Viaje a las tinieblas
Dos textos period¨ªsticos, le¨ªdos con un intervalo de pocos minutos, me impulsaron a releer una novela corta de Joseph Conrad (El coraz¨®n de las tinieblas), operaci¨®n que aconsejo a quienes quieran entender en profundidad la tragedia que vive en estos d¨ªas Afganist¨¢n.
El primero de aquellos art¨ªculos (El Mundo, 11 de octubre), del escritor paquistan¨ª Tariq Al¨ª, cuenta un episodio tragic¨®mico ocurrido hace alg¨²n tiempo, en el marco de las relaciones entre Afganist¨¢n y Pakist¨¢n, que se hab¨ªan deteriorado. Para mejorarlas se pact¨® un partido amistoso de f¨²tbol entre ambos pa¨ªses. Las escuadras se hallaban alineadas en el estadio de Kabul cuando, instantes antes del silbato inicial, invadieron el campo unos polic¨ªas barbudos del Ministerio de Lucha contra el Vicio alegando que los futbolistas paquistan¨ªes vest¨ªan de manera indecente, pues mostraban las piernas. En consecuencia, los deportistas visitantes fueron rapados y azotados mientras los espectadores de las tribunas eran obligados, por los disc¨ªpulos del mul¨¢ Om¨¢n y de Osama Ben Laden, a cantar vers¨ªculos del Cor¨¢n.
Esta manifestaci¨®n de barbarie oscurantista, que delata una sociedad dirigida por fan¨¢ticos medievales, contrasta de manera flagrante con la imagen de Afganist¨¢n que preserva la memoria de la escritora afgana exiliada en Francia Spojmai Zariab (EL PA?S, 11 de octubre), quien estudi¨® en la Facultad de Letras y la Escuela de Bellas Artes de Kabul, en una ¨¦poca en la que las mujeres de su pa¨ªs no s¨®lo pod¨ªan estudiar en colegios y universidades, ejercer empleos y profesiones, sino incluso, si lo quer¨ªan, prescindir del velo y de la burka, seg¨²n una disposici¨®n dictada en 1959 por el entonces rey Asir Sha (exiliado luego en Italia). Este proceso de liberalizaci¨®n de las costumbres y de lenta emancipaci¨®n de la mujer afgana alcanz¨® un hito neur¨¢lgico en 1964, cuando una nueva Constituci¨®n reconoci¨® el voto para las mujeres. Si no moderna, en aquellos a?os, Afganist¨¢n era una sociedad en proceso de modernizaci¨®n. Probablemente nadie imaginaba que retroceder¨ªa a los extremos actuales de primitivismo teocr¨¢tico, luego de las guerras iniciadas con la intervenci¨®n sovi¨¦tica, la behetr¨ªa que sigui¨® a la ca¨ªda del r¨¦gimen fantoche instalado por la URSS y la violenta irrupci¨®n de los ej¨¦rcitos de estudiantes cor¨¢nicos, los talibanes, azuzada y teleguiada al principio por los militares de Pakist¨¢n.
Con mucha raz¨®n, aunque sin esperanzas de ser escuchada, Spojmai Zariab protesta contra la visi¨®n de un pa¨ªs anclado en el pasado, de barbudos anacr¨®nicos de miradas fijas y con fusiles en las manos, mujeres esclavizadas y camellos y asnos, que dan de su pa¨ªs los medios occidentales, sin que nadie recuerde que, hace apenas tres d¨¦cadas, aquella sociedad hab¨ªa dado pasos importantes tanto en el campo de los derechos humanos como del pluralismo, la coexistencia y la apertura al mundo. Esta memoria coincide con innumerables testimonios que recibi¨® uno de mis hijos, que durante cinco a?os trabaj¨®, a principios de los noventa, en tareas humanitarias, en Pakist¨¢n y Afganist¨¢n. Amigos y compa?eros de trabajo recordaban, con terrible nostalgia, aquellos a?os en que nadie se escandalizaba en Kabul de que las muchachas mostraran sus rostros y frecuentaran restaurantes y caf¨¦s, y recibieran por centenares t¨ªtulos universitarios. ?Qu¨¦ pudo ocurrir para esa violenta regresi¨®n de toda una sociedad hacia las tinieblas de la irracionalidad y la barbarie?
?sa es la historia que cont¨® Conrad en El coraz¨®n de las tinieblas, un relato inspirado en los seis meses que pas¨®, en 1890, en el Congo explotado y devastado por los manejos criminales de Leopoldo II, el rey de los belgas que muri¨® en 1909 y que fue uno de los peores genocidas que haya conocido la humanidad. Esa novela, como todas las obras maestras literarias, admite muchas e incluso contradictorias interpretaciones, y una de ellas, la m¨¢s obvia, es que se trata de una implacable requisitoria contra el colonialismo y el imperialismo europeos y las monstruosas injusticias que perpetraron en el ?frica. Pero es muchas otras cosas tambi¨¦n.
La historia de la humanidad puede resumirse en la eterna confrontaci¨®n entre dos fuerzas antag¨®nicas, una de progreso, hacia la racionalidad, la libertad y la coexistencia plural, y otra, retr¨®grada, hacia la preeminencia del instinto y la sinraz¨®n, del monolitismo religioso y la intolerancia fan¨¢tica, lo que Popper bautiz¨®, en La sociedad abierta y sus enemigos, de 'el llamado de la tribu'. Cada una de estas fuerzas tiene, seg¨²n las ¨¦pocas, las culturas y las geograf¨ªas, m¨¢scaras y disfraces diferentes. El coraz¨®n de las tinieblas trasciende la circunstancia hist¨®rica y social que la inspir¨® y, le¨ªda ahora, aparece como una inquietante exploraci¨®n de las ra¨ªces m¨¢s profundas de lo humano, de esas catacumbas del ser donde anida una vocaci¨®n de irracionalidad destructiva que la civilizaci¨®n s¨®lo consigue atenuar, pero nunca erradicar del todo.
Hoy ya nadie se atrever¨ªa a sostener lo que algunos ingenuos y prejuiciados lectores de la novela afirmaron cuando la historia de Conrad apareci¨®, a fines del siglo XIX: que en ella Europa representaba la civilizaci¨®n, y ?frica, la barbarie. Ahora nos resulta evidente que lo que transpira de la historia es una severa cr¨ªtica a la ineptitud de la civilizaci¨®n occidental para trascender la naturaleza humana, cruel e incivil, como ella se manifiesta en esos horribles europeos que la 'Compa?¨ªa' tiene instalados en el coraz¨®n del ?frica, para que exploten a los nativos y depreden sus bosques y su fauna, desapareciendo a los elefantes en busca del precioso marfil. Estos individuos encarnan una peor forma de barbarie (porque es consciente e interesada) que la de aquellos b¨¢rbaros, can¨ªbales e id¨®latras, que han hecho de Kurtz un peque?o dios.
Esos europeos no fueron siempre as¨ª: se convirtieron en 'salvajes' al apartarse de sus pa¨ªses, donde eran, seguramente, anodinos y pac¨ªficos ciudadanos respetuosos de las leyes y costumbres establecidas, y trasladarse a un territorio donde su fuerza militar y sus conocimientos modernos los convert¨ªan en seres 'superiores' a los ind¨ªgenas, y donde nadie hac¨ªa respetar las leyes de la 'civilizaci¨®n'. El caso m¨¢s impresionante, desde luego, es el de Kurtz. En alg¨²n momento de su pasado fue un hombre superior intelectual y moralmente a esa colecci¨®n de mediocridades ¨¢vidas que son sus colegas de la Compa?¨ªa. Porque era entonces un hombre de ideas, convencido de que, recogiendo el marfil para exportarlo a Europa, cumpl¨ªa una misi¨®n civilizadora, una especie de cruzada comercial y moral, de tanta significaci¨®n que justificaba incluso las peores violencias. Cuando, al final de la historia, aparece por fin el Kurtz de carne y hueso, es tan diferente del mito y la leyenda como el Kabul de los talibanes de aquella ciudad de los sesenta donde se pod¨ªa beber cerveza y ver chicas con minifalda en las calles. Sombra de s¨ª mismo, enloquecido y delirante, est¨¢ rodeado de picas con las cabezas clavadas de sus v¨ªctimas y es objeto de un culto irracional por parte de esos s¨²bditos sobre los que ejerce el dominio desp¨®tico y sanguinario de las satrap¨ªas m¨¢s primitivas.
Ninguna sociedad, por avanzada que parezca, ning¨²n individuo, por culto y civilizado que haya llegado a ser, est¨¢n a salvo de experimentar esa regresi¨®n atroz de la que es v¨ªctima el personaje de Conrad. Porque la barbarie la llevamos todos los seres humanos instalada en esas entra?as rec¨®nditas que los creyentes llaman el alma, esa oscura zona de apetitos y pulsiones incontrolados que la raz¨®n, la inteligencia y la cultura s¨®lo domestican en las sociedades civilizadas, laicas y democr¨¢ticas, que se han emancipado del oscurantismo religioso y adoptado sistemas de convivencia, pluralismo y legalidad. Pero ni siquiera ellas est¨¢n libres de la regresi¨®n hacia la pura barbarie, como le ocurri¨® a Alemania con Hitler, o como acaba de ocurrirle a la ex Yugoslavia de Milosevic. Desde luego, hablar de la 'superioridad' de una civilizaci¨®n que produjo el Holocausto jud¨ªo y los veinte millones de muertos en el gulag es de un optimismo fuera de toda raz¨®n.
Ahora bien, dicho esto, no hay duda de que, en un sentido al menos, el cristianismo es menos incompatible con la civilizaci¨®n que el islam: ¨¦l ha experimentado un proceso de secularizaci¨®n que, en la inmensa mayor¨ªa de las sociedades cristianas, lo frena y le impide ejercitar la intolerancia y la violencia impl¨ªcitas que conlleva toda religi¨®n, en tanto que la religi¨®n musulmana no ha tenido una evoluci¨®n equivalente y sigue aspirando a regular no s¨®lo la vida espiritual de los fieles, sino tambi¨¦n la vida pol¨ªtica y social, como el catolicismo en la Edad Media. Los barbudos del Ministerio de la Lucha contra el Vicio de Afganist¨¢n no son peores que los inquisidores que no hace muchos siglos quer¨ªan, en los pa¨ªses cat¨®licos, como aquellos comisarios religiosos, depurar la sociedad de toda impiedad y salvar las almas de los fieles arrancando confesiones con la tortura y llevando a la pira a los imp¨ªos.
La idea de civilizaci¨®n que comunica la novela de Conrad ha sido confirmada muchas veces por la historia reciente. Constituye un prodigioso avance sobre ese pasado en el que la prepotencia, la intolerancia y la fuerza regulaban las relaciones humanas. Pero es siempre, aun en sus m¨¢s avanzadas expresiones, una delgada pel¨ªcula que puede trizarse abriendo las puertas de la ciudad a esos at¨¢vicos demonios que han hecho de la historia humana un aquelarre de odio, sangre y locura.
Ojal¨¢ que de las bombas y balas que ahora caen sobre Afganist¨¢n, y que no distinguen, claro est¨¢, en su mort¨ªfera cosecha, entre inocentes y culpables, renazca aquella sociedad donde pas¨® su juventud Spojmai Zariab, que empezaba a dejar atr¨¢s esa barbarie a la que la han regresado las huestes del mul¨¢ Om¨¢n y los terroristas de Osama Ben Laden. Porque ese objetivo, la liquidaci¨®n del r¨¦gimen talib¨¢n y su reemplazo por un sistema abierto, donde est¨¦n representadas las diferentes etnias y tendencias afganas y al que los pa¨ªses occidentales ayuden a condici¨®n de que queden abolidas todas las leyes discriminatorias contra la mujer, es infinitamente m¨¢s importante que la mera liquidaci¨®n de una pandilla de terroristas, excrecencia que puede reproducirse sin t¨¦rmino, como los tumores cancerosos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.