Servilismo duradero
No se tiene noticia de que, en las tres ¨²ltimas semanas, el Gobierno espa?ol haya mostrado signo alguno de disensi¨®n con su hom¨®logo estadounidense. Si por un lado ello no deja de aportar alguna ventaja para quienes dicen estar muy ocupados -basta con informarse de lo que preconiza Washington para saber lo que piensa Madrid-, por el otro se ven ratificados 20 a?os de esfuerzos encaminados a conferir a Espa?a una imagen de respetabilidad merced al acatamiento m¨¢s servil de las opiniones de los poderosos.
La respuesta que el presidente norteamericano, George W. Bush, ha ido hilvanando frente a los atroces atentados del 11 de septiembre exhibe, sin embargo, tantas dobleces que sorprende que a los ojos de nuestros gobernantes no merezca ninguna r¨¦plica. EE UU, por lo pronto, se ha atribuido una suerte de ilimitado y unilateral derecho a la represalia que no s¨®lo ha sorteado displicentemente a Naciones Unidas: engarza sin fisuras, tambi¨¦n, con el criterio que, adoptado por la OTAN en abril de 1999, permite a ¨¦sta intervenir militarmente sin el concurso previo de una resoluci¨®n espec¨ªfica del Consejo de Seguridad. M¨¢s all¨¢ de las discusiones sobre si las imaginables acciones estadounidenses se ajustan o no a lo establecido en la carta de la ONU, lo que corresponde es recordar que hasta hoy Washington ha optado por esquivar a esta organizaci¨®n incluso en un caso, ¨¦ste, en que no hubiese encontrado problemas para labrar c¨®modas mayor¨ªas.
Pese a alg¨²n gui?o de Aznar en su reciente viaje a T¨²nez, sorprende tambi¨¦n que nuestros gobernantes nada tengan que decir ante una reacci¨®n que s¨®lo considera el empleo de una violencia que muchos intuyen desbocada. ?Por qu¨¦ no ampliar los objetivos de la gran coalici¨®n internacional gestada estos d¨ªas y comprometerla en una lucha sin cuartel no s¨®lo contra el terrorismo, sino tambi¨¦n contra la pobreza y la represi¨®n pol¨ªtica? Del lado norteamericano no hay, sin embargo, y por lo que sabemos, designio alguno de recapacitar sobre las consecuencias de un comportamiento, el propio, asentado en la prepotente ratificaci¨®n de viejas injusticias, en el apoyo recalcitrante a reg¨ªmenes impresentables y en la extendida presunci¨®n de que con el terrorismo -un fen¨®meno que nace, se nos cuenta, de la nada- se agotan los problemas del planeta.
Tampoco parece que formen parte de las reflexiones de nuestros responsables las secuelas, dram¨¢ticas, de un doble rasero que se aplica con meticuloso pundonor. ?Alguien se imagina al presidente Aznar calificando del mismo modo la anexi¨®n iraqu¨ª de Kuwait, la intervenci¨®n norteamericana en Panam¨¢ y la invasi¨®n israel¨ª del sur del L¨ªbano? ?Qu¨¦ cr¨¦dito merece un dirigente pol¨ªtico que prefiere callar cuando escucha en labios de los presidentes de Rusia y de Turqu¨ªa declaraciones que vienen a justificar la acci¨®n de orgullosos terrorismos de Estado? Quienes, cargados de razones, han salido a la calle para manifestar su solidaridad con las v¨ªctimas de los salvajes atentados de Nueva York y de Washington, ?son conscientes de que nuestro Gobierno no muestra inquietud alguna por los cinco mil ni?os que, cada mes, mueren en Irak de resultas del macabro embargo desplegado por EE UU? ?Acaso no pueden aducirse sustanciosos ejemplos que invitan a concluir que es precisamente EE UU el pa¨ªs que mejor se ajusta a la definici¨®n de Estado gamberro que la derecha norteamericana ha difundido con arrobo en los ¨²ltimos a?os?
Pero los desastres no acaban ah¨ª. Por lo que puede apreciarse, quienes nos gobiernan prefieren rehuir otra delicad¨ªsima dimensi¨®n de la pol¨ªtica norteamericana: la que, en diversos escenarios, se ha entregado a la tarea de alimentar movimientos y personajes que despu¨¦s han sido objeto de tenaz demonizaci¨®n. Cuando se depende de forma tan estricta de lo que defienden las autoridades estadounidenses es sencillo olvidar que en el pasado ¨¦stas alentaron la consolidaci¨®n de una airada resistencia isl¨¢mica en Afganist¨¢n, como es sencillo prescindir de que, hoy como ayer, Washington precisa de amenazas en las que sustentar f¨¦rreos controles y represivas maquinarias.
Mostrar¨ªamos poca previsi¨®n, sin embargo, si concluy¨¦semos que el listado de las amenazas queda colmado con esa nada sutil identificaci¨®n que hace pensar que todo lo que huele a islam est¨¢ impregnado de fundamentalismo, y todo lo que huele a fundamentalismo conduce de forma inequ¨ªvoca a la violencia. Semanas atr¨¢s, un significado miembro del Gobierno coloc¨® en el mismo carro del terrorismo internacional a los movimientos hostiles a ese filantr¨®pico proyecto, tan grato al presidente Aznar, que es la globalizaci¨®n neoliberal. Quienes algo saben de estas cosas sospechan, en fin, que la derecha m¨¢s cerril, decidida a sacar provecho de los atentados del d¨ªa 11, se apresta a lanzar un ¨®rdago del que formar¨¢n parte la represi¨®n de disidencias molestas y la congelaci¨®n de muchas libertades. A fe que esa derecha no falta entre nosotros.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Univ. Aut¨®noma de Madrid.
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