La muerte como pretexto
La muerte de un ser cercano suele tener efecto sobre la vida propia en forma de dolor, ciertamente, pero tambi¨¦n (y es f¨¢cil colegir por qu¨¦) en forma de recapitulaci¨®n acerca de lo vivido por uno mismo y b¨²squeda de su sentido. No es extra?o, en consecuencia, que la negra luz de la muerte alumbre con alguna frecuencia la determinaci¨®n de escribir, y que esa determinaci¨®n vehicule la necesidad de hacer un balance personal. Por la misma raz¨®n, la muerte sirve a menudo de pretexto para justificar, en una novela, el recorrido introspectivo del personaje. Un personaje cuya vida encuentra en la muerte misma un argumento para ser contada.
A Justo Berm¨²dez, el protagonista de El lugar de las apariciones, la muerte de Mercedes Velasco lo sumerge primero en el aturdimiento y lo empuja luego a lo que, 'm¨¢s que un relato objetivo de los hechos, es una indagaci¨®n estrictamente personal, una vuelta atr¨¢s que pugna por descubrir una ¨²ltima penumbra en la que ponerse a salvo'.
El lugar de las apariciones
Alfredo Bux¨¢n
German¨ªa. Valencia, 2001.
360 p¨¢ginas. 2.400 pesetas
Es s¨®lo lluvia
Ana Esteban. Debate. Madrid, 2001.
176 p¨¢ginas. 2.600 pesetas
'Siento la exigencia de esa inmersi¨®n en el barro de los recuerdos como una necesidad que no es posible posponer', se dice Justo. Y a continuaci¨®n declara que esa exigencia lo llama a escribir una novela.
Esa novela viene a ser el relato minucioso de la vida entera de Berm¨²dez al amparo del sentido que, a sus propios ojos, le impone la muerte de Mercedes. Para el lector, sin embargo, ese sentido s¨®lo es perceptible en forma de dolor: del dolor que el protagonista siente. Pero el dolor, como el propio Berm¨²dez se encarga de decir, es algo 'que nos precede, que estaba ya en el mundo'. Algo que, por s¨ª solo, ni da ni tiene sentido, por mucho que tantas veces sirva para encontrarlo, que tantas veces sirva para eludirlo.
Alfredo Bux¨¢n (Corcubi¨®n, A Coru?a, 1950) es autor de varios libros de poemas, y due?o de una prosa capaz, experta, aunque parsimoniosa y demasiado prolija. Su novela parece brotar de un n¨²cleo hondamente autobiogr¨¢fico, y por eso mismo enga?arse en exceso acerca de la significaci¨®n que por s¨ª solos alcanzan los hechos. El amor, como la muerte, s¨®lo act¨²a en el relato como dato fundamental de la vida de su protagonista, y como tal es apenas un sentimiento insistentemente declarado. Despu¨¦s de consumir m¨¢s de trescientas p¨¢ginas en referir -con arrobo siempre en suspenso- la cadena de circunstancias que finalmente lo re¨²nen con la mujer de su vida, el narrador alude al posterior deterioro de su relaci¨®n en estos displicentes t¨¦rminos: 'Lleg¨® un momento en que las cosas se torcieron sin remedio, pero no quiero detenerme en eso: la mediocridad no merece el milagro de un relato detallado'. Frase que deja consternado al lector, y lo mueve a inc¨®modas preguntas.
Es s¨®lo lluvia, de Ana Esteban, comienza tambi¨¦n con una muerte, en este caso la de una ¨ªntima amiga de Paula, la protagonista. Pero esta vez, en lugar de un recuento ordenado de los hechos, se suceden barajadas las escenas de un pasado que se reconstruye fragmentariamente, hasta ofrecer las claves de un vac¨ªo interior que la muerte de Irene (as¨ª se llama la amiga de Paula) no ha hecho m¨¢s que exponer a violenta luz.
La trayectoria narrada en El lugar de las apariciones arranca en los a?os m¨¢s grises del franquismo, y lo hace en un entorno humilde y deprimido, que no mejora al trasladarse la familia del protagonista desde un pueblo costero de Galicia a Madrid. La expectativa amorosa y sus aleluyas tienen que remontar en la novela la sordidez y el gris¨¢ceo realismo del relato. De una generaci¨®n posterior a la de Bux¨¢n, Ana Esteban (Madrid, 1964) refleja, con recursos afines a los de la narrativa cinematogr¨¢fica, mejor adaptados, en general, a las convenciones hoy imperantes, las cuitas y las ¨ªntimas perplejidades de un sector acomodado, liberal, urbano de la sociedad posfranquista, cuyos componentes viven obsesionados por 'realizarse' individualmente, prisioneros todav¨ªa de esquemas sociales (los de la burgues¨ªa tradicional) en progresiva desarticulaci¨®n.
La perspectiva asumida por la protagonista de Es s¨®lo lluvia corresponde a lo que constituye ya un personaje tipificable de la narrativa contempor¨¢nea: el de la mujer que, en los umbrales de la madurez, apuesta por su independencia personal y reclama una legalidad afectiva -y sexual- distinta de la tradicionalmente impuesta por la sociedad de los hombres. La amistad entre mujeres como resistencia al orden masculino, el aprendizaje de la soledad, la confidencia como g¨¦nero y moneda de la interioridad, el dolor como revelaci¨®n del sentimiento de s¨ª mismo: tales son algunos de los rasgos caracter¨ªsticos del realismo intimista a cuya estela se incorpora con esta novela Ana Esteban, que maneja muy convencidamente sus c¨®digos, sin originalidad alguna, pero con correcci¨®n y eficacia.
Como en la novela de Bux¨¢n, tambi¨¦n en ¨¦sta parece transparentarse una vivencia autobiogr¨¢fica, y como en aqu¨¦lla, ¨¦sta no se construye ni como historia ni como experiencia, ¨²nicamente se reconoce a s¨ª misma y se confiesa, y lo hace al amparo de la autoridad que por s¨ª sola impone la muerte. Dec¨ªa Walter Benjamin que nada como la muerte del personaje contribuye tanto a poner de relieve lo que, de hecho, constituye 'el centro alrededor del cual se mueve la novela': el sentido de la vida.
La novela, dice Benjamin, 'no es significativa por presentar un destino ajeno e instructivo, sino porque ese destino ajeno, por la fuerza de la llama que lo consume, nos transfiere el calor que jam¨¢s obtenemos del propio. Lo que atrae al lector de la novela es la esperanza de calentar su vida helada al fuego de una muerte, de la que lee'.
Al lector de estas dos novelas, sin embargo, no le es dado sentir ese fuego, y ello porque la muerte, colocada a su puerta, permanece fuera de ellas, que est¨¢n escritas, por as¨ª decirlo, a su calor. Es a la 'vida helada' del narrador, no a la del lector, a la que la muerte transfiere su calor. Y es ese calor lo que, cada una a su modo, las dos novelas cuentan, no la llama.
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