Los heraldos del historicismo
La escalofriante dimensi¨®n de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono ha acentuado una tendencia habitual en los ¨²ltimos a?os, tan proclamada como, a la postre, in¨²til para los an¨¢lisis que deben preceder a la acci¨®n: la de que entramos en una nueva era. A los vacuos e insistentes t¨®picos sobre la globalizaci¨®n de la econom¨ªa, la justicia o la cultura, repetidos hasta la saciedad en el reciente discurso pol¨ªtico e intelectual, ha venido a sumarse en estos d¨ªas el de la nueva era del terrorismo. Vivimos as¨ª bajo el s¨ªndrome de que todo cuanto se avecina es in¨¦dito en la historia, de que ni en el fondo ni en la forma el pasado conoci¨® cambios semejantes a los que nos ha tocado sobrellevar, por lo que el futuro no se percibe m¨¢s que como un confuso deambular a ciegas. Lo ¨²nico que se acierta a decir de ¨¦l, y esto sin perder la compostura ni advertir el tama?o del rid¨ªculo, es que est¨¢ tan pre?ado de riesgos como de posibilidades.
?Hace falta recurrir al choque de civilizaciones para explicar lo que est¨¢ pasando?
?Acaso este odio no se explica por una acumulaci¨®n de decisiones pol¨ªticas inadecuadas?
A poco que se haga, el esfuerzo de no dejarse contagiar por el clima de excitaci¨®n en el que llevamos instalados hace m¨¢s de una d¨¦cada, se observar¨¢ que la m¨¢s antigua, la m¨¢s rancia, la m¨¢s inveros¨ªmil y peligrosa de las ret¨®ricas es, precisamente, la de la radical novedad, que no es sino la en¨¦sima versi¨®n de la premisa historicista del nuevo comienzo. Predispuestos como estamos a distanciarnos de cualquier experiencia anterior, confundimos la dimensi¨®n de los sucesos con su naturaleza, echando mano otra vez de un impl¨ªcito salto cualitativo, es decir, de ese burdo mecanismo con el que tantas ideolog¨ªas a lo largo de los tiempos han hecho creer que lo que se ve no es en realidad lo que se ve, sino una cosa milagrosamente distinta.
Como bien observ¨® Karl Popper, la carga mort¨ªfera del historicismo y de su principal criatura, la ret¨®rica del nuevo comienzo, radica en que, al hacernos creer que estamos en el inicio de algo, permite interpretar el sufrimiento como tributo y convertir a las v¨ªctimas en m¨¢rtires. Pero tambi¨¦n radica en que anula el sentido cr¨ªtico, lo vuelve irrelevante, oblig¨¢ndonos a colocar el acento de la reflexi¨®n en c¨®mo hacer frente a los desaf¨ªos, y no en analizar de qu¨¦ desaf¨ªos se trata y por qu¨¦ nos enfrentamos a ellos. Se alcanza as¨ª ese punto en el que gobiernos y ciudadanos parecen emprender una huida de su propia sombra, puesto que vuelven a cometer los errores ya cometidos, y convocan con otros nombres a fantasmas que ya fueron convocados, al precio de anegar de sangre regiones enteras del planeta.
Cuando el nuevo comienzo al que creemos asistir desde hace una d¨¦cada no sea m¨¢s que otro dram¨¢tico fracaso del historicismo, y menos preocupados por un futuro abstracto podamos concentrarnos modestamente en analizar qu¨¦ es lo que hicimos mal en el pasado para poder as¨ª corregirlo, tal vez estemos en condiciones de tomar en consideraci¨®n lo que hoy ignoramos con insensata frivolidad: que los m¨¢s colosales acontecimientos no son nunca ni principio ni fin de nada, y que depende en gran medida de nuestra voluntad, de las opciones pol¨ªticas que tomemos, el que el mundo se pueda ver libre de ellos por m¨¢s o menos tiempo. Llegar¨¢ sin duda el d¨ªa en que el medio siglo transcurrido entre el bombardeo de Pearl Harbour y los atentados contra las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono se puedan resumir en pocas p¨¢ginas, y es m¨¢s que probable que el encargado de redactarlas se sorprenda entonces de nuestra ceguera, de c¨®mo no supimos ver que los flecos no resueltos tras la Segunda Guerra Mundial acabar¨ªan deshaciendo la totalidad del tapiz.
El establecimiento del Estado de Israel en el territorio del mandato brit¨¢nico en Palestina parecer¨¢ justo a unos e inaceptable a otros. Lo que ni unos ni otros podr¨¢n negar es que la creaci¨®n de un Estado como Israel, articulado en torno a la idea de que existe una naci¨®n milenaria definida fundamentalmente por un credo, marchaba en la direcci¨®n exactamente opuesta a la que emprendieron los Aliados en suelo europeo como medio para garantizar la paz. Sobrecogidos por las consecuencias de la reivindicaci¨®n esencialista de la pureza que llev¨® a cabo el nazismo, capaz de masacrar a millones de jud¨ªos indefensos y de abrir una herida en la memoria de la humanidad que tardar¨¢ siglos en cerrarse, impusieron a los alemanes una carta constitucional que hac¨ªa prevalecer la ciudadan¨ªa sobre las construcciones hist¨®ricas del III Reich. Se sentaban as¨ª las bases del polvor¨ªn sobre el que hemos estado sentados durante 50 a?os, negando validez pol¨ªtica al milenarismo en Europa, pero defendiendo parad¨®jicamente su vigencia como fundamento de la existencia de Israel.
Decir, sin embargo, que el milenarismo es una de las causas del interminable conflicto de Oriente Pr¨®ximo, lo mismo que lo fue de la Segunda Guerra Mundial, es a estas alturas decir bien poca cosa. Lo decisivo es que el milenarismo que estuvo en la base de la creaci¨®n de Israel y del que Rabin quiso distanciarse hasta que fue asesinado, ha terminado provocando que, poco a poco, la resistencia al Estado jud¨ªo se haya ido definiendo, por reflejo, m¨¢s como musulmana que como ¨¢rabe o palestina. Si se contemplan con ojos de hoy aquellos tiempos en los que Arafat reclamaba la creaci¨®n de un Estado laico en el que cupiesen todas las confesiones, se observar¨¢ que la importante penetraci¨®n del islamismo en Cisjordania y Gaza obedece al fracaso pol¨ªtico de la antigua opci¨®n, siempre impotente contra el muro de Israel y el apoyo cerrado que recibe de Estados Unidos.
Es as¨ª como se inici¨® la espiral, cada vez m¨¢s vasta y m¨¢s acelerada, por el que un credo y un pa¨ªs han llegado a ser mortales enemigos. La lista de errores cometidos hasta alcanzar la insostenible situaci¨®n de estos d¨ªas -el colosal desaf¨ªo, como dir¨¢n los historicistas- resulta abrumadora. Unas flamantes Naciones Unidas no s¨®lo aprobaron en 1947 una resoluci¨®n de partici¨®n de Palestina sobre la base de lo que hoy llamar¨ªamos limpieza ¨¦tnica -desplazando a la poblaci¨®n jud¨ªa de la zona musulmana y viceversa-, sino que a partir de entonces no han hecho m¨¢s que cerrar los ojos a la expansi¨®n territorial de Israel. Por su parte, los sucesivos gobiernos americanos y europeos no han dejado nunca de plantear sus relaciones con el Estado jud¨ªo como si se tratara de un r¨¦gimen democr¨¢tico obsesionado por su seguridad, cuando la realidad es que los mecanismos que emplea para garantizarla coinciden con los de las m¨¢s brutales dictaduras, desacreditando as¨ª la idea de democracia ante millones de seres que se ven excluidos de sus ventajas por no compartir un concreto credo religioso. ?Qu¨¦ tiene de novedoso, de criatura de la nueva era, el hecho de que se afirmen como musulmanes quienes no tienen derecho a nada por la ¨²nica raz¨®n de no ser jud¨ªos?
Si se ampl¨ªa el campo de visi¨®n y se contemplan las decisiones pol¨ªticas adoptadas durante las ¨²ltimas d¨¦cadas por quienes encarnamos Occidente, no ya en el Oriente Pr¨®ximo, sino en la totalidad de ese vasto espacio que va del Atl¨¢ntico al Golfo P¨¦rsico, m¨¢s que de lista de errores habr¨ªa que hablar de abierta insensatez. Por la simple y c¨ªnica raz¨®n de haber cre¨ªdo que nos conven¨ªa en cada caso, hemos considerado como 'reg¨ªmenes moderados' los de pa¨ªses sometidos a insoportables dictaduras, hemos apoyado la interrupci¨®n de procesos electorales en los que ganaban los islamistas, hemos considerado que Sadam Husein era de los nuestros por haber agredido a Ir¨¢n, hemos confiado en los talib¨¢n sobre la base de que perjudic¨¢bamos a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. ?Hace falta recurrir al choque de civilizaciones para explicar lo que est¨¢ pasando? ?Acaso este odio no se explica por una simple acumulaci¨®n de decisiones pol¨ªticas equivocadas y moralmente inaceptables? ?Estamos ante la guerra del siglo XXI o ante un descomunal atentado terrorista con capacidad, eso s¨ª, para desencadenar una guerra como las de siempre?
Tras la conmoci¨®n provocada por la escalofriante dimensi¨®n de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono, el viento sopla a favor de los heraldos del historicismo. La tentaci¨®n de ceder a su idea de que estamos ante una nueva era, ante un nuevo comienzo, puede resultar quiz¨¢ irresistible cuando varios miles de inocentes yacen a¨²n bajo los escombros. Hablar de la guerra del siglo XXI puede parecer incluso una descripci¨®n ajustada de lo que ya ha sucedido y de lo que, por desgracia, est¨¢ a punto de suceder. Y, sin embargo, los tiempos que vivimos contienen menos novedad de la que imaginamos. Sus rasgos borrosos han podido confundirnos durante estos a?os, el gigantismo de sus procesos quiz¨¢ haya logrado privarnos de perspectiva. No estamos, con todo, muy lejos del lugar en el que ya hemos estado, en el que ya estuvimos, por ejemplo, cuando el asesinato del Archiduque en Sarajevo: una situaci¨®n preb¨¦lica generalizada, en la que una chispa puede encender un conflicto incontrolable.
Si finalmente se cumplen los peores pron¨®sticos, si finalmente los tambores de guerra no est¨¢n sonando en vano, el pat¨¦tico balance a que nos habr¨¢ conducido la locura de creer que nada tenemos en com¨²n con nuestros antecesores, que nuestra ¨¦poca no es como ninguna del pasado, nos har¨¢ entrar en raz¨®n. Entonces, y s¨®lo entonces, haremos el mismo descubrimiento que la humanidad ha hecho tantas veces: desvanecidas las entelequias, lo ¨²nico que queda es sufrimiento.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es diplom¨¢tico.
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