A Ignacio Ellacur¨ªa, precisamente ahora
Universidad Centroamericana de El Salvador, la UCA erguida. En la madrugada de tal d¨ªa como ayer, hace ya 12 a?os fijos, encontraron tu cuerpo baleado junto a otros cinco, los de tus compa?eros jesuitas, todos vosotros trabajadores universitarios en el mismo empe?o de convertir la cultura en instrumento de transformaci¨®n hist¨®rica desde el evangelio del profeta nazareno. En la fotograf¨ªa que recorri¨® el mundo, pero muy en particular tierras espa?olas, aparec¨ªais tirados en el suelo, sobre un peque?o espacio de c¨¦sped verdeante, manchados de sangre, como ovejas llevadas al matadero. Y un detalle que me llam¨® la atenci¨®n desde aquel tremendo principio: tu cabeza estaba con dos agujeros de poderosas balas; aquella cabeza de la que surgieron los mejores ¨ªmpetus para hacer de las ideas, aparentemente abstractas, azadas con las que participar activa y peligrosamente en la resoluci¨®n del conflicto fratricida salvadore?o, siempre poniendo por delante la causa de los crucificados de la historia, de los m¨¢s pobres. Una cabeza demasiado peligrosa.
Han pasado doce a?os de aquella convulsi¨®n, para unos el colmo martirial de una l¨ªmpida trayectoria, y para tantos otros que se mueven siempre en el silencio de oscuros despachos y oscurecidas sacrist¨ªas, la demostraci¨®n fehaciente de una locura ideologizada desde el olvido absoluto de la dimensi¨®n cristiana. Con tu muerte relevante, te convert¨ªas en urgente referencia para tantos creyentes hist¨®ricos, pero tambi¨¦n en el objetivo de una despiadada cacer¨ªa orquestada desde el conservadurismo m¨¢s anquilosado, que destroza impiadosamente al heterodoxo prof¨¦tico, que suele coincidir con el utopista cr¨ªtico. Unos y otros, dos estilos de vivir para dos relaciones abiertamente contradictorias con los dem¨¢s humanos, permanecemos con las espadas en alto, aunque ya no seas t¨² el inmediato motivo de nuestra dif¨ªcil distancia. Pero tu asesinato fue el pistoletazo de salida para unos y para otros. Un signo eficaz de contradicci¨®n.
?D¨®nde resid¨ªa tu capacidad de convertirte en referente de nuestras vidas? Cuando se toma en las manos el texto elaborado por Jon Sobrino, tu amigo del alma, y por Ronaldo Alvarado, tu asistente personal, que lleva por t¨ªtulo Ignacio Ellacur¨ªa: aquella libertad esclarecida, se comprende perfectamente qui¨¦n fuiste t¨², hasta qu¨¦ punto conseguiste alzar una cultura al servicio del pueblo, pero sobre todo, de qu¨¦ sutil y estricta manera descubriste el sentido liberador del Evangelio de Jesucristo precisamente a partir de su lectura desde la humillaci¨®n de los marginados hist¨®ricos. As¨ª, mientras comprob¨¢bamos, sobre todo en tus visitas a Espa?a, que nos abr¨ªas caminos renovadores de nuestro acomodaticio humanismo, descubrimos el potencial transformador de la fe cristiana al llevar los postulados del Vaticano II y de la Teolog¨ªa de la Liberaci¨®n hasta l¨ªmites no calculados. M¨¢s todav¨ªa. Todos los que hemos tenido el don de visitar las tumbas de los jesuitas asesinados aquella fatal madrugada, situadas en un lateral de la capilla universitaria de la UCA, sabemos que la definitiva explicaci¨®n de tu personalidad y de tu liderazgo aparece resumida en las palabras que presiden el lugar martirial: 'No trabajaremos en la promoci¨®n de la justicia sin que paguemos un precio'. Palabras inspiradas en Pedro Arrupe, quien mantuviera contigo una dial¨¦ctica amistad de exigencia y de respeto.
He dejado para el final la cuesti¨®n que en estos momentos me ocupa y preocupa m¨¢s: todo lo anterior, tu magisterio martirial y tu entusiasmo cr¨ªtico, ?en qu¨¦ ha venido a parar al comenzar este nuevo tiempo de siglo y de milenio? Como seguramente estar¨¢s en la tierra pl¨¢cida de la eternidad y lo contemplar¨¢s todo con envidiable distancia, no te molestar¨¢n mis respuestas, a todas luces poco amables. Mira, querido Ignacio, de un tiempo a esta parte te hemos colocado en la cuneta de nuestras vidas, despu¨¦s de que un aluvi¨®n de nuevos conceptos m¨¢s pragm¨¢ticos que ideol¨®gicos acabaran por abrumarnos. Es cierto que el abandono de tu persona y de su significado lo vamos realizando en una especie de silencio vergonzante, pero el hecho es que, sin querer confes¨¢rnoslo, has acabado por resultarnos molesto.
Nos molesta tu talante moderno cuando estamos envueltos en esa fr¨ªvola posmodernidad. Nos molesta tu compromiso hist¨®rico que denuncia tanto apoltronamiento biempensante. Nos molesta tu cultura desde y para los pobres, obnubilados por vulgares creativismos en el vac¨ªo m¨¢s inoperante. Nos molesta tu adhesi¨®n a determinadas tesis marxianas que juzgamos de antiguallas pero seguimos sin resolver. Nos molesta tu fidelidad a Zubiri, ese autor complejo, molesto y metaf¨ªsico, pero que acaba por complicarte la existencia. Y sobre todo, nos molesta tu certera interpretaci¨®n de la liberaci¨®n ejercida desde la teolog¨ªa, siempre adherida al Jesucristo evang¨¦lico, tan descaradamente defensor de los pobres y fustigador de los prepotentes. Nos molesta, me olvidaba, que esta forma de pensamiento de Ignacio de Loyola y de Pedro Arrupe te condujera inexorablemente hasta las balas y sus agujeros en la cabeza. Nos molesta todo tipo de martirio. En una palabra, te hemos dejado en el camino mientras dec¨ªamos que s¨ª a ese pensamiento ¨²nico que vivimos estos d¨ªas, uncidos a la maquinaria norteamericana.
Ya ves, buen amigo, que los doce a?os transcurridos desde tu asesinato y el de tus cinco compa?eros han significado un trallazo tremendo para las ilusiones de anta?o. Bien es verdad que, aqu¨ª y all¨¢, apuntan la esperanza de j¨®venes voluntarios, de organizaciones no gubernamentales, de movimientos vinculados a instituciones cristianas, de profesionales liberales cooperantes, de tanta gente, ellas y ellos, que proceden llenos de la mejor humanidad. Pero en ocasiones me pregunto si el horizonte donde se mueven tiene suficiente amplitud pol¨ªtica, ideol¨®gica e hist¨®rica, para que su trabajo acabe por conmover el sistema estructural injusto y no se quede en asistencias puntuales, que el mismo orden establecido agradece en el colmo del cinismo. Te lo cuento con una tensa mezcla de esperanza y de interrogaci¨®n...
?Te ha llegado un atisbo de melancol¨ªa? No lo permitas. Si en alguna medida te fuera posible, zahiere nuestras ideas y nuestros amores, para que reemprendamos la peregrinaci¨®n hasta la capilla universitaria de la UCA, nos coloquemos ante las tumbas, ante tu propia tumba, y seamos capaces de permanecer en silencio mientras las interiorizamos, hasta posar nuestras miradas en las palabras que las presiden: 'No trabajaremos en la promoci¨®n de la justicia sin que paguemos un precio'. Que ah¨ª reside el problema de los problemas, en el p¨¢nico al precio, que llamamos prudencia, equidistancia, moderaci¨®n, ortodoxia, posibilismo y un largo etc¨¦tera bastante impresentable por hip¨®crita.
En Madrid, las calles y las plazas se preparan para el invierno, tan diferente a la c¨¢lida temperatura salvadore?a. Desde esta ciudad que, de pronto, ha descubierto Afganist¨¢n, colmo del invierno hist¨®rico, recibe un abrazo de despedida. Yo, por mi parte, colocar¨¦ en lugar oportuno doce rosas por los doce a?os martiriales que nos has regalado: precisamente ahora.
Norberto Alcover, jesuita, es periodista y escritor.
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