De narcisos y artistas
A Martin Bauman hay que verlo a la luz de los muchachos en flor que convoca Leavitt en su narrativa, a saber, de prematura madurez, incorregibles ganas de contarnos con inagotable desparpajo toda su historia (en ocasiones a uno se le ocurre que el modelo de h¨¦roe de Leavitt es Holden Cauldfield ya crecido), un punto eg¨®latra, obsesionado con el talento y, desde luego, empujado por su conciencia de artista al abismo de la vanidad, la excentricidad y la autodestrucci¨®n. Paul Porterfield, el protagonista de su anterior novela, Junto al pianista (1998), so?aba con llegar a ser un gran pianista a la vez que despertaba a su condici¨®n gay y, de un modo paralelo, Bauman sigue sus pasos en el terreno de la literatura, aspirando a asumir sin reticencias su homosexualidad y a hacerse con un talento por lo menos tan grande como el de su enloquecido y legendario mentor, el guru Stanley Flint. A los m¨¢s fieles lectores de Leavitt no les vendr¨¢ de nuevo que el narrador americano vuelva a desdibujar las lindes que separan autobiograf¨ªa y ficci¨®n, como hicieron Nabokov, Bellow o Philip Roth, y que las andanzas del joven Bauman por el Nueva York agitado y canalla de los ochenta, bajo la batuta de Reagan y la amenaza del sida, se asemejen m¨¢s de la cuenta a las del joven Leavitt (1961), que a la saz¨®n ten¨ªa la misma edad que su personaje, y que como ¨¦ste pugnaba por hacerse con un prestigio literario que le hiciera abandonar el anonimato, la peregrinaci¨®n editorial, la angustia ante la p¨¢gina en blanco ('el problema era que me atascaba, a veces durante semanas, en una simple frase, como uno de esos robots de cuerda que chocan contra la pared y siguen caminando', p¨¢gina 183) y la zozobra de si decepcionar¨¢ o no a quienes, como Flint con Bauman, confiaban en su talento.
MARTIN BAUMAN
David Leavitt Traducci¨®n de Jaime Zulaika Anagrama. Barcelona, 2001 455 p¨¢ginas. 3.800 pesetas
Se dir¨ªa que la literatura de Leavitt dibuja c¨ªrculos conc¨¦ntricos alrededor de un pu?ado de temas que se repiten casi siempre, el retrato del artista adolescente, la relaci¨®n madre-hijo, la fruici¨®n homosexual, la falta de compromiso de una clase acomodada que en Estados Unidos jam¨¢s ha tenido que afrontar su traves¨ªa del desierto o el dif¨ªcil equilibrio entre la aspiraci¨®n intelectual y la satisfacci¨®n vital. Martin Bauman constituye una nueva pieza del rompecabezas que Leavitt est¨¢ armando en forma de bildungsroman, de novela de aprendizaje apr¨¨s la lettre, desde la aparici¨®n de El lenguaje perdido de las gr¨²as (1986), en que el propio narrador estadounidense ya quiso disfrazarse de Philip, el jovencito que desencadena una tormenta familiar al confesar su complacida condici¨®n de gay.
En cualquier caso, no pare-
ce ser la mejor pieza del puzzle. Resulta poco menos que evidente que la naturalidad con la que se resuelven las situaciones y la habilidad para la introspecci¨®n siguen intactas, pero en cambio m¨¢s de uno dir¨¢ que la narraci¨®n se prolonga sin motivo aparente m¨¢s all¨¢ de la propia trama (si alg¨²n reproche serio hay que hacerle a la novela es el de no haber querido evitar su hipertrofia), y su tendencia a la digresi¨®n -as¨ª como la sospecha creciente de que en cierto modo nos las habemos con un roman ¨¤ clef, por lo menos en algunos cap¨ªtulos (pi¨¦nsese en los sabios redactores del The New Yorker, en Edmund White o en el pejigueras de Gordon Lish, convertido aqu¨ª en 'el profesor Flint', uno de los logros indiscutibles de la novela)- arruina la fluidez, la portentosa ligereza de otras novelas suyas que han llevado al lector en volandas. El peso espec¨ªfico que adquir¨ªan los espl¨¦ndidos di¨¢logos en Junto al pianista, de envidiable frescura e ins¨®lita capacidad para recrear la oralidad, se ha visto notablemente aligerado aqu¨ª, tal vez en beneficio de una narraci¨®n en primera persona que, si bien sirve a los intereses egotistas de Bauman, monopoliza su imagen, impidiendo que el lector se acerque al personaje desde su propia perspectiva. S¨ª gana el texto, en cambio, en iron¨ªa. Y muchas de sus p¨¢ginas no son sino pecios de una cr¨®nica social al estilo de Vanity Fair (esto es, m¨¢s cercana a Tom Wolfe que a Don DeLillo), que acab¨® naufragando al encallar en el absorbente, narcisista y excesivo discurso del bueno de Bauman, el narrador.
De no haber sido as¨ª, la novela de Leavitt tal vez hubiese evitado desperdigar -l¨¦ase mejor 'desperdiciar'- de un modo tan aleatorio el material para un excelente fresco de la sociedad urbana de los ochenta, entretenida, mientras en el mundo real todo se ensombrec¨ªa en banalidades, consumismos y festivas liberaciones gay en el mundillo editorial e intelectual de la Gran Manzana, la genuina hoguera de las vanidades en la que realmente se siente a gusto Bauman, tan lejos de aquel otro joven escritor llamado Brian Botsford, inventado por Leavitt en Mientras Inglaterra duerme (1993), y algo m¨¢s comprometido con las causas ajenas que con las veleidades propias del complicado artista gay que protagoniza esta irregular comedia sat¨ªrica y autobiogr¨¢fica que en su d¨ªa ya fue tildada de 'soap-opera intelectual' nada menos que por el Publishers Weekly.
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