Sobre la vulnerabilidad de nuestras sociedades
Tras los atentados del 11 de septiembre, uno de los t¨®picos m¨¢s socorridos por el comentarista perplejo ha sido el de la vulnerabilidad, la toma de conciencia de la fragilidad de nuestras sociedades e instituciones, a las que se cre¨ªa dotadas de una fortaleza inexpugnable. Ahora bien, ?demuestran estos acontecimientos y sus consecuencias esa primera impresi¨®n de debilidad o son las democracias algo m¨¢s poderoso de lo que puede experimentar en un primer momento el agredido?
La repercusi¨®n de estos acontecimientos en las bolsas y los mercados fue esperada como signo que confirmar¨ªa o desmentir¨ªa esos presagios y la respuesta ha sido, en t¨¦rminos generales, bastante tranquilizadora. Nuestras sociedades tienen mecanismos para hacer frente a esas situaciones (con la reactivaci¨®n de f¨®rmulas de intervenci¨®n estatal, por ejemplo, en el caso de los mercados) y la legitimidad de las instituciones no se ha visto da?ada en absoluto. Si se impone alguna que otra rectificaci¨®n (especialmente en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica internacional), las modificaciones son llevadas a cabo por los sistemas mismos e incluso las respuestas espont¨¢neas (de venganza) son atemperadas por esas mismas instituciones y sus procesos de deliberaci¨®n. Incluso las compa?¨ªas de seguros han demostrado ser un entramado de garant¨ªas rec¨ªprocas pensado para reasegurar a las que han sido directamente perjudicadas por una cat¨¢strofe. La democracia contempor¨¢nea es un sistema cuyas instituciones, mercados, compromisos sociales, constituyen una trama capaz de absorber la inseguridad y recuperar la estabilidad; todo contribuye a crear un sistema complejo de protecci¨®n, un equilibrio f¨¢cilmente recuperable tras la conmoci¨®n m¨¢s profunda.
?Cu¨¢l es entonces la fortaleza y la debilidad de la democracia? ?En qu¨¦ medida tiene sentido hablar de una vulnerabilidad de las sociedades reticulares, constitucionales, de poderes limitados, heter¨¢rquicas, sin soberan¨ªas absolutas, pluralistas, multiculturales, complejas, con sistemas de protecci¨®n social? El hecho de que hablemos de problemas de gobernabilidad indica que si algo las caracteriza no es que sus gobernantes sean demasiado poderosos, sino que pueden m¨¢s bien poco. Las sociedades modernas son fr¨¢giles en el sentido de que hay una creciente incapacidad de las instituciones estatales y otras grandes instituciones sociales para gobernar, es decir, para imponer su voluntad, y tambi¨¦n porque ofrecen a los m¨¢s diversos agentes (votantes, consumidores, trabajadores, agentes sociales) muchas posibilidades de hacer valer su inter¨¦s, modificar las decisiones p¨²blicas, colaborar en la configuraci¨®n de una opini¨®n com¨²n, protestar, presionar y negociar, adquirir competencias y establecer formas de autogobierno o incluso prescindir en buena medida de lo p¨²blico (cuya forma m¨¢s inocente y generalizada es el desinter¨¦s por la pol¨ªtica).
De entrada, esto tiene connotaciones negativas, y si no que se lo pregunten a cualquiera que gobierne, a quien haya intentado movilizar o a quien est¨¦ especialmente interesado por la seguridad y el orden p¨²blico. Lo positivo es que en las sociedades democr¨¢ticas se dan una serie de circunstancias t¨¦cnicas, sociales y culturales en virtud de las cuales disminuye la verosimilitud de que surjan y se establezcan reg¨ªmenes autoritarios. La autoridad, en buena medida cada vez m¨¢s fr¨¢gil y vol¨¢til, es equilibrada por mecanismos institucionales como la divisi¨®n de poderes y se ejerce en un contexto social dif¨ªcilmente manejable a causa del pluralismo y la complejidad social, que no se deja gobernar desde una ¨²nica instancia. Y eso que denominamos sociedad del conocimiento supone un crecimiento del saber que tiene como consecuencia parad¨®jica el aumento de la inseguridad y la contingencia social; no reduce el pluralismo y la diversidad de opiniones, ni es la base para un control m¨¢s eficiente de las instituciones estatales centrales.
La doble cara de la moneda estriba en que las sociedades modernas son colectivos vulnerables por la misma raz¨®n por la que son tambi¨¦n democr¨¢ticamente modificables. Nuestra sociedad se caracteriza por poner el poder a disposici¨®n de muchos, porque muchos pueden m¨¢s bien poco, a diferencia de otras sociedades no democr¨¢ticas en las que pocos pueden mucho. Los terroristas aprovechan las posibilidades que ofrece esta sociedad: desde la tecnolog¨ªa, el correo, los medios de comunicaci¨®n, las armas y los transportes hasta la libertad de expresi¨®n y comunicaci¨®n o la libertad de circulaci¨®n de bienes y personas. Alguna explicaci¨®n tendr¨¢ el hecho de que s¨®lo haya terrorismo en los pa¨ªses donde todo esto funciona razonablemente bien y con una gran liberalidad. Ya s¨¦ que esto no justifica lo que han hecho mal los pa¨ªses democr¨¢ticos, como tampoco devuelve la vida a las v¨ªctimas, ni tranquiliza a quien vive atemorizado, pero nos permite tomar conciencia de la superioridad de la democracia (asunto que no tiene nada que ver, por cierto, con la superioridad de una civilizaci¨®n sobre otra) y apreciar las irrenunciables ventajas de una sociedad abierta.
La democracia es un procedimiento de organizaci¨®n social que supone una gran vulnerabilidad porque se mueve en el umbral de la m¨¢xima inestabilidad. Estamos tensando continuamente el marco de juego de la libertad, aun cuando esto suponga a veces una cantidad excesiva de inseguridad. El equilibrio vuelve a ajustarse cuando la inseguridad se hace intolerable, y por eso hay disposiciones que limitan o estrechan el campo de juego. Pero la libertad tiene siempre la primac¨ªa, y no s¨®lo porque as¨ª lo hayamos establecido, sino por la tremenda complejidad de las cosas que impide una protecci¨®n absoluta. Por eso, los sistemas sociales son sistemas para manejar adecuadamente las crisis, que es lo habitual. La sociedad existe sobre el continuo desequilibrio, m¨¢s que por el continuo retorno de una armon¨ªa sin conflictos. La crisis -entendida como la situaci¨®n de cuestionamiento permanente de los valores y formas de vida tradicionales, la apertura e indeterminaci¨®n de los marcos pol¨ªticos, la modificabilidad de las instituciones y los consensos, las posibilidades de cambio que siempre est¨¢n a disposici¨®n de los consumidores, los votantes, los lectores, la rivalidad alternativa entre concepciones del mundo, valores e intereses- es el estado normal de las sociedades. La palabra 'crisis' no puede oponerse a la 'normalidad', ni el conflicto al consenso. No es nada cr¨ªtico que una sociedad est¨¦ en crisis: la condici¨®n normal de las cosas es la crisis: est¨¢ en crisis la moral si es que consiste en algo m¨¢s que actuar conforme a unas reglas incuestionables, como lo est¨¢ el artista que busca nuevos modos de expresi¨®n, o la pol¨ªtica cuando es entendida como la tarea siempre ins¨®lita de equilibrar intereses y valores tan diversos. Esta polifon¨ªa nos exige pensar la sociedad sin que la incoherencia, el desacuerdo o la no funcionalidad sean considerados como eventos extraordinarios u ocasionales.
La pregunta inicial acerca de nuestra vulnerabilidad se responde con una paradoja: la vulnerabilidad de nuestras sociedades resulta ser aquello que las hace m¨¢s fuertes. La fortaleza de nuestras sociedades reside en su complejidad e indeterminaci¨®n, en la renuncia a la soberan¨ªa, en la convicci¨®n de que el poder absoluto es el fracaso de la pol¨ªtica. Luhmann advert¨ªa a este respecto que un poder se fortalece cuando delega competencias. La inteligencia pol¨ªtica tiene mucho que ver con ese autofortalecimiento indirecto, contraintuitivo. Hay aqu¨ª una clara analog¨ªa con el plano personal: las personas autoritarias suelen ser d¨¦biles, mientras que la autoridad se acrecienta mediante la flexibilidad. Quien pretendiera hacerse absolutamente invulnerable se estar¨ªa exponiendo a la mayor fractura. Los reg¨ªmenes y las instituciones que saben gestionar adecuadamente su vulnerabilidad evolucionan, aprenden, se transforman y sobreviven a las crisis; los invulnerables no resisten el envite de la dificultad. Los ordenamientos jur¨ªdicos y constitucionales recogen una larga experiencia hist¨®rica acumulada en este sentido. Una sociedad que quisiera protegerse absolutamente contra el conflicto, el antagonismo, las crisis e incluso de sus enemigos se empobrecer¨ªa gravemente y tendr¨ªa que limitar hasta tal punto la libertad que activar¨ªa, por el otro lado, peligros como la deslegitimaci¨®n o la aton¨ªa social, que son much¨ªsimo m¨¢s graves.
?C¨®mo pensar en este contexto la seguridad? Al igual que el poder aprende a hacerse valer no siendo absoluto, la mejor seguridad no es la seguridad completa, que adem¨¢s tampoco existe. La mejor seguridad es la que se obtiene en el fr¨¢gil marco de una sociedad democr¨¢tica, con toda su apertura, contingencia e indeterminaci¨®n. Y al igual que el poder aprende a desarrollar estrategias indirectas, el af¨¢n de seguridad debe evolucionar desde el enfrentamiento y la protecci¨®n hacia la cooperaci¨®n. ?sta es la mejor seguridad de la que puede dotarse una sociedad democr¨¢tica. Dado que convertir al enemigo en colaborador no es f¨¢cil, siempre habr¨¢ que recurrir a procedimientos m¨¢s primarios, pero las pol¨ªticas de seguridad deben apuntar en esa direcci¨®n, poniendo en marcha procesos a largo plazo, encarando las causas de los problemas y, sobre todo, procurando que haya menos problemas, pues las soluciones son siempre malas.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa y miembro de la Asamblea generl del PNV.
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