Ofensiva en Afganist¨¢n
Tras un mes de ataques estadounidenses contra los talibanes, y a las mismas puertas del invierno, los ininterrumpidos y devastadores bombardeos de los B-52 han abierto finalmente el camino en Afganist¨¢n a la Alianza del Norte hacia la conquista del enclave estrat¨¦gico de Mazar-i-Sharif, cuya toma por la oposici¨®n afgana el Pent¨¢gono no confirmaba anoche. Pese a que la guerra est¨¢ en su fase inicial, como reiteran los responsables pol¨ªticos y los generales estadounidenses, es un hecho que su desarrollo sigue con mucho retraso los planes previstos.
Una de las consecuencias m¨¢s visibles de esta realidad es la reciente aceptaci¨®n por Washington de ofertas concretas de tropas por parte de sus aliados europeos, desestimadas inicialmente. Estados Unidos, sus militares, siempre han tenido p¨¢nico, acentuado por la experiencia de Kosovo, a embarcarse en conflictos b¨¦licos cuya conducci¨®n ha de hacerse por consenso pol¨ªtico. Por eso, desde el principio, la guerra contra los talibanes y Bin Laden ha sido una cuesti¨®n exclusiva de Washington y Londres.
La lentitud de los resultados, sin embargo, unida a las discrepancias incipientes entre algunos de los aliados, han forzado a George Bush a ampliar la alianza militar, precisamente para robustecer su frente diplom¨¢tico. A los ojos del mundo, la anunciada batalla global contra el terrorismo no puede reducirse a un asunto exclusivo de dos pa¨ªses anglohablantes. Y no cabe duda de que la presencia de Turqu¨ªa, ¨²nico pa¨ªs musulm¨¢n de la OTAN, o la participaci¨®n de Alemania, Italia o Francia, contribuye a diluir esa percepci¨®n.
El presidente y sus asesores asumieron que la potencia a¨¦rea estadounidense, las acciones de sus comandos y los enemigos internos de los talibanes definir¨ªan r¨¢pidamente el cariz de la batalla. Pero ni la guerra desde el aire resulta decisiva, ni la Alianza del Norte hab¨ªa sido hasta ahora capaz de rebasar las l¨ªneas enemigas (?cargas de caballer¨ªa contra carros de combate!), ni se han producido entre los integristas isl¨¢micos las deserciones imaginadas. La ciega milicia talib¨¢n y las fuerzas de Bin Laden no huyen en desbandada. Y las acciones de comandos, tan publicitadas a ra¨ªz de su ¨²nica intervenci¨®n del 19 de octubre, han brillado despu¨¦s por su ausencia, cautivo Washington del eterno trauma de arriesgar la vida de sus soldados.
El Pent¨¢gono parece haber decidido, por motivos obvios, que la Alianza del Norte haga el trabajo duro, la guerra terrestre en el invierno que llega. Para facilitarlo, los bombardeos estadounidenses se han multiplicado en frecuencia e intensidad en los ¨²ltimos d¨ªas. Es el diluvio incesante de grandes explosivos de los B-52 el que est¨¢ abriendo pasillos en las l¨ªneas talibanes. El jefe de la campa?a, el general Myers, ha confirmado que se persigue la destrucci¨®n del mayor n¨²mero posible de combatientes. Aun as¨ª, m¨¢s temprano que tarde, Bush tendr¨¢ que enviar a sus tropas de tierra a Afganist¨¢n si de verdad quiere sacar a Bin Laden de su escondrijo y liquidar el r¨¦gimen fan¨¢tico que le protege. La movilizaci¨®n y el despliegue de fuerzas suficientes -recu¨¦rdese el dilema de Kosovo- lleva meses en las mejores circunstancias. Y el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld, no puede seguir por mucho tiempo improvisando ante sus aliados sobre la duraci¨®n de la guerra: semanas para unos, como el angustiado l¨ªder paquistan¨ª Pervez Musharraf, y meses o a?os para otros menos implicados.
En este contexto, la eventual conquista de Mazar-i-Sharif resultar¨ªa significativa. Militarmente, y aunque la guerra no se ganar¨¢ en el norte, permitir¨ªa la apertura de un pasillo de avituallamiento hacia Uzbekist¨¢n y el establecimiento de una base log¨ªstica estadounidense en el interior de Afganist¨¢n. Pero su efecto fundamental ser¨ªa propagand¨ªstico. Hacia dentro, de fragilidad talib¨¢n. Hacia fuera, algo positivo que ofrecer a las opiniones p¨²blicas de la coalici¨®n antiterrorista, esc¨¦pticas sobre una guerra en la que por el momento su parte m¨¢s visible es el enorme sufrimiento humano que acarrea.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.