Tras la toma de Kabul
Las realidades militares han sobrepasado espectacularmente a las discusiones diplom¨¢ticas sobre Afganist¨¢n y, como resultado de esta asimetr¨ªa, las fuerzas antitalibanes est¨¢n entrando en Kabul, pese a sus promesas y a las instrucciones de sus padrinos. El poder talib¨¢n, que sufri¨® su primer gran varapalo la semana pasada con la p¨¦rdida de Mazar-i-Sharif, parece derrumbarse por momentos. La milicia fundamentalista del mul¨¢ Omar, sobre la que Osama Bin Laden ejerce un control m¨¢s que nominal, ha huido de la capital de noche para intentar fortalecerse en sus reductos del sur, cinco semanas despu¨¦s del comienzo de los ataques estadounidenses. Pero ni aun los feudos de los cl¨¦rigos integristas parecen estar en condiciones de resistir el avance de las dispares tropas de los se?ores de la guerra, a las que los B-52 estadounidenses han abierto en tres semanas de impresionantes bombardeos todas las rutas para la conquista del pa¨ªs.
El escenario b¨¦lico ha cambiado en unos pocos d¨ªas m¨¢s que en a?os, privando sustancialmente de razones a los cr¨ªticos de la planificaci¨®n militar estadounidense. Los mercados internacionales apuestan vigorosamente por un pr¨®ximo final de la guerra, o al menos de su fase m¨¢s aparatosa y cruenta, y el r¨¦gimen teocr¨¢tico que hasta ayer mandaba en Kabul ha cerrado la ¨²nica ventana que manten¨ªa abierta al mundo en su Embajada de Islamabad.
La l¨®gica fundamental de un ej¨¦rcito que avanza es ocupar territorio, aunque esas tropas sean poco m¨¢s que un c¨²mulo de bandas aliadas por las circunstancias y obedientes a jefes diferentes. Pedir a la Alianza del Norte que se comporte como unas Fuerzas Armadas de academia y permanezca a las puertas de la abandonada capital afgana es poco realista. Incluso Bush, que hab¨ªa advertido contra la tentaci¨®n de ocupar Kabul, parece dispuesto a convalidar estos primeros excesos ante la perspectiva de que su avance signifique el principio del fin y la posibilidad de tener m¨¢s cerca a Bin Laden y a su estado mayor. 'El presidente est¨¢ muy contento... Esto es una guerra...', dijo ayer su portavoz. Bush ha pedido a la Alianza que no tome represalias, pero en el camino hacia Kabul aparecen decenas de cad¨¢veres.
En contraste con la condescendiente actitud de Washington, los aliados europeos de EE UU y algunos pa¨ªses de la regi¨®n, Pakist¨¢n sobre todo, han mostrado su alarma por la inexorable ventaja de los hechos b¨¦licos y las posibles repercusiones de un triunfo militar sin que el pa¨ªs disponga de un nuevo esqueleto pol¨ªtico. El mayor temor de Islamabad, aliado crucial de Washington, es que la liga antitalib¨¢n, formada b¨¢sicamente por etnias minoritarias del centro y el norte, niegue un papel relevante a los pastunes, que no s¨®lo representan el 40% de Afganist¨¢n, sino tambi¨¦n el 15% de su poderoso e inestable vecino.
El Afganist¨¢n en ciernes reclama un Gobierno nacido del acuerdo entre sus habitantes. Pero eso parece imposible en las circunstancias actuales. Para complicar las cosas, hay dos jefes de Estado en la antesala. Uno es el anciano ex rey Zahir, que no controla tropas ni territorio y no es grato a Rusia e Ir¨¢n, dos interlocutores relevantes. El otro es Burhanuddin Rabbani, jefe pol¨ªtico de la Alianza, presidente reconocido del pa¨ªs, que ya se dirige a Kabul y cuya ejecutoria en la franja de tierra que controla es cualquier cosa menos alentadora.
La posibilidad de un r¨¢pido desenlace hace imperativo que la ONU, que se ha pronunciado por un Gobierno ampliamente representativo, acelere su lenta maquinaria para poner a punto una respuesta pol¨ªtica capaz de evitar que Afganist¨¢n se encamine hacia un rompecabezas territorial a las ¨®rdenes de media docena de se?ores feudales.
En tanto los afganos no est¨¦n en condiciones de elegir a sus gobernantes, una administraci¨®n internacional emanada de una resoluci¨®n del Consejo de Seguridad deber¨ªa dirigir la reincorporaci¨®n de Kabul al mundo civilizado. Esa tarea no puede desempe?arla la Alianza del Norte, algunos de cuyos jefes ya dominaron la capital afgana hace a?os y la convirtieron en uno de los lugares m¨¢s violentos del mundo. Washington, olvidando cualquier complacencia que pueda sentir hacia estos cabecillas, est¨¢ llamado a imponer r¨¢pidamente un principio de orden que permita un flujo masivo de asistencia humanitaria y el comienzo de la reconstrucci¨®n de uno de los pa¨ªses m¨¢s devastados del planeta.
Puesto que los poderes externos, sobre todo occidentales, van a tener que proporcionar la orientaci¨®n, el dinero y la seguridad al nuevo Estado, mejor ser¨¢ que perfilen contrarreloj un marco pol¨ªtico razonable que evite la consumaci¨®n de la realidad impuesta por precipitados hechos de armas.
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