El alma en la Bolsa
Tengo el convencimiento de que la maravillosa capacidad de Shakespeare para crear met¨¢foras en su teatro y en su poes¨ªa se apoyaba en la creencia de que una gran cadena -Gran Cadena del Ser ha sido llamada- un¨ªa todos los planos de la vida, desde las esferas macroc¨®smicas hasta las intimidades microc¨®smicas. El hombre era el eslab¨®n central de esta cadena, pero su conducta depend¨ªa de las influencias externas al tiempo que sus acciones y pasiones repercut¨ªan en todos los mundos no humanos. Los grandes h¨¦roes de Shakespeare, Hamlet, el rey Lear, Julio C¨¦sar -los dem¨¢s, asimismo- no se comprenden sin esta intrincada telara?a en la que transcurren sus pasos.
No era, desde luego, una idea nueva. Traspasaba todo el Renacimiento y se anclaba en la Antig¨¹edad, tanto griega como romana. El m¨¢s prodigioso poema filos¨®fico de la ¨¦poca antigua, La naturaleza de las cosas, de Lucrecio, fue una acabada muestra de las sutiles relaciones que seg¨²n el autor enlazaban todas las cosas, y a¨²n hoy el lector puede leer, entre sorprendido y admirado, una obra que quer¨ªa abrazar todos los rincones del universo, incluido, claro est¨¢, el hombre.
Sin embargo, tras la de Shakespeare, la ¨¦poca moderna rompi¨® cada vez con mayor claridad con esta idea. Ahora podemos continuar emocion¨¢ndonos con las im¨¢genes shakesperianas del alma humana sometida a las 'pasiones' de las estrellas y de los ¨¢tomos pero no aceptar¨ªamos f¨¢cilmente, y con raz¨®n, que un poeta actual utilizara conexiones anacr¨®nicas. Aunque, al mismo tiempo, nuestra consideraci¨®n de que lo que rodea al hombre es -como decimos incluso en el lenguaje coloquial- naturaleza inanimada nos ha conducido con frecuencia a excesos cada vez m¨¢s insoportables.
El abuso de la 'centralidad del hombre' ha excitado a la indiferencia respecto a los otros mundos, al desprecio absoluto por el sufrimiento de los animales y a lo que en la actualidad denominamos desastres ecol¨®gicos. El humanismo -o m¨¢s bien: un p¨¦simo humanismo- llevado al extremo ha presupuesto un monopolio del hombre sobre la vida. En todos los mitos modernos la emancipaci¨®n era el reinado absoluto del hombre: el hombre nuevo, el hombre libre, el hombre rey. ?l pose¨ªa todo el ¨¢nima, ¨¦l gozaba y sufr¨ªa con exclusividad. Lo dem¨¢s era, con radicalidad etimol¨®gica, inanimado.
Quiz¨¢ hasta hace relativamente poco jirones de una fe antigua hac¨ªan que tambi¨¦n lo divino 'sufriera o se alegrara' con y por nosotros. As¨ª se oraba a Dios o a Cristo, a los santos y a las v¨ªrgenes. Se daba por sentado que eran interlocutores con obvios rasgos antropom¨®rficos, pues se cre¨ªa que nos entend¨ªan y compadec¨ªan. No obstante, fuera de la fe antigua, no se divisaban m¨¢s almas que dialogaran y compitieran con la nuestra, a no ser que cada uno las inventara en su secreto individual. Ninguna ¨¢nima transhumana velaba por nosotros a excepci¨®n de los Estados-Centinelas de los tr¨¢gicos experimentos totalitarios del siglo XX.
Pero en las ¨²ltimas d¨¦cadas esto ha cambiado, sobre todo desde que el modelo econ¨®mico capitalista se ha impuesto de un modo tan abrumador como '¨²nico modelo posible' que ya nadie cita, diferenciadoramente, el t¨¦rmino capitalismo. Hay varios ¨ªndices para medir esta usurpaci¨®n del horizonte humano, aunque ninguna tan evidente como la antropomorfizaci¨®n del mercado. Es nuestro ¨²nico gran interlocutor y le hemos concedido el ¨¢nima que negamos al resto de nuestros entornos.
S¨®lo hace falta leer los peri¨®dicos o escuchar la televisi¨®n para comprobar que, de un tiempo a esta parte, el mercado nos salva y nos condena, se alegra y sufre con y por nosotros. Auscultamos nuestra salud mediante el term¨®metro de las inflaciones y valores burs¨¢tiles, nos congratulamos si los beneficios anuales de los bancos son suficientemente cuantiosos y estamos intranquilos ante los miles de millones que las multinacionales pueden dejar de ganar en ejercicios menos pr¨®digos que los de a?os precedentes. Padecemos seg¨²n los padecimientos humanoides del mercado.
Eso explica que aquellos que hace poco hubieran sido calificados de especuladores sin escr¨²pulos, ahora sean casi dioses o, cuando menos, h¨¦roes de nuestro tiempo. Un caso muy llamativo de esta metamorfosis fue, en la d¨¦cada de 1990, Georges Soros, una suerte de doctor Jekyll y mister Hide que de d¨ªa hac¨ªa obra filantr¨®pica, confirmando la santidad del espectador, y de noche desestabilizaba con sus operaciones las monedas de pa¨ªses enteros. ?Cu¨¢ntos Soros, quiz¨¢ algo menores, nos rodean como faros que iluminan nuestra salud p¨²blica?
Nunca, sin embargo, la antropomorfizaci¨®n del mercado, la creencia en su ¨¢nima, la devoci¨®n y emoci¨®n ante sus movimientos ha llegado al paroxismo de estos d¨ªas, a ra¨ªz de los macabros sucesos de Nueva York. Relean, si tienen ocasi¨®n, los titulares e informaciones alrededor de la reapertura de Wall Street tras el cierre obligado del 11 de septiembre y tendr¨¢n ante ustedes una perfecta psicopatolog¨ªa del alma: el 'comportamiento de las bolsas', 'los mercados afrontan con ansiedad', 'la peor pesadilla de Wall Street', la 'desaz¨®n del ¨ªndice Dow Jones', la 'angustia del parquet'. Tambi¨¦n, paralelamente, de una ¨¦tica heroica a trav¨¦s de la 'resistencia de Wall Street' y del 'patriotismo de la Bolsa'.
Nos horroriza el paisaje de cad¨¢veres pero, a los pocos d¨ªas nuestra zozobra y salvaci¨®n llega a trav¨¦s del ¨²nico interlocutor gigantesco al que hemos acabado dotando de alma. Por eso dedicamos portadas y contraportadas al sacerdote del templo, Richard Grasso, presidente de la Bolsa de Nueva York y h¨¦roe de nuestro tiempo, que habla igualmente en t¨¦rminos 'espirituales'. Y, cuando m¨¢s modestamente recabamos la opini¨®n de nuestros peque?os sacerdotes de nuestros peque?os templos -s¨ªndicos, expertos burs¨¢tiles y dem¨¢s-, nos contestan con el mismo lenguaje: 'angustia', 'depresi¨®n', 'grandeza de ¨¢nimo', 'esperanza', 'salvaci¨®n'.
Miramos los tablones electr¨®nicos de los valores como anta?o se consultaban los or¨¢culos o los signos de los dioses tras la plegaria. Si hubi¨¦ramos sido capaces de considerar otras jerarqu¨ªas quiz¨¢ ahora ser¨ªamos libres para dudar, como Hamlet o Lear, ante los tiempos que se avecinan. Lo malo es que Bush no cabe ni en el peor verso de Shakespeare.
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