El calor de las piedras
La poes¨ªa de Marcelo Rizzi (Rosario, Argentina, 1961) se mueve, como dice uno de sus versos, entre la escasez y la abundancia o, por seguir con sus palabras, entre el calor de los libros y el calor de las piedras. Es la suya una poes¨ªa que asume sus contradicciones en la que los mejores resultados est¨¢n del lado de la escasez y de las piedras. Del lado de la abundancia libresca, algo grandilocuente, cae la voz que da t¨ªtulo a este volumen y la que escribe: 'Me son queridas las ilaciones / superfluas, peque?os torrentes / tributarios como en el arte aruspicina / de los persas, que hacia una nada / aviesa de exergos y reposos, / me empujan y desbarrancan' (El mon¨®logo de las hiedras). Este poeta -excesivo y previsible al hablar de la nada, los ¨¢ngeles, la sal en la piel, la boca llena de tierra y los r¨ªos de ceniza- convive consigo mismo, esto es, con alguien m¨¢s intenso y contenido, alguien preocupado por la discontinuidad de lo eterno y por el nervio oculto de la realidad, alguien que escribe: 'No hay significado oculto en esas cosas, / sino su esplendor, por una sola vez, / vacilante e intruso. / En esos rudimentos de la contemplaci¨®n, / el juego de adivinar ad¨®nde vamos / conducidos por la sangre, se ha hecho / reiterado: lo que visita la noche, / envuelta en su locura de trapos ajenos, / es el di¨¢fano motivo con el que el d¨ªa / procura sus v¨ªctimas menores, / lo que de lejos viene y nos arrastra / hacia nuestra confusa procedencia' (Caza menor en la noche). Dos poetas, pues, en uno, el que habla de las superfluas ilaciones y el que se pregunta: '?Qu¨¦ hay sin dolor?'.
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