Dudar de uno mismo
Tengo un amigo clept¨®mano que cuando cena en casa me roba algo. No me importa. Lo controlo durante toda la noche y anoto lo que coge, que siempre son libros o peque?os objetos. Una vez se llev¨® un pez de colores vivo, que guard¨® con sorprendente naturalidad en el bolsillo, pero no le dije nada porque yo odiaba a ese pez y sent¨ª que me hac¨ªa un favor. Por lo general, seg¨²n tengo entendido, los clept¨®manos no roban animales dom¨¦sticos a menos que est¨¦n muy desesperados. El clept¨®mano tiende hacia lo inerte debido a una especie de tropismo misterioso. Por eso se relaciona mal con su familia, porque su familia se mueve. Tampoco les gustan las plantas. En cambio, pueden llevarse las piedras del jard¨ªn una a una. La piedra es el ejemplo viviente, valga la contradicci¨®n, de lo inerte. Se queda donde la pones y no cambia de expresi¨®n durante siglos.
S¨¦ todo esto sobre la cleptoman¨ªa porque tuve una t¨ªa que padec¨ªa este mal. Robaba en Galer¨ªas Preciados, aunque no tuvo nada que ver con su quiebra. De hecho, la conoc¨ªan y la dejaban robar en una zona acotada. Luego le pasaban la factura a su padre, que llevaba con gran verg¨¹enza la desviaci¨®n de su hija. Eso era en los tiempos en los que ser clept¨®mano resultaba interesante. Se escrib¨ªan novelas de clept¨®manos (recuerdo la excelente Los objetos me llaman, de Pierre Clausaut) y hasta Hitchcock hizo una pel¨ªcula cuya protagonista ten¨ªa este problema. En las reuniones familiares, cuando surg¨ªa el tema de la cleptoman¨ªa, se produc¨ªa una atm¨®sfera especial. Resultaba una rareza misteriosa, como el sonambulismo, pero sobre todo ten¨ªa un nombre embriagador: cleptoman¨ªa, clept¨®mano, clept¨®mana... No se cansaba uno de repetir todas sus variantes.
Ahora la cleptoman¨ªa tiene que competir con la drogadicci¨®n y con el afecto incontrolable a las m¨¢quinas tragaperras, y con las psicopat¨ªas en general, como los libros tienen que competir con la tele y con las discotecas. Por eso se lee poco y no se habla casi de clept¨®manos. Pero se trata de una patolog¨ªa bien curiosa que todos padecemos en alg¨²n grado. Hay quien te pide el mechero o un bol¨ªgrafo y se lo guarda en su bolsillo. Luego dice que lo ha hecho sin darse cuenta, y es verdad, pero en ese no darse cuenta anida un peque?o instinto de ladr¨®n, aunque el clept¨®mano no es un ladr¨®n exactamente, pues no roba para ser m¨¢s rico ni para tener m¨¢s cosas: roba para robar. El robo es un fin en s¨ª mismo, lo que resulta bien raro en un mundo en el que todo lo hacemos para hacer otra cosa. Nos levantamos para desayunar y desayunamos para trabajar y trabajamos para comer. Una cosa conduce a la otra. No hay ninguna que conduzca a ella misma excepto la cleptoman¨ªa. Por eso el clept¨®mano tiende tambi¨¦n al ensimismamiento. Todo lo que no sea robar cosas ¨²tiles o in¨²tiles, indistintamente, le trae sin cuidado.
Me gusta, pues, tener un amigo clept¨®mano. ?l no sabe que yo lo s¨¦, lo que me permite observarle sin tensiones. No tengo objetos valiosos, pero hace poco me rob¨® una pluma de oro a la que profeso (qu¨¦ verbo ¨¦ste, profesar) un cari?o especial y me preocup¨® que se extraviara, de modo que hice que me invitara a cenar en su casa y en un momento dado, con la excusa de ir al ba?o, me dirig¨ª a su cuarto, abr¨ª el armario y la recuper¨¦. Pero cuando regresaba al sal¨®n me pareci¨® que el resto de los invitados hablaba con cierto sigilo. Me qued¨¦ quieto en el pasillo y o¨ª mi nombre. Luego me acerqu¨¦ con cuidado y escuch¨¦ detr¨¢s de la puerta. En efecto, hablaban de m¨ª. Mi amigo estaba diciendo a la gente sentada a la mesa que yo era clept¨®mano y que siempre que iba a su casa le robaba algo.
-Ha dicho que va al cuarto de ba?o, pero seguro que est¨¢ en mi dormitorio buscando cualquier cosa que llevarse al bolsillo. No me importa porque cuando ceno en su casa lo recupero- explic¨® al auditorio.
Incongruentemente, di marcha atr¨¢s, dej¨¦ la pluma de oro donde estaba y regres¨¦ al sal¨®n tras hacer ruido en el cuarto de ba?o. La conversaci¨®n ces¨® cuando me vieron entrar y me sent¨ª observado como yo observaba a mi t¨ªa clept¨®mana de peque?o. Tras la cena, alguien me pidi¨® fuego y saqu¨¦ mi mechero, porque estoy seguro de que era mi mechero, aunque mi amigo aprovech¨® para decir:
-Me estaba volviendo loco buscando mi mechero. Te lo debes de haber metido en el bolsillo sin darte cuenta.
Me puse rojo de verg¨¹enza y le di el mechero balbuceando una excusa. Ahora, cuando voy a casa de un amigo, no me pierden de vista un momento, por miedo a que les quite algo. El problema es que he empezado a dudar de m¨ª mismo.
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