Resentimiento y terror
Mes y medio despu¨¦s de los ataques a la Torres Gemelas, tanto las ¨¦lites acad¨¦micas y period¨ªsticas como la opini¨®n p¨²blica espa?ola y europeas aparecen divididas, de una forma un tanto asim¨¦trica, sobre la interpretaci¨®n que cabe dar a los hechos del 11 de septiembre. Por una parte, est¨¢n aquellos que, bajo el pretexto de que razonar sobre el conflicto equivale a condonar a los que perpetraron el ataque, prefieren abstenerse de toda opini¨®n y de mantener una posici¨®n, por as¨ª decirlo, 'muda' ante una posible exploraci¨®n de sus causas. Por otra parte se sit¨²an aquellos que, tras lanzarse a dirimir responsabilidades, han pr¨¢cticamente convertido a Washington en co-part¨ªcipe de los atentados. A tenor de estos ¨²ltimos, los Estados Unidos han creado, al propiciar un proceso de globalizaci¨®n econ¨®mica implacable y al sostener una pol¨ªtica exterior ego¨ªsta y sorda a las necesidades del mundo subdesarrollado, las condiciones que, a su vez, han conducido a los atentados de Nueva York y Washington. Los miles de muertes de hace varias semanas no son m¨¢s que el punto final del trayecto de un boomerang que lanz¨®, en un primer momento, el propio Gobierno estadounidense.
Las causas puramente econ¨®micas, a las que usualmente recurre una franja de la academia norteamericana y una cierta izquierda europea para explicar la violencia del Tercer Mundo, son poco convincentes. En primer lugar, es dif¨ªcil atribuir a los Estados Unidos un papel primordial e intencionado en un proceso de globalizaci¨®n que se retrotrae al siglo XIX y obedece a sucesivas oleadas de cambio tecnol¨®gico (desde la m¨¢quina de vapor hasta la invenci¨®n del e-mail). En segundo lugar, es dudoso que la globalizaci¨®n haya generado m¨¢s pobreza. Basta se?alar tres hechos. En las ¨²ltimas cuatro d¨¦cadas la renta per c¨¢pita de las zonas m¨¢s integradas en el comercio mundial, como el este de Asia, ha pasado a multiplicarse por ocho con respecto a los pa¨ªses menos abiertos, como India y el ?frica subsahariana. Desde 1960, la proporci¨®n de la poblaci¨®n mundial que vive por debajo de un nivel de subsistencia ha bajado de m¨¢s de un tercio a menos de una sexta parte. Finalmente, en los ¨²ltimos a?os han sido los pa¨ªses del Tercer Mundo los que, frente a una coalici¨®n de agricultores europeos, sindicatos de pa¨ªses industriales y ONG, han apostado por la liberalizaci¨®n del comercio internacional.
No hay duda de que la falta de informaci¨®n (o una excesiva informaci¨®n sesgada) sobre las consecuencias de la globalizaci¨®n econ¨®mica ha sido una variable importante en las protestas m¨¢s recientes de Seattle y G¨¦nova. No obstante, las razones que movilizaron a los terroristas de septiembre poco tienen que ver con el discurso que emplean los antiglobalizadores del Primer Mundo. Fij¨¦monos por un momento en el hecho de que los terroristas hayan convertido a los Estados Unidos en el objetivo casi exclusivo de su punto de mira. Si la causa del terror fuera puramente econ¨®mica, el olvido expl¨ªcito del resto del Primer Mundo constituir¨ªa una paradoja de dif¨ªcil soluci¨®n. Al fin y al cabo, ha sido Europa, y no los Estados Unidos, la principal globalizadora de la Tierra. En 1913, el territorio conjunto de las colonias brit¨¢nicas y francesas era unas cincuenta veces mayor que la suma de las dos metr¨®polis. Aron pudo acu?ar el t¨¦rmino de rep¨²blica imperial para referirse a los Estados Unidos, pero sus colonias siempre fueron irrisorias en comparaci¨®n con las europeas.
La ra¨ªz de los atentados se halla en la interacci¨®n de dos factores de orden pol¨ªtico: la hegemon¨ªa de los Estados Unidos en el orden internacional y el estancamiento del mundo isl¨¢mico en los ¨²ltimos siglos. Tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn ninguna naci¨®n combina los dos factores que convierten a los Estados Unidos en lo que los franceses han convenido en denominar una 'hiperpotencia': recursos econ¨®micos y militares formidables y una acci¨®n pol¨ªtica unificada. Europa abunda en lo primero, pero no ha logrado lo segundo. Rusia y China tienen lo ¨²ltimo, pero adolecen de lo primero. No obstante, y a diferencia de potencias e imperios del pasado, la hegemon¨ªa de EE UU tiene dos rasgos centrales que son claves para comprender los atentados de septiembre. En primer lugar, el predominio estadounidense no es el resultado de una estrategia pol¨ªtica deliberada. En palabras del actual ministro de Asuntos Exteriores franc¨¦s, Hubert V¨¦drine, 'quiz¨¢ sea el resultado de un proyecto -evidente cuando los Estados Unidos cuestionaron los imperios coloniales de sus aliados europeos-, pero ciertamente no es el resultado de una conspiraci¨®n'. En caso contrario, es decir, si los Estados Unidos se hubieran dedicado, a la manera de los imperios tradicionales, a conquistar continentes y a subyugar sus poblaciones, entender las causas del terror de septiembre ser¨ªa un problema sencillo: simplemente, la respuesta armada de una minor¨ªa en el limes del territorio estadounidense. Pero lo cierto es que los Estados Unidos no son el imperio romano del siglo XXI: su sistema constitucional y su car¨¢cter comercial imponen demasiadas restricciones sobre Washington como para que su ¨¦lite pueda seguir una pol¨ªtica imperial de expansi¨®n territorial de gran calibre. En segundo lugar, la hegemon¨ªa estadounidense, aunque en parte sostenida por una ecuaci¨®n militar, es el fruto de una sociedad din¨¢mica, capaz de generar nuevas tecnolog¨ªas y al mismo tiempo de ofrecer un sistema de vida espiritualmente distinto al de sociedades tradicionales. En este sentido, los Estados Unidos son los depositarios, tras la crisis de Europa a mediados del siglo XX, del proyecto que naci¨®, a caballo entre el Renacimiento y la Ilustraci¨®n, en el Viejo Continente.
El dinamismo de EE UU lo convierte en el espejo en el que se miran las dem¨¢s naciones. Un espejo de todo aquello que podr¨ªan ser y todav¨ªa no son. La revoluci¨®n industrial del siglo XIX y las aventuras coloniales de Europa actuaron como un revulsivo y forzaron a civilizaciones enteras a comprender a principios del siglo XX que hab¨ªan perdido el tren de la Historia. En realidad, fueron aquellas civilizaciones m¨¢s pre?adas de valores propios, con ra¨ªces culturales m¨¢s profundas y estructuras pol¨ªticas m¨¢s sofisticadas, las que sufrieron el golpe m¨¢s rotundamente. Precisamente por contar con una de las mayores tradiciones intelectuales premodernas, el mundo musulm¨¢n experiment¨® y contin¨²a experimentando la emergencia de Europa y la actual hegemon¨ªa militar y cultural norteamericana como un evento especialmente tr¨¢gico.
El proceso de descolonizaci¨®n de la posguerra abri¨® las puertas a la posibilidad de un renacimiento econ¨®mico y pol¨ªtico. La evacuaci¨®n de Suez, un hito especialmente relevante para el mundo ¨¢rabe, equivali¨® a recuperar la soberan¨ªa pol¨ªtica que intelectuales y pol¨ªticos ¨¢rabes reclamaban como necesaria para modernizarse y asegurarse un puesto relevante en un mundo globalizado. Pero las esperanzas de los primeros a?os de la posguerra se desvanecieron en poco tiempo. En el ¨²ltimo medio siglo, el mundo isl¨¢mico ha continuado estancado. No es de extra?ar que para las generaciones nacidas tras el proceso de descolonizaci¨®n las propuestas modernistas y estatistas de los fundadores de los Estados independientes de la posguerra hayan perdido todo aliciente.
Desaparecidas las ilusiones de mediados del siglo XX, solamente ha quedado un sentimiento radical de ira contra el Norte. Como ocurre habitualmente cuando el vecino amasa una fortuna desmedida, la riqueza del otro, aunque haya sido obtenida por medios leg¨ªtimos, genera resentimiento. No hay duda que las sucesivas intervenciones de los Estados Unidos en la ¨²ltima d¨¦cada han recrudecido ese sentimiento, cainita, de impotencia. Aunque terriblemente humana, la reacci¨®n no deja de ser parad¨®jica: la intervenci¨®n en Kuwait se hizo a petici¨®n de la propia Arabia Saud¨ª y con el apoyo de m¨²ltiples naciones preocupadas por la puesta en cuesti¨®n del principio de soberan¨ªa territorial por parte de Irak tras el derrumbe de la Uni¨®n Sovi¨¦tica; las accciones en Somalia, Bosnia y Kosovo tuvieron por objeto defender minor¨ªas musulmanas.
Este resentimiento creciente, hu¨¦rfano de un discurso anticolonialista secular ahora en bancarrota, ha cristalizado gradualmente en nueva y peculiar propuesta para la regeneraci¨®n del mundo musulm¨¢n: la vuelta a los or¨ªgenes isl¨¢micos y a una interpretaci¨®n oscurantista de la religi¨®n, esto es, de la religi¨®n como una emoci¨®n sobre todo ¨¦tnica. Esta reacci¨®n antimoderna no hace m¨¢s que perpetuar el error que cometieron las generaciones de la independencia al atribuir sus fracasos a un agente exterior. Aunque sin hacer una apolog¨ªa del terror, los pol¨ªticos panarabistas de los cincuenta y sesenta emplearon la misma ret¨®rica antiimperialista de Al-Qaeda. Sus resultados saltan a la vista. Oriente Medio necesita reconocer que las ra¨ªces del fracaso se hallan en el frente dom¨¦stico: el mantenimiento de reg¨ªmenes represivos, tanto de derechas como de izquierdas, incapaces de generar desarrollo, a pesar de los recursos naturales de la regi¨®n; una explosi¨®n demogr¨¢fica imparable; la losa de una poblaci¨®n gravemente analfabeta. De hecho, aquellos que insisten en que los Estados Unidos persiguen una estrategia imperialista que ahoga a Oriente Medio caen en la misma trampa intelectual y, al hacerlo, no hacen m¨¢s que coadyuvar al sostenimiento de una situaci¨®n de declive y corrupci¨®n persistentes. Por el contrario, el mundo ¨¢rabe debe empezar por rechazar la ansiedad del victimismo que lo tiene ligado al pasado. Y debe abrazar el mundo moderno, abandonando unas instituciones pol¨ªticas autoritarias, reformando un sistema econ¨®mico pr¨¢cticamente estatalizado y raqu¨ªtico, y estableciendo un estado de derecho.
(Apostilla. Desafortunadamente, el resentimiento de estos ¨²ltimos a?os no est¨¢ circunscrito a los pa¨ªses ¨¢rabes. Le¨ªa hace poco en alg¨²n diario que todo gran evento act¨²a como una especie de 'prisma moral', condensando, dando forma a las emociones de todos los que asisten a ese hecho. La respuesta entre ciertos sectores de Europa, y especialmente del sur de Europa, no est¨¢ tan lejos de la reacci¨®n en Oriente Medio. Una vez reprobada la matanza de inocentes de los atentados, no pocos a?ad¨ªan, en las conversaciones que he mantenido, que algo deber¨ªan haber hecho los norteamericanos para haber sido objeto de un atentado tan cruento. Que unos terroristas inviertan tanto tiempo (y sus propias vidas) en unos atentados tan sangrientos sirve a algunos como prueba objetiva de los pecados de EE UU, cualesquiera que sean ¨¦stos. Imagino que las ra¨ªces de esta reacci¨®n, a medio camino entre la p¨¦rdida de Cuba y Filipinas en el 98 y la visita de Eisenhower en el 53, son demasiado profundas como para que, sin realizar un esfuerzo consciente, puedan ser dominadas. El resultado m¨¢s extraordinario de estas actitudes es el doble criterio moral con el que muchos europeos miden lo que ellos mismos esperan de Estados Unidos. Por una parte, reclaman que desaparezca de sus vidas. Por otra parte, exigen que EE UU, por raz¨®n de su poder militar y econ¨®mico, asuma la carga de solventar todos los conflictos en curso en el globo. Me parece ilusorio querer, a la vez, consumir Woody Allen y prescindir del contexto que le sirve de base a sus pel¨ªculas.)
Carles Boix es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad de Chicago y miembro asociado al Instituto March en Madrid.
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