?Est¨¢s ah¨ª?
La otra tarde me qued¨¦ enganchado de un documental de la BBC dedicado a los l¨ªmites del universo (ya saben, los sat¨¦lites, los astros, las galaxias, los agujeros negros) que acab¨® consiguiendo que me sintiera un microbio estupendo en mitad del infinito o el ¨ªnfimo producto de una casualidad interestelar tras millones de a?os de imposibilidad biol¨®gica. Cuando uno se entera de lo que somos de verdad en medio de esa mec¨¢nica de gravedades, de meteoritos que impactan a la velocidad de la luz contra la soledad de los planetas, no saben cu¨¢nto me gustar¨ªa asomarme al espacio, quedarme unos minutos solo en la flotante placidez del cosmos, a oscuras incluso, para poder gritar con la fuerza huracanada de mis dos pulmones la terrible pregunta de mi vida: ?Dios! ?Est¨¢s ah¨ª?; o algo parecido. Si la respuesta es afirmativa, aunque suene en sistema Dolby digital u otros efectos virtuales, me dar¨¦ por satisfecho y pensar¨¦ que en el mundo en el que vivo la lucha entre Oriente y Occidente est¨¢ justificada, y que s¨®lo se debe a matices de interpretaci¨®n de una verdad suprema que acabar¨¢ imponiendo su consenso y su punto de conciliaci¨®n. Pero si no contesta nadie, si resulta que no hay creador de nada ni absoluto, si regreso a la tierra convencido de que la guerra entre culturas, las Cruzadas e invasiones, los eternos conflictos entre el Este y el Oeste se deben a un invento de mis ancestrales camaradas de la Tierra, me acostar¨¦ pensando m¨¢s que nunca en la gran gilipollez del fundamentalismo religioso, en la empresa ficticia y demag¨®gica del cristianismo y en las v¨ªctimas inocentes ca¨ªdas bajo la advocaci¨®n de Al¨¢ y otros dioses de semejante factura. Me duele decirlo, pero tenemos lo que nos merecemos: un planeta bipartido bajo el nombre de Dios con rehenes en ambos lados. Occidente, como bien se?ala Umberto Eco, no puede prescindir de los bienes del enemigo: el petroleo y sus derivados (prosperidad, autom¨®vil, Coca-cola y Big Mac). Oriente se abastece de la tecnolog¨ªa occidental y paga sus tributos. En consecuencia, el ¨²nico dios que ha dado pruebas de su existencia es la Globalizaci¨®n, y en su nombre una guerra santa o tecnol¨®gica es tan absurda como escupir hacia arriba o mordernos el rabo (con perd¨®n).
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