P¨¦simos tratos
Humor y audiencia, coartada de los programas de testimonios para justificar los excesos
En plena campa?a de sensibilizaci¨®n sobre malos tratos a mujeres, con anuncios para que las v¨ªctimas pierdan el miedo a denunciar, Cr¨®nicas marcianas sorprende por su viscosa forma de tratar la cuesti¨®n. Carmina Ord¨®?ez, que explota su privacidad con rentable indolencia, acude al programa de Sard¨¢ para, ante una comisi¨®n de investigaci¨®n presidida por Coto Matamoros y Alessandro Lequio, insinuar que su ex marido Ernesto Neyra le peg¨® una paliza. Pese a los datos que se aportan, Ord¨®?ez juega a callar y a otorgar y no responde a las preguntas de los marcianos, que, por cierto, van disfrazados de toreros. Eso abre la puerta a otros programas que, ¨¢vidos de audiencia, se abalanzan sobre Neyra, que intenta sacar tajada de su papel de presunto culpable.
Unos d¨ªas m¨¢s tarde, Ord¨®?ez vuelve a Marte. En esta segunda entrega, que huele a treta para combatir la audiencia de Operaci¨®n Triunfo (de los mismos productores), confirma que Neyra la peg¨®. ?Oh! Toda la maquinaria que vive del dolor ajeno puede seguir rasg¨¢ndose las vestiduras de dise?o tan ricamente. La utilizaci¨®n que hace Sard¨¢ de una cuesti¨®n tan terrible como los malos tratos tiene dos lecturas. La ingenua: pone el tema sobre la mesa y, por tanto, trata cuestiones de actualidad. La realista: se aprovecha de la desgracia ajena para alimentar un programa que, seg¨²n declar¨® hace poco su productor, Joan Ramon Mainat, es un after-hours cat¨®dico en el que nos desmadramos tras la presi¨®n de la oferta convencional. Un programa que, con la patente de corso del desmadre, apuesta por el todo vale para convertirse en referente del caos. Curiosamente, parece que eso le d¨¦ derecho a no equivocarse, quiz¨¢s porque errar no es de marcianos, aunque s¨ª de humanos, y porque Mainat no conoce esos afters en los que el alcohol de garrafa hace estragos.
Lo f¨¢cil, pues, es demonizar a Sard¨¢, una postura a la que se suman con hip¨®crito entusiasmo profesionales que llevan a?os haciendo lo mismo: invitando a mujeres maltratadas que, con sus aut¨¦nticas l¨¢grimas en directo, amenizan con su dolor esos oscuros confesionarios que tanta publicidad generan. La diferencia entre la obscena utilizaci¨®n que de sus verg¨¹enzas hace Ord¨®?ez y el desgarro de los reality shows de mesa camilla o sof¨¢ es que Carmina se saca una pasta directa o indirecta mientras que las dem¨¢s s¨®lo se llevan desahogo y compasi¨®n. En el fondo, los que salen ganando son los que, con o sin escr¨²pulos, montan el circo. Unos lo practican desde el moralismo edulcorado, y otros, desde la actitud del broker que compra malos tratos en la bolsa de los valores escabrosos. Exigirle a las televisiones privadas los principios morales que no tienen las p¨²blicas (T¨®mbola lo pagamos todos) es tan peligroso como escudarse en el humor y la audiencia para perpetuarse en una sordidez argumental que sigue, imparable, su progresivo avance hacia la victoria final.
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