'Si le matan, todos seremos Bin Laden'
Iraqu¨ªes, birmanos, chinos o paquistan¨ªes est¨¢n entre los presos talibanes capturados por la Alianza
En la prisi¨®n de adobe de Dow Aab, en el centro del valle del Panchir, se hacinan unos 300 presos, de los cuales 21 tienen pasaporte extranjero: tres iraqu¨ªes, tres birmanos, dos chinos de Xinjiam, un yemen¨ª y 12 paquistan¨ªes. Pertenecen a las brigadas internacionales de los talibanes. Las celdas son rectangulares y angostas, escasea la luz y huele a sudor y a cerrado. Una ventana diminuta con barrotes oxidados les une a un patio repleto de flores y plantas. Los prisioneros duermen sobre mantas dobladas a modo de colch¨®n. Sus pertenencias -bolsas de lona y pl¨¢stico, cajas de comida y ropa limpia- cuelgan de la techumbre. Se despiertan a las seis de la ma?ana, comen tres veces al d¨ªa un men¨² rico en arroz y se acuestan a las nueve. Algunos cortan le?a para matar el tiempo; otros, juegan al ajedrez, leen el Cor¨¢n o cuentan las musara?as.
Salawadin Kalad ha cumplido los 27 a?os. Lleva barba negra y gafas de estudioso. Se declara un islamista radical. Naci¨® en la regi¨®n de Balauchist¨¢n, una de las m¨¢s depauperadas de Pakist¨¢n. Fue capturado por la Alianza del Norte en Jabalossaraj, el 12 de octubre de 1996. 'Mi familia me env¨ªa cartas d¨¢ndome ¨¢nimos; en ellas me dicen que aunque me cueste 20 a?os de c¨¢rcel mi lucha es la correcta'. Salawadin Kalad pertenec¨ªa en Lahore, donde estudi¨® teolog¨ªa isl¨¢mica en una de las muchas madrasa, a una organizaci¨®n deoband¨ª radical, los Muyahidines de Arakat. En 1993 estuvo en el sur de Afganist¨¢n, donde recibi¨® un cursillo de entrenamiento militar: c¨®mo disparar un Kal¨¢shnikov, una pieza de artiller¨ªa... Y otro m¨¢s espec¨ªfico sobre secuestro. Aquel a?o conoci¨® a Osama Bin Laden, del que habla con veneraci¨®n religiosa. 'Aunque le maten, nada cambiar¨¢; cada fundamentalista se convertir¨¢ en un nuevo Bin Laden', asegura.
A su lado, acuclillado sobre una esterilla, se encuentra Al¨ª Akbar, otro paquistan¨ª de 27 a?os. Es del Punjab. Fue capturado por la Alianza hace dos a?os, durante la fracasada ofensiva talib¨¢n sobre Charikar. Escucha con la barbilla apoyada en la mano y la vista perdida en el suelo. 'No s¨¦ qui¨¦n hizo lo de Nueva York, pero si fuera alg¨²n grupo palestino o islamista, aprobar¨ªa ese atentado', asegura Kalad sin alterarse. 'Am¨¦rica odia a los ¨¢rabes; trata de combatir el islam en todo el mundo y tenemos la obligaci¨®n de defendernos', apunta Akbar. Este segundo paquistan¨ª, enjuto, el pelo al cero y la barba rizada, no se inmuta ante el recordatorio de los miles de muertos en las Torres Gemelas. 'En estos a?os, EE UU ha matado a muchas personas; ese atentado fue una acci¨®n militar en el que el objetivo no era acabar con los civiles sino golpear al centro del poder'.
Preguntados sobre si el islam permite el suicidio, Kalad interviene. 'No; es un pecado muy grave, pero cuando uno se encuentra en guerra santa, y no existe otro medio, est¨¢ permitido'. Kiam, mi traductor, se revuelve y me susurra al o¨ªdo un nombre: Ahmed Masud, el l¨ªder carism¨¢tico de la Alianza asesinado el 9 de septiembre por dos falsos periodistas que perdieron la vida en ese atentado.
Los dos presos hablan con calma sobre el islam, defienden la detenci¨®n de los miembros de una ONG cristiana en Kabul. 'Cada pa¨ªs tiene unas reglas. Los talibanes no proh¨ªben que un cristiano viva en Afganist¨¢n; lo que la ley castiga es el proselitismo', dice Al¨ª Akbar, que a?ade que el segundo enemigo es Arabia Saud¨ª.
El movimiento paquistan¨ª Arakat, dirigido por Fazal Rahman Khalil, tiene relaciones con la organizaci¨®n Al Qeda (La Base), un grupo que nace en 1988, al final de la guerra contra la URSS. Se trata de una base de datos en un ordenador que incluye los nombres de los miles de voluntarios que lucharon en aquella yihad contra el Ej¨¦rcito Rojo; hoy, esa lista se ha convertido en una vasta red de c¨¦lulas terroristas al servicio de Bin Laden y de su guerra global.
'No acepto el t¨¦rmino terrorista', dice Kalad. 'El principal terrorista es Bush y su pol¨ªtica. Tambi¨¦n Israel. Nosotros nos defendemos con los medios a nuestro alcance. Am¨¦rica quiere acabar con nuestra religi¨®n'. Akbar no cree que los atentados, y sus opiniones, ayuden a crear una corriente en EE UU y Europa contraria a los musulmanes. 'Lo que provoca esa antipat¨ªa son las manipulaciones de los americanos'. Kalad cree que Bush jam¨¢s podr¨¢ ganar. 'Ahora bombardea Afganist¨¢n, tal vez mate a Bin Laden, pero nunca podr¨¢ acabar con el sentimiento de millones de musulmanes que ven en Am¨¦rica al gran enemigo'.
Akbar tampoco se inmuta cuando le recuerdo que esa potencia que ahora demoniza les ayud¨® para derrotar al Ej¨¦rcito Rojo en los ochenta. 'Nos ayudaron; es cierto, pero en esta nueva lucha nos van a apoyar otros muchos pa¨ªses que est¨¢n contra EE UU'.
En el patio de la prisi¨®n hay movimiento. Unos presos se mueven cargados con unos platos de lat¨®n llenos de arroz. Es el rancho del mediod¨ªa. En el tejadillo, un hombre armado observa. Al fondo, en una de las esquinas se yergue una caseta de adobe donde hay otro. Es toda la guardia para un grupo de m¨¢s de 300 presos. 'No necesitamos mucho m¨¢s', dice el director de Dow Aab, Abdul Quama, 'todo este valle del Panchir es para ellos una gran prisi¨®n. La gente les reconocer¨ªa de inmediato'. En cinco a?os s¨®lo ha tenido una fuga y ¨¦sta acab¨® en captura en pocos d¨ªas. A las puertas de ese presidio, situado en una isleta del r¨ªo Panchir, y a la que se accede por un puente, s¨®lo se divisa un paisaje de monta?as gigantescas, rocosas y ¨¢ridas. Otro mundo en el que se purgan las culpas de ¨¦ste.
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