Reyes, s¨²bditos y ciudadanos
Juan Luis Cebri¨¢n. ?Por qu¨¦ es tan dif¨ªcil, y tan raro, criticar al Rey o a la familia real? Aparte de la inviolabilidad constitucional, parecen tener otro tipo de bula. En este pa¨ªs hay libertad de expresi¨®n sobre casi todo, menos sobre el Rey y la instituci¨®n. Las mofas que hay acerca de la monarqu¨ªa en Inglaterra o en Holanda no se producen aqu¨ª, y yo, lejos de creer que eso sea necesariamente beneficioso, pienso que s¨®lo demuestra que la instituci¨®n es tan endeble que, si se hicieran burlas o chistes, se crear¨ªa un problema mayor que no nos conviene tener. El papel de Juan Carlos no est¨¢ sustentado sobre un valor reconocido de la monarqu¨ªa. Por un lado, es un rey sin corte y los mon¨¢rquicos no cuentan casi nada, eso est¨¢ bien. Por otro, no ha habido una teorizaci¨®n suficiente de la corona como elemento aglutinador de la convivencia democr¨¢tica, lo que genera ahora interrogantes sobre si el pr¨ªncipe Felipe reinar¨¢ o no, en funci¨®n de c¨®mo sea su novia. El Rey no tiene ya el poder moderador sobre las Fuerzas Armadas que ejerc¨ªa en la transici¨®n, y el pr¨ªncipe, mucho menos. Adem¨¢s, las propias Fuerzas Armadas no son ya determinantes. El caso es que a la gente le intriga el futuro de la Monarqu¨ªa en Espa?a, pero no se habla mucho, salvo en la cr¨®nica fr¨ªvola, porque es mejor no hacerlo. Esta norma comienza a romperse ahora, en parte, con la pol¨¦mica sobre Eva Sannum, aunque se hace en un contexto enrarecido y bastante oportunista.
F. G.: 'Si tenemos que confiar en el Pr¨ªncipe para que sea jefe de Estado, deber¨ªamos poder hacerlo para que elija pareja. ?ste es un principio republicano'
J. L. C.: 'A mis amigos republicanos, cuando protestan por la Monarqu¨ªa, les digo: ?os fij¨¢is que si Espa?a fuera una rep¨²blica, Aznar a lo mejor era ahora el presidente ejecutivo de la misma? Entonces se vuelven mon¨¢rquicos'
J. L. C.: 'Estoy seguro de que, antes o despu¨¦s, el Rey jugar¨¢ alg¨²n rol en la resoluci¨®n del conflicto vasco'
Felipe Gonz¨¢lez. Me parece una reflexi¨®n interesante. Hay que empezar a hablar en serio, primero, sobre si es o no criticable la Monarqu¨ªa, que lo es, y si conviene o no criticarla como se hace con otras instituciones. Yo tengo m¨¢s dudas sobre eso. Siendo ¨¦ste un pa¨ªs tan discutidor y habi¨¦ndole llevado ese talante a tantos desastres hist¨®ricos, la gente se siente tranquila de que haya algo que no se someta constantemente a un escrutinio cr¨ªtico, como solemos hacer. El papel de Juan Carlos no ha sido institucional mon¨¢rquico en el sentido tradicional espa?ol, sino juancarlista, mon¨¢rquico republicano. No sabemos si este pa¨ªs ha aceptado o no la Monarqu¨ªa, lo ¨²nico que sabemos es que hasta ahora ha aceptado de buena gana a Juan Carlos, que goza del mayor consenso imaginable. El papel que yo he hecho, sin ser mon¨¢rquico, ha sido de fortalecimiento de la instituci¨®n de una manera permanente y consciente. Me habr¨¢ salido mejor o peor, pero he querido transformar el papel de Juan Carlos en la transici¨®n en el de rey moderador y estabilizador de las relaciones complejas (sociales, pol¨ªticas, territoriales) de este pa¨ªs. Fui muy criticado cuando el actual presidente del Gobierno hizo una visita oficial al Pa¨ªs Vasco al comienzo de su mandato. Me dijeron: 'Lo que no ha hecho Felipe en catorce a?os, este hombre, a los tres meses de llegar, ya lo hace: una visita oficial a Euskadi'. Me call¨¦, pero sab¨ªa que no habr¨ªa ninguna visita oficial m¨¢s de ¨¦sas, ni al Pa¨ªs Vasco ni a ning¨²n otro sitio. Porque el respeto al papel institucional de la Monarqu¨ªa exige algunas actitudes. Ese papel yo lo estimul¨¦ a tope y cuando me fui se acab¨® el est¨ªmulo. Yo no cre¨ªa que tuviera que visitar oficialmente el territorio de mi pa¨ªs, era el jefe del Estado quien ten¨ªa que hacerlo.
J. L. C. O sea, que nosotros decimos que somos republicanos, pero creemos que el rey Juan Carlos ha rendido servicios inmensos a la democracia y a la convivencia entre espa?oles. Somos republicanos, pero apoyamos a Juan Carlos.
F. G. No, apoyamos a esta Monarqu¨ªa, para ser m¨¢s coherentes.
J. L. C. Entonces, ?qu¨¦ dificultad tenemos para reconocer que, en realidad, somos mon¨¢rquicos? De esta Monarqu¨ªa, pero mon¨¢rquicos. ?Qu¨¦ verg¨¹enza intelectual, o cultural, o moral, tenemos de decir que somos mon¨¢rquicos?
F. G. Yo no tengo ninguna verg¨¹enza de decirlo. Probablemente tengo un atavismo cultural, con el que no me siento inc¨®modo, a pesar de la aparente contradicci¨®n.
J. L. C. Es decir, ?c¨®mo vas a ser t¨², o c¨®mo puedo ser yo, mon¨¢rquico, si hemos sido republicanos de toda la vida?
F. G. Es una minusval¨ªa, o quiz¨¢ lo contrario, una plusval¨ªa cultural: creo que es m¨¢s razonable la rep¨²blica, pero al final es mentira que lo crea y me considero accidentalista, como dec¨ªan los cl¨¢sicos. Si asisti¨¦ramos en la pr¨®xima legislatura, o en la siguiente, a la confrontaci¨®n de un sistema electoral directo respecto de la rep¨²blica, probablemente no resolver¨ªamos los problemas de los que venimos hablando, sino que los agravar¨ªamos.
J. L. C. A prop¨®sito, el papel de la Monarqu¨ªa en la resoluci¨®n del conflicto territorial es algo que habr¨ªa que investigar... Estoy seguro de que, antes o despu¨¦s, el Rey jugar¨¢ alg¨²n rol en la resoluci¨®n del conflicto vasco. Bueno, aceptemos que somos mon¨¢rquicos, pero no de cualquier monarqu¨ªa. ?Por qu¨¦ no se plantea entonces que el entorno de trabajo del Rey, de trabajo profesional, no el entorno familiar, est¨¦ sometido a control parlamentario?
F. G. No estoy seguro de que eso no deba ser una responsabilidad que, como otras, asuma el Ejecutivo. ?ste, a su vez, responde ante el Parlamento. Me parece m¨¢s correcto y operativo. El Rey reina, pero no gobierna.
J. L. C. No existe tal control.
F. G. Existe.
J. L. C. Pues no se ejerce.
F. G. Lo que ocurre en la casa real, nombramientos, financiaci¨®n, funciones de representaci¨®n, etc¨¦tera, se hace con el conocimiento y consentimiento del Ejecutivo.
J. L. C. Da la sensaci¨®n de que ¨¦se es un lugar acotado.
F. G. Lo acotado no es significativo, de todas maneras, en su dimensi¨®n pol¨ªtica.
J. L. C. Pero s¨ª son sus consecuencias. Estoy sorprendido por el cambio de paisaje en muchos actos oficiales organizados por la casa real. Durante la transici¨®n, el consenso pol¨ªtico estaba representado en toda su diversidad.
F. G. Ahora, cada vez menos.
J. L. C. Ahora s¨®lo va la derecha, un tipo de derecha, y la representaci¨®n m¨ªnima institucional: los grupos parlamentarios y quiz¨¢, alguna vez, alg¨²n sindicato. Pero esa representaci¨®n de la Espa?a plural, en todos sus sentidos, que hab¨ªa antes en las recepciones en el Pardo, y que adem¨¢s las hac¨ªa divertidas, eso se ha perdido, me atrevo a decir que casi por completo. No hay un esfuerzo por incorporar un amplio consenso social al mundo del jefe del Estado.
F. G. Mientras ejerc¨ª mi responsabilidad en el Gobierno quise que la Monarqu¨ªa consolidara una relaci¨®n con la Espa?a diversa y plural, en todos los sentidos, en el territorial, en el social, en el cultural, dentro de Espa?a y en nuestra representaci¨®n en el exterior. Nunca quise hacer sombra, sino lo contrario, a la figura del Rey. Y ahora vienen jefes de Gobierno que no pasan por la Zarzuela, jefes de Estado en visitas de trabajo que se elude que acudan a ella o que pisan s¨®lo tangencialmente el palacio. Todo el protagonismo se desplaza hacia el Ejecutivo. Parece que la voluntad del Gobierno actual es minimizar la presencia de la monarqu¨ªa para maximizar la suya.
J. L. C. A mis amigos republicanos, cuando protestan por la monarqu¨ªa, yo les digo: ?os fij¨¢is que si Espa?a fuera una rep¨²blica, Aznar a lo mejor era ahora el presidente ejecutivo de la misma? Entonces se vuelven mon¨¢rquicos, mon¨¢rquicos republicanos.
F. G. A m¨ª lo que me da miedo del debilitamiento de la Monarqu¨ªa no es s¨®lo la ausencia de ese contacto que dices, sino la percepci¨®n popular de la relativa y creciente inutilidad de la instituci¨®n.
J. L. C. Y el no uso de los medios de comunicaci¨®n para crear una imagen adecuada. Al principio de la transici¨®n insist¨ª mucho en que en TVE se hablara de la historia de la Monarqu¨ªa en Espa?a, de forma dram¨¢tica y pol¨¦mica, con una intenci¨®n did¨¢ctica, y ahora se est¨¢ contando una historia de vino y rosas, rom¨¢ntica, de una Monarqu¨ªa que nunca existi¨®. Nada de eso sirve para reforzar la imagen de la instituci¨®n. Apoyamos, sin matices, a personajes tan controvertidos como Felipe II, de los que es dif¨ªcil sentirse orgulloso.
F. G. Lo sientas o no, lo que es una estupidez es pretender que se lo traguen en Iberoam¨¦rica, olvidando que lo hispano es para nosotros un espacio de oportunidad que hay que cuidar seriamente. Este pa¨ªs se est¨¢ quedando sin elementos de cohesi¨®n y la Monarqu¨ªa es un intangible que sirve para cubrirlos. Si no es as¨ª, se debilitar¨¢. Responsablemente he querido que juegue con plenitud su papel integrador de esta sociedad, y de representaci¨®n a nivel internacional, y particularmente iberoamericano. Como nunca me he sentido tapado por la figura del Rey, no lo he mirado como a un competidor. Eso es lo que ha desaparecido. ?Es posible que ese papel se recupere con otro presidente del Gobierno, incluso de la derecha? En mi opini¨®n, s¨ª, por tanto esto no es un problema ideol¨®gico, es un problema de personalidad. Lo que pasa es que se est¨¢ debilitando el papel de la Monarqu¨ªa, y ¨¦sta ser¨¢ una cuesti¨®n dif¨ªcil para el pr¨®ximo presidente, sea de izquierdas o no.
J. L. C. Hay cuestiones un poco folcl¨®ricas de la Monarqu¨ªa que tienen que ver con todo esto, y fueron relativamente importantes en la transici¨®n. Me refiero a los aspectos del protocolo. El hecho de que ¨¦ste sea un Rey sin corte, sin maneras mon¨¢rquicas, no evit¨® cierta pol¨¦mica sobre las formas externas del vestir en los actos oficiales, discusi¨®n que t¨² mismo encabezaste. Ni siquiera quer¨ªas ponerte corbata, parec¨ªa una traici¨®n a tus convicciones.
F. G. Me cost¨® vestir el esmoquin y ahora me niego a usarlo.
J. L. C. No s¨¦ si sabes que, cuando estabais en la oposici¨®n, siendo presidente Su¨¢rez, me llam¨® Paco Ord¨®?ez para pedirme, por favor, que en las recepciones oficiales yo no fuera de esmoquin, contra lo que demandaba el protocolo. Como los socialistas no os lo pon¨ªais y los comunistas tampoco, no quer¨ªan que os sintierais desplazados.
F. G. Jam¨¢s me enter¨¦, es la primera noticia que tengo de eso, y me parece simp¨¢tica.
J. L. C. No quer¨ªan discriminaros ni por el color de la camisa. Es un dato interesante.
F. G. O por el frac, lo que correspondiera.
J. L. C. Lo del frac vino m¨¢s tarde, en las cenas de palacio, que en aquella ¨¦poca todav¨ªa no se hac¨ªan. Bueno, esto es anecd¨®tico, pero pone de relieve hasta qu¨¦ punto el debate pol¨ªtico afecta, a¨²n hoy, a las formas externas. Yo me r¨ªo cuando voy ahora a las grandes empresas norteamericanas, en donde, debido a la moda impuesta por Silicon Valley, la moda Internet, los ¨²nicos que llevan corbata son los conserjes. Los dem¨¢s, de presidentes a empleados, visten todos a lo progre, como si fueran arquitectos catalanes. Llevar corbata es un signo de la clase social baja en este momento. ?Y t¨² te resist¨ªas a pon¨¦rtela! Hay otras cuestiones, en cambio, que parecen fr¨ªvolas, pero no lo son tanto, como con qui¨¦n ha de casarse el heredero del trono.
F. G. ?O sea, que fui un precursor del sincorbatismo como elemento de distinci¨®n! El tema del matrimonio del Pr¨ªncipe es delicado, porque adem¨¢s lleva impl¨ªcito el problema sobre la sucesi¨®n al trono de las mujeres, que est¨¢ mal resuelto en la Constituci¨®n. No se puede de ninguna manera mantener una discriminaci¨®n de esa naturaleza. Cuando me preguntaron por la boda de don Felipe, trat¨¦ de aliviar la posible tensi¨®n diciendo que si tenemos que confiar en el Pr¨ªncipe para que sea jefe de Estado, deber¨ªamos poder hacerlo para que elija pareja. ?ste es un principio republicano y por tanto no directamente aplicable a la Monarqu¨ªa, aunque es tambi¨¦n de sentido com¨²n. Pero como la l¨®gica no es todo lo que de verdad cuenta, y menos en este terreno, creo que, desde el punto de vista institucional, puede crear problemas ese matrimonio. Parece una contradicci¨®n, y seguramente lo es, pero la inmensa mayor¨ªa de los ciudadanos espa?oles entiende lo que digo: estar¨ªan de acuerdo en que tenemos que confiar en su elecci¨®n, y tendr¨ªan dificultades en verse representados institucionalmente por una persona que, con todo el derecho del mundo, ejerce la profesi¨®n de modelo, con la imagen que proyecta.
J. L. C. Vuelvo a lo que hemos hablado antes, ?no ser¨ªa razonable que existiera un sistema, un m¨¦todo, igual para elegir al secretario de la casa del Rey, a los ayudantes, la gente que le rodea, que para decidir esto? El principio republicano es que cada cual se casa con quien quiere, pero los mon¨¢rquicos, y hasta los republicanos mon¨¢rquicos, tienden a decir: 'S¨ª, eso es verdad, salvo en el caso de alguien que va a ser jefe del Estado, lo que tiene sus ventajas y sus limitaciones'.
F. G. Si no hubiera exhibido modelos de ropa interior, ?ser¨ªa aceptable?
J. L. C. ?sa es mi pregunta tambi¨¦n, porque todo esto sucede porque la chica es modelo. Si fuera licenciada en rom¨¢nicas e...
F. G. ... igual de bonita...
J. L. C. ... o fea, da lo mismo, entonces probablemente no se plantear¨ªa nada de esto, ni dir¨ªamos lo que estamos diciendo.
F. G. ?Lo dir¨ªamos o no?
J. L. C. Yo, honestamente, creo que no. Hay un gran cinismo en este debate. Existen otras cuestiones, de las que no se habla, como que la aspirante es hija de madre divorciada, vuelta a casar o conviviendo con un personaje que se acomoda mal a la alcurnia de la jefatura del Estado. Por eso creo que hay que mantener el principio de que cada cual se casa con quien quiera.
F. G. Pero como va a ser jefe del Estado, la gente tiene derecho a pensar si elige bien o no seg¨²n su criterio...
J. L. C. All¨¢ ¨¦l.
F. G. No, all¨¢ ¨¦l, no: all¨¢ nosotros. Elige esposa y reina en el mismo paquete.
F. G. La conclusi¨®n es que no hay conclusi¨®n razonable. T¨² dices que la modernidad depende de eso. No, es un indicador, pero nada m¨¢s. La gente, ?qu¨¦ dice, qu¨¦ defiende? Que sea normal su reina o su rey. Pero el concepto de normalidad ya no existe, porque no hay normas para elegir a una mujer, o a un hombre.
J. L. C. Somos presa de convenciones. Hay un problema de opini¨®n p¨²blica en todo esto, el mismo que el del esmoquin en las fiestas reales u otros aspectos del protocolo. Yo no soporto el cabezazo y la reverencia ante el Rey. Creo que no tienen ning¨²n sentido.
F. G. No lo tienen, no. Carmen Romero no la ha hecho, y a la mayor¨ªa no le extra?a, sino lo contrario.
J. L. C. Sin embargo, el que no lo hace se significa, o el que lo hace, seg¨²n se mire. Normalmente, la derecha da cabezazo, y la izquierda no.
F. G. A m¨ª me parece bien esa distinci¨®n, que no siempre se produce. Porque teniendo el mismo grado de respeto, unos est¨¢n indicando una forma de ver la instituci¨®n, y los dem¨¢s, otra diferente. La forma de quien no se inclina indica respeto c¨ªvico, la de quien se arrodilla es respeto de s¨²bdito. Que en Espa?a haya gente que acepte con naturalidad una y otra posici¨®n me parece una diferencia interesante, aunque normalmente son m¨¢s cr¨ªticos los que se inclinan con los que no lo hacen.
J. L. C. Al Rey y a la casa real les gustan m¨¢s los s¨²bditos, ¨¦sa es su gran debilidad. Deber¨ªan darse cuenta de que esto ya no funciona as¨ª.
F. G. Pueden creer que de eso depende la institucionalizaci¨®n de la monarqu¨ªa. Al Rey, me consta, le preocupa que haya juancarlismo, aunque le guste, y que no haya monarquismo. Su entorno le dice que la manera de que haya monarquismo institucional es la reverencia a la instituci¨®n, lo cual es un error reduccionista a las formas.
J. L. C. Como nosotros hemos llegado al convencimiento de que somos mon¨¢rquicos por conveniencia, hay que explicar que la ¨²nica manera de que sobreviva esto es aceptar su funcionalidad a cambio de un compromiso c¨ªvico por parte de la familia real.
F. G. Definamos la Monarqu¨ªa que queremos: la monarqu¨ªa institucional de los ciudadanos. Ese criterio debe ser la base para establecer las formas de relaci¨®n y de comunicaci¨®n entre la Monarqu¨ªa y los espa?oles.
J. L. C. Eso nos lleva inevitablemente a que el comportamiento del Pr¨ªncipe en su vida privada se tenga que atener a las convenciones de los ciudadanos en general, y no s¨®lo a las de los mon¨¢rquicos. En Davos me invitaron, en enero de 2000, a una cena con los reyes de Jordania, en la que estaba tambi¨¦n Steve Case, presidente de AOL-Time Warner. ?Qui¨¦n tiene m¨¢s poder -me cuestionaba yo- y cu¨¢nta m¨¢s gente se ve afectada por sus comportamientos y decisiones, Steve Case o el rey de Jordania? Evidentemente, era Case, aunque a m¨ª ese monarca me cae bien, mejor que el padre, y pienso que puede ayudar a la pacificaci¨®n de Oriente Pr¨®ximo. A la salida de la cena, cuando el rey abandonaba el lugar, se presentaron media docena de limusinas, veintiocho guardaespaldas con metralletas, un s¨¦quito con aparataje terrible, toda una corte.
F. G. Y el otro, con las manos en los bolsillos.
J. L. C. ?l solo, sin escolta, por la acera buscando su coche, pues no sab¨ªa bien d¨®nde lo hab¨ªa aparcado. Y volv¨ª a hacerme la misma reflexi¨®n: ?qui¨¦n tiene m¨¢s poder? El que va con las manos en los bolsillos.
F. G. Se est¨¢ perdiendo el consenso de la Monarqu¨ªa m¨¢s r¨¢pidamente de lo que creemos.
J. L. C. Mayor raz¨®n para ponerse a hablar de ello y no mirar hacia otro lado.
F. G. Y resolverlo. Pero el primero que tiene que estar de acuerdo es el Rey, o la instituci¨®n, para saber que se hace consistentemente, porque desde el poder se est¨¢ quitando legitimidad a la Monarqu¨ªa de forma sistem¨¢tica. En eso el cambio de Gobierno, que t¨² consideras generacional, se est¨¢ convirtiendo en un revival de la generaci¨®n anterior a la nuestra, que no cre¨ªa en la monarqu¨ªa. Pero ya he dicho que yo no lo veo como generacional.
J. L. C. En la primavera de 2001 estuve en Suecia, en las reuniones de Bildeberg. Vino la Reina, porque esa conferencia es un acto que le gusta: disfruta intelectualmente y durante tres d¨ªas no es reina, hace cola para servirse la comida, se sienta donde buenamente puede, no tiene tratamiento especial. Tres d¨ªas conviviendo como una m¨¢s. Al volver, vol¨¢bamos en l¨ªnea regular e hicimos escala en Copenhague, con lo que tuvimos que aguardar un par de horas en la sala de autoridades. Est¨¢bamos con el embajador, los ayudantes y alguno m¨¢s. De repente, se abre la puerta y aparece el rey de Dinamarca, vestido tan deportivo que iba lo m¨¢s parecido a un pordiosero, le acompa?aba un perro, y se abalanzan el can y ¨¦l sobre la Reina, abraz¨¢ndola m¨¢s que efusivamente ante quienes est¨¢bamos all¨ª. Nos quedamos un poco at¨®nitos, despu¨¦s de tanta historia de protocolo, reverencias y cabezazos como coment¨¢bamos, al ver aquella escena de tintes a la vez ¨ªntimos y callejeros. F¨ªjate que el rey Juan Carlos es campechano, castizo, incluso a veces se pasa de eso, pero yo vi tal diferencia de...
F. G. ... el Rey es campechano y distante, y t¨² ver¨ªas proximidad.
J. L. C. S¨ª, y sobre todo vi, como dicen los franceses, que el rey dan¨¦s estaba d¨¦contract¨¦, iba en traje de ba?o porque pensaba navegar, casi sucio, y en su comportamiento se descubr¨ªa el sentir de un ciudadano m¨¢s, un ciudadano ordinario -y hasta admito el doble sentido de la palabra- al que le hab¨ªa tocado en suerte ser rey consorte.
F. G. ?Sabes d¨®nde est¨¢ descrito maravillosamente algo parecido a eso? En una semblanza que hace Indro Montanelli del viejo rey de Noruega.
J. L. C. Cosas as¨ª tambi¨¦n distinguen, definen, a la monarqu¨ªa de los ciudadanos.
F. G. La que necesitamos. Si t¨² ves la descripci¨®n que hace Indro Montanelli... dice lo que t¨² dices, exactamente lo que t¨² dices, sin pretender conceptualizarlo.
J. L. C. Un ciudadano que es rey.
F. G. Eso don Juan Carlos no lo ha vivido. Es espont¨¢neo, simp¨¢tico, pero eso no lo tiene.
J. L. C. Existe la oportunidad de que lo tenga el Pr¨ªncipe.
F. G. Pero exige un entrenamiento, una comunicaci¨®n que no es f¨¢cil que se produzca, con gente que sea capaz de tratarlo en esa dimensi¨®n de ciudadan¨ªa. Con Hassan II tuve una conversaci¨®n, poco tiempo antes de su muerte, que explica lo que trato de expresar. Me pregunt¨® sobre el conflicto del S¨¢hara, por primera vez, debo a?adir. Le dije que si quer¨ªa la versi¨®n diplom¨¢tica o que le respondiera como lo har¨ªa al propio rey Juan Carlos. Sab¨ªa que era lo contrario de la costumbre, pero reaccion¨® pidi¨¦ndome que lo hiciera con toda claridad. A esto me refiero.
J. L. C. Incidentalmente, ?qu¨¦ ¨²til es la monarqu¨ªa alau¨ª para los intereses de este pa¨ªs! Ser¨ªa horrible para nosotros la existencia de una rep¨²blica isl¨¢mica en Marruecos. Y para los marroqu¨ªes, tambi¨¦n.
F. G. ?Imag¨ªnate! Aunque todav¨ªa no est¨¢ claro el futuro, ni existe conciencia en Espa?a de esa realidad decisiva para nosotros.
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