televisi¨®n, recordatorios repetidos de lo que hab¨ªa pasado, de qui¨¦nes eran los terroristas (hasta ahora no se ha probado nada, lo cual no ha impedido que se reiteraran las acusaciones hora tras hora), de c¨®mo ha sido atacado Estados Unidos, y as¨ª sucesivamente. M¨¢s all¨¢ de las expresiones formales de dolor y patriotismo, todo pol¨ªtico y experto o erudito acreditado ha repetido obedientemente que no seremos vencidos, que no nos har¨¢n desistir, que no pararemos hasta que el terrorismo sea exterminado.
?sta es una guerra contra el terrorismo, seg¨²n todo el mundo, pero ?d¨®nde, en qu¨¦ frentes, para qu¨¦ fines concretos? Nadie da respuestas, excepto la vaga insinuaci¨®n de que a lo que 'nos' enfrentamos es a Oriente Pr¨®ximo y el Islam, y que el terrorismo tiene que ser destruido.
Sin embargo, lo m¨¢s deprimente es ver el poco tiempo que se emplea en intentar comprender el papel de Estados Unidos en el mundo y su implicaci¨®n directa en la compleja realidad que hay m¨¢s all¨¢ de las dos costas, que durante tanto tiempo han mantenido al resto del mundo extremadamente lejano y en la pr¨¢ctica fuera de la mente del estadounidense medio. Se podr¨ªa pensar que 'Am¨¦rica' era un gigante dormido en vez de una superpotencia casi constantemente en guerra, o en alg¨²n tipo de conflicto, en todos los dominios del Islam. El nombre y el rostro de Osama Bin Laden se han vuelto alucinantemente familiares para los estadounidenses, hasta el punto de borrar cualquier historia que ¨¦l y sus t¨¦tricos seguidores puedan haber tenido (por ejemplo, como ¨²tiles reclutas en la yihad lanzada hace 20 a?os por Estados Unidos contra la Uni¨®n Sovi¨¦tica en Afganist¨¢n) antes de que se convirtieran en s¨ªmbolos trillados de todo lo que resulta odioso y repulsivo para la imaginaci¨®n colectiva. De forma tambi¨¦n inevitable, las pasiones colectivas est¨¢n siendo canalizadas hacia una campa?a a favor de la guerra que se parece extraordinariamente a la persecuci¨®n de Moby Dick por el Capit¨¢n Ahab, en vez de lo que est¨¢ pasando en realidad, una potencia imperialista que ha sido herida en casa por primera vez y que persigue sistem¨¢ticamente sus intereses en lo que de pronto se ha convertido en una nueva geograf¨ªa del conflicto, sin claras fronteras ni actores visibles. Se barajan s¨ªmbolos maniqueos y escenarios apocal¨ªpticos, mientras a las futuras consecuencias y a la moderaci¨®n ret¨®rica se las lleva el viento.
Lo que necesitamos ahora es la comprensi¨®n racional de la situaci¨®n, y no m¨¢s batir de tambores. George Bush y su equipo quieren claramente lo segundo, no lo primero. Y, sin embargo, para la mayor parte de la gente en los mundos isl¨¢mico y ¨¢rabe, el Estados Unidos oficial es sin¨®nimo de poder arrogante, conocido principalmente por su apoyo santurr¨®n y munificente no s¨®lo a Israel, sino tambi¨¦n a muchos reg¨ªmenes ¨¢rabes represivos, y por su falta de atenci¨®n incluso a la posibilidad de di¨¢logo con movimientos seculares y con gente que tiene quejas aut¨¦nticas. El antiamericanismo en este contexto no est¨¢ basado en un odio a la modernidad o en una envidia a la tecnolog¨ªa, como siguen repitiendo acreditados eruditos como Thomas Friedman; est¨¢ basado en una sucesi¨®n de intervenciones concretas, de depredaciones espec¨ªficas y, en los casos del sufrimiento del pueblo iraqu¨ª bajo las sanciones impuestas por Estados Unidos y el apoyo estadounidense a los 34 a?os de ocupaci¨®n israel¨ª de los territorios palestinos, en una pol¨ªtica cruel e inhumana administrada con una p¨¦trea frialdad.
Israel explota ahora c¨ªnicamente la cat¨¢strofe estadounidense intensificando su ocupaci¨®n militar y la opresi¨®n de los palestinos. Desde el 11 de septiembre, fuerzas militares israel¨ªes han invadido Jenin y Jeric¨®, y han bombardeado repetidas veces Gaza, Ramala, Beit Sahur y Beit Jala, causando grandes bajas entre los civiles y enormes da?os materiales. Todo esto, c¨®mo no, se ha hecho descaradamente con armamento estadounidense y la habitual cantinela de mentiras sobre la lucha contra el terrorismo. Los que apoyan a Israel en Estados Unidos han recurrido a gritos hist¨¦ricos como 'ahora todos somos israel¨ªes', estableciendo una conexi¨®n entre los atentados contra el World Trade Center Gemelas y el Pent¨¢gono, y los ataques palestinos a Israel en una conjunci¨®n absoluta de 'terrorismo mundial' en el que Bin Laden y Arafat son entidades intercambiables. Lo que podr¨ªa haber sido un momento para que los estadounidenses reflexionaran sobre las posibles causas de lo que sucedi¨®, que muchos palestinos, musulmanes y ¨¢rabes han condenado, se ha convertido en un enorme triunfo propagand¨ªstico para Sharon; los palestinos, simplemente, no est¨¢n preparados para defenderse ni frente a la ocupaci¨®n israel¨ª en sus formas m¨¢s horribles y violentas, ni frente a la malintencionada difamaci¨®n de su lucha nacional por la liberaci¨®n.La ret¨®rica pol¨ªtica en Estados Unidos ha hecho caso omiso de estas cosas y lanza palabras como 'terrorismo' y 'libertad', mientras que, por supuesto, estas grandes abstracciones han servido principalmente para ocultar s¨®rdidos intereses econ¨®micos, la utilidad del petr¨®leo, grupos de presi¨®n sionistas y de defensa que ahora consolidan su dominio sobre todo Oriente Pr¨®ximo y una hostilidad (e ignorancia) religiosa de siglos contra el 'Islam' que adopta nuevas formas cada d¨ªa. La cosa m¨¢s corriente es conseguir un comentario de televisi¨®n, publicar historias, celebrar simposios o anunciar estudios sobre el Islam y la violencia o sobre el terrorismo ¨¢rabe, o cualquier cosa por el estilo, utilizando a los expertos de turno (como Judith Miller, Fuad Ajami y Steven Emerson) para pontificar y arrojar generalidades sin contexto ni autenticidad hist¨®rica. La pregunta de por qu¨¦ no piensa nadie en convocar seminarios sobre el cristianismo (o el juda¨ªsmo) y la violencia es probablemente demasiado obvia.
Es importante recordar (aunque esto no se menciona en absoluto) que China pronto alcanzar¨¢ a Estados Unidos en consumo de petr¨®leo, y se ha vuelto a¨²n m¨¢s perentorio para Estados Unidos controlar m¨¢s estrechamente el suministro de petr¨®leo tanto del Golfo P¨¦rsico como del Mar Caspio; por consiguiente, un ataque contra Afganist¨¢n, que incluya el uso de las antiguas rep¨²blicas sovi¨¦ticas de Asia Central como plataformas, consolida un arco estrat¨¦gico para Estados Unidos que se extiende desde el Golfo hasta los campos de petr¨®leo del norte y en el que a cualquiera le resultar¨¢ muy dif¨ªcil penetrar en el futuro. A medida que aumentan a diario las presiones sobre Pakist¨¢n, podemos estar seguros de que a los acontecimientos del 11 de septiembre les seguir¨¢n una gran inestabilidad e inquietud locales.
Sin embargo, la responsabilidad intelectual exige un sentido a¨²n m¨¢s cr¨ªtico de la actualidad. Naturalmente, ha habido terrorismo, y casi todos los movimientos de lucha modernos se han basado en el terror en alguna de sus etapas. Esto fue tan cierto en el caso del Congreso Nacional Africano de Mandela como en todos los dem¨¢s, sionismo incluido. Y aun as¨ª, bombardear a ciudadanos indefensos con F-16 y helic¨®pteros de guerra tiene la misma estructura y los mismos efectos que el terrorismo nacionalista m¨¢s convencional. Lo especialmente malo en todo terrorismo es cuando se vincula a abstracciones religiosas y pol¨ªticas, y a mitos que lo reducen todo y que se apartan de la historia y del sentido com¨²n. Es aqu¨ª donde la conciencia seglar tiene que dar un paso adelante y hacerse sentir, tanto en Estados Unidos como en Oriente Pr¨®ximo. Ninguna causa, ning¨²n Dios, ninguna idea abstracta pueden justificar la matanza en masa de inocentes, y muy especialmente cuando s¨®lo un peque?o grupo de personas est¨¢n al cargo de estas acciones y sienten que representan una causa sin haber sido elegidas o tener un aut¨¦ntico mandato para hacerlo.
Adem¨¢s, con tanto como se ha discutido sobre los musulmanes, no hay un solo Islam: hay varios Islam, igual que hay varios Estados Unidos. La diversidad es cierta en todas las tradiciones, religiones o naciones, aunque algunos de sus seguidores hayan intentado in¨²tilmente trazar fronteras alrededor de s¨ª mismos y definir claramente sus credos. La historia es demasiado compleja y contradictoria como para que pueda ser simbolizada por demagogos que son mucho menos representativos de lo que sus seguidores o adversarios afirman. El problema con los fundamentalistas religiosos o morales es que hoy sus ideas primitivas de revoluci¨®n y resistencia, que incluyen una voluntad de matar y de que les maten, parece unirse demasiado f¨¢cilmente a una sofisticaci¨®n tecnol¨®gica y a lo que parecen ser actos gratificantes de un horrible salvajismo simb¨®lico. (Con sorprendente presciencia, Joseph Conrad traz¨® en 1907 el retrato del terrorista arquet¨ªpico, a quien ¨¦l llama lac¨®nicamente 'el profesor' en su novela El agente secreto; un hombre cuya ¨²nica preocupaci¨®n es perfeccionar un detonador que funcione en cualquier circunstancia y cuyo trabajo produce una bomba que hace estallar un pobre chico enviado, sin saberlo, para destruir el observatorio de Greenwich como un golpe contra la 'ciencia pura'). Los atacantes suicidas de Nueva York y de Washington parecen haber sido de clase media, personas con estudios, no pobres refugiados. En lugar de conseguir unos l¨ªderes sabios que resalten la importancia de la educaci¨®n, la movilizaci¨®n de masas y la organizaci¨®n paciente al servicio de una causa, los pobres y los desesperados a menudo se ven embaucados por el pensamiento m¨¢gico y las soluciones r¨¢pidas y sangrientas que ofrecen tan espantosos modelos, todo ello envuelto en paparruchadas religiosas llenas de mentiras. Esto sigue siendo generalmente cierto en Oriente Pr¨®ximo, y en Palestina en particular, pero tambi¨¦n en Estados Unidos, a buen seguro el m¨¢s religioso de todos los pa¨ªses. Es tambi¨¦n un fallo importante de los intelectuales seglares no haber redoblado sus esfuerzos para proporcionar an¨¢lisis y modelos que compensen los indudables sufrimientos de la gran masa de su gente m¨ªsera y empobrecida por la globalizaci¨®n y por un militarismo que no cede, y que no tiene pr¨¢cticamente nada a lo que agarrarse, excepto la violencia ciega y las promesas vagas de salvaci¨®n futura.
Por otra parte, un inmenso poder¨ªo econ¨®mico y militar como el de Estados Unidos no es ninguna garant¨ªa de sabidur¨ªa ni de visi¨®n moral, especialmente cuando la obcecaci¨®n se considera una virtud y se cree que la naci¨®n est¨¢ llamada a ser excepcional. En la actual crisis, mientras 'Am¨¦rica' se prepara para una larga guerra que se librar¨¢ en alg¨²n lugar de por ah¨ª, junto con aliados que han sido presionados para prestar su servicio sobre bases muy inciertas y para fines imprecisos, apenas se han escuchado voces esc¨¦pticas y humanitarias. Tenemos que dar un paso atr¨¢s desde los umbrales imaginarios que supuestamente separan a unos pueblos de otros en civilizaciones que supuestamente chocan y volver a examinar las etiquetas, volver a considerar los limitados recursos disponibles y decidir compartir de alguna manera nuestros destinos con los dem¨¢s, como en realidad han hecho las culturas en su mayor parte, a pesar de los belicosos gritos y credos.
El 'Islam' y 'Occidente' son banderas inadecuadas para seguirlas ciegamente. Naturalmente, algunos correr¨¢n tras ellas, pero el que las generaciones futuras se condenen a s¨ª mismas a guerras y sufrimiento prolongados sin pararse a reflexionar, sin mirar a sus historias de injusticia y opresi¨®n dependientes entre s¨ª, sin intentar la emancipaci¨®n com¨²n y la ilustraci¨®n mutua, parece que es obstinarse mucho m¨¢s de lo necesario. La satanizaci¨®n del Otro no es una base suficiente para ninguna clase de pol¨ªtica decente, y mucho menos ahora que el enraizamiento del terrorismo en la injusticia y la miseria se pueden reconducir, y los terroristas pueden ser aislados o disuadidos con facilidad, o, si no, puestos fuera de combate. Hace falta paciencia y educaci¨®n, pero la inversi¨®n compensa m¨¢s que los niveles a¨²n mayores de violencia y sufrimiento a gran escala.
Las perspectivas inmediatas son de destrucci¨®n y de sufrimiento en una escala muy grande, con los art¨ªfices de la pol¨ªtica estadounidense exprimiendo los miedos y aprensiones de sus votantes con la c¨ªnica certeza de que muy pocos intentar¨¢n una campa?a contra el patriotismo inflamado y las beligerantes incitaciones a la guerra, que durante un tiempo han logrado que se pospongan la comprensi¨®n, la reflexi¨®n y hasta el sentido com¨²n. A pesar de ello, aquellos de nosotros que tenemos la posibilidad de llegar a la gente que est¨¢ dispuesta a escuchar -y hay mucha gente as¨ª en Estados Unidos, en Europa y en Oriente Pr¨®ximo-, por lo menos debemos intentarlo tan racional y pacientemente como sea posible.
Edward W. Said es ensayista palestino, profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia.
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