El botell¨®n
Lo pasaba fatal. Sobre las siete u ocho de la tarde quedaba con los amigos en la zona de bares de Moncloa donde se congregaba buena parte de la juventud universitaria. Los s¨¢bados hab¨ªa un ambientazo colosal. Algunos locales consegu¨ªan un lleno total y el poder de atracci¨®n de la masa congregaba en el exterior m¨¢s gente que la que colmaba a rebosar el espacio interior. Era agobiante, a pesar de lo cual all¨ª de pie y entre apretones inici¨¢bamos el rito de consumir una ronda tras otra de cervezas, apeteciera o no. Yo s¨®lo disfrutaba de la primera o como mucho la segunda, pero la inercia obligaba a la tercera o incluso una cuarta para no desentonar. Cuatro era mi l¨ªmite. La que hac¨ªa el numero tres ya se dejaba sentir en la cabeza, mientras que la siguiente causaba efectos devastadores sobre el aparato digestivo. El organismo advert¨ªa claramente que no estaba dispuesto a consentir una sola gota m¨¢s de aquel rubio y espumoso brebaje.
Las pocas veces que me sent¨ª forzado a sobrepasar ese nivel las consecuencias hab¨ªan sido terribles. Nada de exaltaci¨®n de la amistad, ni insultos al clero o al Ej¨¦rcito, ni tampoco cantos regionales. Por no decir, no dec¨ªa ni siquiera tonter¨ªas. S¨®lo me pon¨ªa mal¨ªsimo, con unas ganas irreprimibles de vomitar. Aquello no resultaba demasiado divertido, no al menos para m¨ª, que sistem¨¢ticamente optaba por proponer otras alternativas m¨¢s sugerentes sin tratar de parecer un panoli.
Esa desigual batalla que por pura supervivencia libraba de estudiante contra el alcohol me ha venido a la memoria al conocer los detalles de una iniciativa del Ayuntamiento de Madrid para combatir el botell¨®n. Se trata -seg¨²n explic¨® personalmente el alcalde Manzano- de una campa?a de intervenci¨®n en plazas y parques p¨²blicos donde se re¨²nen los j¨®venes para consumir bebidas alcoh¨®licas durante el fin de semana. Bajo el lema 'No-t-pases, entera-t', empleando ese lenguaje de s¨ªntesis que los chicos utilizan en los mensajes de los m¨®viles, un grupo de mediadores juveniles recorren los espacios m¨¢s concurridos para explicar los riesgos y efectos que la bebida causa sobre la salud. Estos monitores, que est¨¢n especializados en prevenci¨®n de drogodependencias, llevan ya dos o tres semanas con la campa?a y supongo que no les debe resultar sencillo el trabajo. S¨®lo entrarles a los chicos en esas circunstancias ya es un trago. Ellos est¨¢n a su bola pasando la botella o el tetrabrik de unos a otros y de pronto aparece alguien que les viene a dar la charla sobre lo que puede pasarles si siguen con la litrona, el calimocho o cualquiera de las vitri¨®licas mezclas que la ignorancia popular ha inventado para alcanzar cuanto antes el ansiado 'punto'. Imagino que los monitores habr¨¢n desarrollado un discurso de colega bien ajustado a las circunstancias, pero, por mucho que afinen, en semejante ambiente siempre corren el riesgo de quedar como unos capullos. Quedar como un capullo era precisamente lo que me daba p¨¢nico en aquella cruzada personal que entonces no pretend¨ªa m¨¢s que evitar el malestar f¨ªsico y sobre todo el aburrimiento.
En la actualidad, por el contrario, son muchos los chavales que confiesan no saber divertirse sin antes haber ingerido dosis notables de alcohol. Su presencia en sangre es lo ¨²nico que parece capaz de estimularles el lenguaje y la sociabilidad que necesitan para relacionarse. A quienes han entrado en esa din¨¢mica es muy dif¨ªcil convencerles de que beban con moderaci¨®n, porque ya ni siquiera lo consideran un placer, sino una necesidad. Los monitores municipales tendr¨¢n un m¨¦rito enorme si logran que su intervenci¨®n coseche alg¨²n resultado positivo.
El alcoholismo entre los chicos es un problema que se nos ha ido de las manos hace bastante tiempo. Cada vez son m¨¢s y m¨¢s j¨®venes los que se dejan arrastrar por esa inercia sin que la sociedad sea consciente de la gravedad de lo que est¨¢ ocurriendo. Aunque bien intencionada, la iniciativa del Ayuntamiento de Madrid resulta a todas luces ingenua frente una lacra de semejante magnitud. Padres, educadores y responsables p¨²blicos deber¨ªan abrir los ojos y buscar soluciones a la medida. No todos los chicos tienen la suerte de que su cuerpo rechace el alcohol a la tercera copa. La mayor¨ªa de los que beben se habit¨²an a la euforia que les provoca y han de pagar los estragos de por vida.
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