Un joven camina en el crep¨²sculo
Este maravilloso viaje comenz¨® en 1933 y a¨²n no ha acabado. Quien quiera que se sume a ¨¦l continuar¨¢ viajando y desear¨¢ que el trayecto no concluya nunca, como, seguramente, as¨ª suceder¨¢. Es un viaje en el espacio y en el tiempo. Desde Londres hasta Estambul, caminando a trav¨¦s del continente europeo, la vieja Europa a punto de desaparecer en el infierno de la II Guerra Mundial. Es asimismo un periplo inici¨¢tico desde la adolescencia, libre, alegre y atrevida, hacia la vida adulta y sus conquistas, pero tambi¨¦n sus barreras, dolores y nostalgias. Obra de una hermosura desbordante, barroco banquete de palabras e im¨¢genes, fest¨ªn de historias, rostros y sue?os, El tiempo de los regalos es nada menos que uno de los mejores libros de viajes que se ha escrito nunca. La visi¨®n llena de color y emoci¨®n de un grupo de gitanos h¨²ngaros en Nagy-Magyar, mientras el sol se pone en un cielo rosa con algunos filamentos de nubes iluminadas. Una conversaci¨®n sobre Proust con el bar¨®n Pips Schey von Koromla en su castillo eslovaco de K?vecsepusza, al abrigo de su c¨¢lida biblioteca. El vuelo de una bandada de cig¨¹e?as contemplado junto a un viejo pastor en un puente sobre el Danubio. Un retablo de Gr¨¹newald en Ratisbona. La memoria de los spah¨ªs y jen¨ªzaros turcos a las puertas de Viena. El himbeergeist, licor de frambuesa, en un hostal cerca de Linz. La catedral de Esztergom iluminada por arist¨®cratas con aire de pr¨ªncipes de leyenda, con sus dolmanes de piel al hombro, sus gorros coronados por plumas de garza y sus cimitarras enfundadas en vainas de color ciruela. Praga bajo la nieve... De este calibre son los regalos que recibi¨® Patrick Leigh Fermor en su viaje, y que no ha olvidado jam¨¢s, como jam¨¢s los olvidar¨¢ el lector.
EL TIEMPO DE LOS REGALOS
Patrick Leigh Fermor Traducci¨®n de Jordi Fibla Pen¨ªnsula. Barcelona, 2001 336 p¨¢ginas. 2.400 pesetas
Joven inquieto, inconformis-
ta, so?ador y de refinada educaci¨®n, Leigh Fermor se lanz¨® en invierno de 1933 a la alocada aventura de atravesar Europa caminando y con la mochila a la espalda: no una mochila cualquiera, sino -evidente predestinaci¨®n- una que hab¨ªa acompa?ado al gran escritor viajero Robert Byron (y dentro, un volumen de las Odas de Horacio). El destino del adolescente brit¨¢nico de 18 a?os, mezcla de routard avant la lettre, vagabundo, peregrino, estudiante medieval, p¨ªcaro y jovencito con posibles lanzado al Grand Tour, era 'Constantinopla'. No regres¨® a casa hasta 1937 y lo hizo con el bagaje de la postrer mirada sobre una civilizaci¨®n condenada. Una mirada que abarca toda la escala social, pues en su wanderjahr, su errar europeo, Leigh Fermor durmi¨® en establos y palacios, en pensiones de mala muerte y castillos, en refugios de mendigos y hogares burgueses. Conoci¨® a condes y estibadores, princesas y meretrices, soldados y monjes, nazis y socialistas. Vio flamear las esv¨¢sticas, desfilar a Dollfuss, cabalgar h¨²sares y ulanos y bailar un oso. En su relato, el paisaje posee la fuerza de las mejores pinturas de Cranach o Holbein, la arquitectura se adorna con una fascinaci¨®n rom¨¢ntica, la historia rezuma sin cesar como una bebida embriagante y la gente..., la gente es lo mejor: se abre al joven viajero, mostr¨¢ndole lo m¨¢s rec¨®ndito de su alma, entregada, frente al inofensivo y joven testigo, a un mon¨®logo en el que laten, pr¨ªstinas, directas, las vidas, las esperanzas y los sue?os de un tiempo perdido. No es extra?o que Bruce Chatwin reconociese a Leigh Fermor como maestro (y tambi¨¦n amigo) o que Colin Thubron, el autor de En Siberia, le considere el m¨¢s grande escritor viajero vivo.
No fue sino en 1977 que el que fuera aquel muchacho trotamundos se decidi¨® a poner por escrito el excepcional viaje. As¨ª, la narraci¨®n, sin perder la mirada inocente, primeriza, se enriquece con la perspectiva del adulto y se ti?e de una imprecisa, profunda melancol¨ªa. El viaje, entonces, deviene el ¨²ltimo recorrido por una Europa al borde del abismo a cargo de un hombre que gu¨ªa de la mano al feliz fantasma de su juventud. El imprudente muchacho se sienta codo con codo con los camisas pardas de las SA en la barra de las cervecer¨ªas de M¨²nich, pero el que recuerda, el que escribe, es un h¨¦roe de guerra, un soldado que luch¨® contra los alemanes en Creta y, al frente de un grupo de la resistencia, secuestr¨® al comandante en jefe de la isla ocupada, el general Kreipe (con hermosa an¨¦cdota de las odas de Horacio por medio). El chico que sue?a con ver alg¨²n d¨ªa Grecia se disolver¨¢ en el adulto que instala su hogar en el sur del Peloponeso y dedica al mundo hel¨¦nico algunos de sus m¨¢s bellos libros. Parte del secreto de ese tapiz luminoso que es El tiempo de los regalos est¨¢ en la coexistencia de las dos personas, en la profundidad y perspectiva que le otorga a la urdimbre el continuo di¨¢logo de ambas.
En su viaje, Leigh Fermor se
mueve despacio, abandona aqu¨ª y all¨¢ el trayecto planeado, serpentea en los caminos como en las historias. Retrocede al pasado para hablar de los marcomanos o de Ricardo Coraz¨®n de Le¨®n, y se proyecta al futuro para se?alar c¨®mo aquel joven austriaco con el que trab¨® amistad en Viena se convirti¨® en el arrojado oficial de paracaidistas enemigo al que el destino situ¨® en el mismo campo de batalla que al autor...
Para Leigh Fermor, llegar no es importante. De hecho, El tiempo de los regalos contiene s¨®lo una parte del viaje, viaje que tampoco concluye en la continuaci¨®n (Between the woods and the water, un libro no menos maravilloso que el escritor public¨® en 1986 -y que es de esperar Pen¨ªnsula edite pr¨®ximamente en Espa?a-).
Patrick Leigh Fermor cuenta en la actualidad con 86 a?os y a¨²n no se ha decidido a regalarnos la tercera y ¨²ltima parte del trayecto. Quiz¨¢ no lo haga ya nunca, y permanezcamos con ¨¦l para siempre en el camino, andando y conversando en un largo, hermoso, inacabable crep¨²sculo.
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