Clamoroso ¨¦xito del Orfe¨®n Donostiarra en Berl¨ªn
Durante los ¨²ltimos cuatro a?os, el Orfe¨®n Donostiarra ha actuado tres veces con la Filarm¨®nica de Berl¨ªn dentro de sus temporadas de conciertos en la Philharmonie. Las dos primeras estuvo dirigido por Claudio Abbado, un director muy identificado con el coro vasco, una de ellas con motivo del Concierto de Fin de A?o de 1997, compartiendo cartel con Terfel, Von Otter o Alagna, y otra, en enero de este mismo a?o, sirviendo de excusa a la conmemoraci¨®n del centenario de la muerte de Verdi con un galvanizante R¨¦quiem. En esa ocasi¨®n, el Orfe¨®n uni¨® sus voces a las del Coro de la Radio de Suecia con resultados tan excelentes que la propia Orquesta Filarm¨®nica de Berl¨ªn solicit¨® una r¨¢pida nueva comparecencia del coro vasco en Berl¨ªn, esta vez en solitario, para la complicada Misa en Fa menor, de Bruckner, y con el especialista bruckneriano por excelencia, Daniel Barenboim, que no dirig¨ªa el coro desde hac¨ªa alrededor de 20 a?os.
Se impone la noticia objetiva. 31 de octubre, 2001, Philharmonie, una vez finalizado el concierto. El p¨²blico dicta su veredicto. Aplausos cerrados para la Filarm¨®nica de Berl¨ªn, para el cuarteto solista (R?schmann, Lang, Pr¨¦gardien, Holl), para Daniel Barenboim. El director musical llama a Jos¨¦ Antonio Sainz Alfaro, director del Orfe¨®n, sentado en el patio de butacas, y le invita a subir al escenario. Levanta al coro. El clamor del p¨²blico impresiona. Contin¨²a el turno de saludos en la misma t¨®nica. Barenboim vuelve a levantar al coro. Se intensifican el griter¨ªo y las aclamaciones. Despu¨¦s del ritual de entradas y salidas, la orquesta y los solistas empiezan a desfilar hacia los camerinos. Queda ¨²nicamente el coro en escena, y es entonces cuando se produce uno de esos momentos absolutamente inolvidables. El p¨²blico empieza a aplaudir cada vez con m¨¢s fuerza a los orfeonistas, los ¨²ltimos m¨²sicos se unen a las ovaciones, la sala se pone en pie, ya se han retirado las chicas, el p¨²blico sigue aplaudiendo dej¨¢ndose las manos, quedan ya una docena de cantores, aparece Barenboim pensando que una ovaci¨®n tan prolongada e inusual est¨¢ dedicada a ¨¦l, comprende al instante que no y vuelve sus aplausos a los orfeonistas que a¨²n est¨¢n all¨ª, los cantores se los devuelven a ¨¦l, hay un momento de desconcierto, Barenboim llama a los solistas vocales y ¨¦stos vuelven a escena. Todo termina en clima de ¨¦xito, pero queda claro que los h¨¦roes de la noche son los orfeonistas.
De t¨² a t¨²
El Orfe¨®n cant¨® con una serenidad portentosa, una din¨¢mica colosal, un matizado sentido del equilibrio entre las cuerdas, una t¨ªmbrica c¨¢lida y una afinaci¨®n excepcional. Trat¨® de t¨² a t¨² a la mism¨ªsima Filarm¨®nica de Berl¨ªn, qu¨¦ osad¨ªa. Fue un concierto muy serio. Barenboim dirigi¨® con precisi¨®n las cinco piezas para orquesta opus 16, de Sch?nberg, e infundi¨® una atm¨®sfera pante¨ªsta a Bruckner.
El Orfe¨®n desempolv¨® para la ocasi¨®n su valor m¨¢s esencial: la memoria hist¨®rica, que dir¨ªa Emilio Lled¨®. Fue emocionante, muy emocionante. Un d¨ªa hist¨®rico para el Orfe¨®n.
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