Querido Voltaire
No creo que te sorprenda, pero el mundo sigue tal como lo dejaste. Es curioso, pero el tiempo no ha remediado nada. Cuando aquel editor de Utrech edit¨® tu Ing¨¦nu (edici¨®n clandestina), y err¨® en el a?o con un may¨²sculo 2768, te re¨ªste y pensaste que quiz¨¢ entonces las cosas ser¨ªan diferentes. De momento, nada ha cambiado, tan s¨®lo que esa edici¨®n -seg¨²n el editor, ?nueva y corregida!- es de las m¨¢s codiciadas por los coleccionistas, que pagan por ella verdaderas fortunas. Algunos volterianos -la volteriomania, el t¨¦rmino que acu?¨® tu querido Grimm, sigue de moda- s¨®lo lamentan que el linotipista no se hubiese equivocado con un tres o un cuatro, o con cualquier otro n¨²mero m¨¢s abultado. As¨ª es la especie humana, que se encapricha por aquello que es escaso, aunque sea balad¨ª. Voltaire, 6768, ya ves, por qu¨¦ memeces la gente pagar¨ªa un dineral...
Nada, nada ha cambiado. En tu Candide denunciaste que cada barril de az¨²car que recib¨ªa Europa era a costa de las mutilaciones de miles de esclavos. Algo parecido ocurre ahora, pero con los barriles de petr¨®leo, que son los que controlan la econom¨ªa. Estados Unidos -aquellas fraternas Am¨¦ricas de tu amigo Franklin- no duda en imponer su criterio por la fuerza, y Europa -Eurousa, escribe M¨¢ximo- le sigue con abyecci¨®n y miedo los pasos. Tambi¨¦n Francia, tambi¨¦n. En cuanto a Espa?a, sigue vigente la definici¨®n de tu amigo Masson: 'El Gobierno espa?ol es d¨¦bil y paral¨ªtico; las ciencias y las artes est¨¢n absolutamente abandonadas; los generales carecen de toda pericia militar; el clero tiraniza a la naci¨®n: en fin no hay otra cosa entre los espa?oles que ignorancia, apat¨ªa o gravedad ociosa'. La ¨²nica diferencia es que ahora el ilustrado est¨¢ de moda, y muchas ciudades, junto con la beatificaci¨®n de monjas ultrajadas, est¨¢n exhumando biograf¨ªas de prohombres de sabidur¨ªa insospechada. Incluso en la ¨²ltima ciudad donde la Inquisici¨®n Espa?ola ejecut¨® a un reo (por dudar de la Sant¨ªsima Trinidad), han construido un fara¨®nico museo de la Ilustraci¨®n. Nunca esta tierra tuvo tantos sabios y necesit¨® de tan pocos de fuera.
Pero no te reir¨ªas, no. Corren tiempos parecidos a los del terremoto de Lisboa. Cuarenta mil muertos hubo entonces. En Nueva York, hace unos d¨ªas, cerca de seis mil, en un atentado perpetrado por seguidores, como tu los llamar¨ªas, de Ehissessim. Adem¨¢s en las Am¨¦ricas cunde el p¨¢nico ante el env¨ªo de cartas con esporas de carbunco, una bacteria mortal. Eso s¨ª, ya nadie cree que ¨¦ste sea el mejor de los mundos posibles. Quiz¨¢ por eso se afanan en demostrar lo contrario. Del 'Todo est¨¢ bien' de Leibniz hemos pasado a algo as¨ª como 'Todo da igual'. Cada uno cultiva su jard¨ªn, cierto, pero pretendiendo de paso el del vecino. Incluso, las m¨¢s de las veces, intentando que el vecino trabaje por ti.
?Cu¨¢nto te recuerdo estos d¨ªas! Y de manera especial por los problemas que ten¨ªas con tu Correspondencia. Los fan¨¢ticos religiosos te enviaban cartas con agujas envenenadas, con ampollas que dejaban libres vapores ponzo?osos, y entre los paquetes que recib¨ªas hab¨ªa a menudo libros falsos que conten¨ªan serpientes en hibernaci¨®n o delicados mecanismos explosivos. Pablo de Sanctis, un joven argentino volteroadicto, ha reconstruido en una novela, que sin duda te divertir¨ªa (titulada El cal¨ªgrafo de Voltaire), los peligros que corr¨ªa tu secretario abriendo la correspondencia. Te transcribo un peque?o fragmento: 'Me auxiliaban una serie de instrumentos que Voltaire hab¨ªa comprado en Ginebra y que estaban destinados a detectar trampas y explosivos: lupas de cristal de roca, un delicado catalejo que se introduc¨ªa en los envoltorios sin necesidad de abrirlos, una l¨¢mpara de fuego azul que permit¨ªa ver a trav¨¦s del papel'. Y a?ade el sinverg¨¹enza: 'No era mi ¨²nico trabajo abrir la correspondencia, sino tambi¨¦n responderla, en nombre de Voltaire. -Busque en mis libros y agregue alguna vieja agudeza a su prosa de seminarista- me ordenaba'.
Ya s¨¦, ya s¨¦, mi viejo y querido enfermo de Ferney... Pero no creas que me importa que algunas de tus cartas sean ap¨®crifas. Si escribiste m¨¢s de treinta mil, bien puede colarse alguna falsa. Este mundo, este globo (m¨¢s bien gl¨®bulo), sin tus agudezas y arte de ingenio ser¨ªa mucho menos llevadero. ?Y, afortunadamente, entre los muchos venenos que te remitieron olvidaron las esporas de carbunco!
Te abrazo con m¨¢s ternura que nunca.
?. [crasez] L. ['Inf¨¤me]
Mart¨ª Dom¨ªnguez es escritor
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