Cirug¨ªa est¨¦tica
Uno de los hermanos Argensola (siglo XVII), escribi¨® un soneto que empieza con los siguientes versos: 'Yo os quiero confesar don Juan, primero/ Que ese blanco jazm¨ªn de do?a Elvira/ No tiene de ella m¨¢s, si bien se mira/ Que el haberle costado su dinero'. Conmina luego Argensola a su interlocutor a que confiese que, con todo, ning¨²n rostro 'verdadero' puede competir en belleza con el de la referida do?a Elvira. Y concluye diciendo: '... ese cielo azul que todos vemos/ Ni es cielo ni es azul./ L¨¢stima grande que no sea verdad tanta belleza'. Uno piensa enseguida que tambi¨¦n en nuestros d¨ªas el maquillaje plantea problemas, sobre todo de orden sexual. El cielo no ser¨¢ azul, pero siempre est¨¢ azul a plena luz del d¨ªa y aunque lo cubran las nubes. No es el caso de muchas Elviras de este mundo.
Obs¨¦rvese, de paso, que Argensola, como todos los poetas de su tiempo, es un devoto del color blanco en la mujer. No del blanco p¨¢lido, como siglos m¨¢s tarde, con los rom¨¢nticos. El sano blanco jazm¨ªn. La belleza ideal est¨¢ emparentada con la cultura de un periodo y ¨¦sta a su vez es producto de un orden pol¨ªtico y econ¨®mico. O para ser m¨¢s exactos, econ¨®mico y pol¨ªtico. Si Marx dijo que la pol¨ªtica era un montaje al servicio del poder econ¨®mico, mucho antes, los enciclopedistas y otros que no lo eran declararon con desparpajo su preferencia por un Estado subordinado al poder econ¨®mico. El Estado m¨ªnimo tiene su ¨¢rbol geneal¨®gico y de los polvos de do?a Elvira a los lodos de nuestros tediosamente apasionantes d¨ªas.
De modo que hay reyezuelos en ?frica que meten a sus favoritas en jaulas y las ceban hasta poco menos que el estallido. La desorbitada obesidad de las esposas pone rijoso al amo. Entre nosotros, excesivamente comidos, se quiso fomentar el gusto por los huesos mondos y se dio con la anorexia. As¨ª que ha prevalecido el culto al cuerpo robusto, aunque algo alejado de los c¨¢nones griegos. Es formidable lo que puede hacer la publicidad en sus distintas formas. No eliminar¨¢ o cambiar¨¢ radicalmente la direcci¨®n de un instinto, pero s¨ª sus facetas. Los insectos fritos podr¨ªan ponerse de moda aqu¨ª tambi¨¦n. Nuestro individualismo consiste en hacer lo mismo que los dem¨¢s, pero sin los dem¨¢s. Agregados, que no unidos.
Me pregunto si las feministas de profesi¨®n y/o las de vocaci¨®n, estar¨¢n apaciguadas ahora que no s¨®lo el cuerpo femenino es sexualmente explotado por la publicidad; lo es tambi¨¦n el masculino. Pasaron los tiempos en que 'el hombre y el oso, cuanto m¨¢s feo m¨¢s hermoso'. Cierto que el refrancito es puro disparate salido, probablemente, del caletre de un acomplejado . En su intimidad, los hombres de nuestro tiempo y de todos los tiempos han deseado el 's¨¦samo, ¨¢brete' de la belleza. El consumismo, al manipular al macho de la especie, lo ha hecho libre, si bien la chusca carambola no est¨¢ desprovista de conflictos. En el coraz¨®n de todo hombre hay un don Juan y si ellas sue?an con los di Carpio y los Clooney, ellos tambi¨¦n, aunque generalmente por distintas razones. No todas son espurias, dicho sea con imparcialidad. No todo en el sistema es econom¨ªa improductiva, pez que se muerde la cola. Pero buena parte de ello, s¨ª. Conozco a hombres y mujeres que se han sometido a una operaci¨®n de cirug¨ªa est¨¦tica, porque sin un cambio de nariz la lucha por el empleo de amplios ¨¢mbitos de la econom¨ªa era misi¨®n poco menos que imposible. Recuerdo que cuando me volv¨ªa de Estados Unidos, la 'rebeli¨®n de los gordos' estaba en pleno auge. La obesidad era s¨ªntoma inequ¨ªvoco de dejadez, de mal gusto, de carencia de esp¨ªritu de sacrificio y de glotoner¨ªa. ?Acaso cuadra eso en el talante de un ejecutivo, por m¨¢s que lo sea de tercer orden? Se sab¨ªa, naturalmente, que ciertas obesidades son patol¨®gicas, pero no es dif¨ªcil imaginarse lo que un razonamiento as¨ª cambiar¨ªa el proceder de la empresa. Hasta hace pocos a?os las azafatas de las l¨ªneas a¨¦reas ten¨ªan que ser j¨®venes y bien parecidas, pero esta restricci¨®n del mercado laboral era insostenible: nadie se sube o deja de subirse a un avi¨®n por la belleza de las camareras. (Hay aqu¨ª, no obstante, un argumento perverso para almas perversas: si hay trastazo, mi muerte es menos dura porque tambi¨¦n mueren estas j¨®venes y bellas mujeres).
Pero la cirug¨ªa est¨¦tica es ya un gran bazar que se nutre del cutre sometimiento a una imagen. Hoy, un Cromwell resultar¨ªa exc¨¦ntrico. Le estaban haciendo un retrato y se volvi¨® airado al pintor pelota. 'P¨ªnteme como soy, con verruga y todo'. Muchos y muchas no aceptan su rostro pero no es un problema de convicci¨®n personal, sino de presi¨®n del entorno. Un extremista dir¨ªa que si la cara es el espejo del alma, quien se enamora de una mujer pasada por el quir¨®fano, se ha enamorado, en realidad, de otra. Sofisma que por serlo tanto no me entretendr¨¦ en refutar. No obstante, si alguien sometido a la cirug¨ªa est¨¦tica os entona la cantinela habitual ('No me gustaba a m¨ª mismo/a'), lo que en realidad os est¨¢ diciendo es que no les gustaba a los dem¨¢s, sobre todo, como objeto del deseo. La busca y captura del sex-appeal aporta m¨¢s clientes al mercado de la cirug¨ªa est¨¦tica que el resto de los motivos sumados. Admito, no obstante, que digo esto a ojo de buen cubero.
Con todo y con eso, la cirug¨ªa est¨¦tica no es uno de los productos m¨¢s condenables del consumismo; y si abundan los casos grotescos, como los de quienes se aferran pat¨¦ticamente a la juventud cuando ya est¨¢n en la tercera edad, tambi¨¦n es cierto que los progresos de esta antigua asignatura de la cirug¨ªa est¨¦tica ofrecen no pocos ejemplos de casos conmovedores. En La Fe saben de reparaci¨®n de rostros de j¨®venes mujeres asi¨¢ticas; caras horriblemente desfiguradas por los ¨¢cidos de un arbitrario despecho machista. EL PA?S (8.9.2001) nos ofreci¨® la imagen y nos cont¨® el caso de Issa Kamara, un sierraleon¨¦s de diez a?os que 'fue asado por una partida guerrillera delante de su madre, a la que obligaron a aplaudir y cantar durante la tortura'. La sanidad brit¨¢nica accedi¨® a someter a Issa a una operaci¨®n de cirug¨ªa pl¨¢stica; gracias, sin embargo, a la campa?a de un periodista con el coraz¨®n en su sitio, Peter Franzen. Gotas en el mar como las citadas deber¨ªan convertirse en diluvio, pues Occidente no puede presumir de inocencia.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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